A por un contagio (deseado) desde la escena
El diario de Próspero
Iniciativas como el proyecto ‘Ornitorrinco’, puesto en marcha por la Red de Teatros Públicos, llegan para saldar una vieja cuenta pendiente del sector: la relativa a la mediación y la educación
EL filósofo marxista y dramaturgo francés Alain Badiou contaba un episodio ciertamente revelador respecto a la conciencia de clase en relación con el teatro: a finales de los años 60 del pasado siglo, justo en el contexto del Mayo del 68, Badiou participó de manera activa en un programa del Gobierno francés que promovía la asistencia gratuita al teatro de los ciudadanos con menos recursos. A través de ayudas directas, se les permitía a los beneficiarios acudir a un número concreto de representaciones al mes, de su elección, sin que tuvieran que costear el precio de la entrada. La iniciativa echó a andar en una serie de municipios escogidos a modo de tentativa con un notable éxito inicial: quienes podían disfrutar de la medida hicieron uso mayoritario de sus entradas durante el primer mes, aunque en el segundo el ímpetu comenzó a desinflarse y al cabo de tres meses eran ya muy pocos los usuarios que seguían haciendo uso del servicio. Con tal de conocer los motivos, Badiou hizo personalmente algunas entrevistas y un desempleado le dio la clave: el hombre disfrutó mucho yendo al teatro las primeras veces pero después sintió que aquello no iba con él. De aquellas palabras, tal y como apuntó Badiou, cabía extraer varias conclusiones. Tal vez el mundo representado en escena por las obras programadas era demasiado estrecho y, por tanto, excluyente, ajeno a cada vez más intereses; o tal vez otros medios habían ganado ya definitivamente la batalla por las audiencias de las clases populares. Lo cierto era que había una desconexión entre el teatro y su público natural que no tenía que ver únicamente con cuestiones económicas.
Esa desconexión no ha hecho más que acrecentarse con los años. La capacidad de los teatros de contaminar, afectar y contagiar en sus entornos, de influir más allá de las funciones que acogen, está cada vez más diluida. Quien acude con frecuencia al teatro lo hace como quien va a misa: encuentra siempre las mismas caras y saluda siempre a las mismas personas, una tónica que únicamente se rompe cuando quienes suben a escena son suficientemente famosos. En España, el mismo sector escénico ha olvidado con demasiada alegría que su primer jefe es el público y que su naturaleza es esencialmente popular; como consecuencia, la distancia entre los públicos posibles y los teatros es ya enorme, lo que cristalizó especialmente en la crisis de 2008 y vuelve a hacerse patente ahora merced al coronavirus. La medicina para tal enfermedad puede expresarse en dos términos concretos: mediación y educación, dos instrumentos capaces de transformar los entornos más resistentes al cambio cuando se emplean con la debida intención e inteligencia. Si habitualmente el teatro español ha vivido de espaldas a estas posibilidades, el rumbo, afortunadamente, parece estar cambiando: la Red Española de Teatros, Auditorios, Circuitos y Festivales de Titularidad Pública ha puesto en marcha recientemente el proyecto Ornitorrinco, que busca, según explican sus responsables, “promover el desarrollo de la educación y la mediación en el campo de las artes escénicas”. De este modo, la iniciativa “entiende las artes escénicas como espacio de creación y desarrollo de pensamiento crítico. Ornitorrinco va de resignificar la institución teatral abriendo vías de trabajo y diálogo con el contexto en el que están ubicadas”. La actividad de Ornitorrinco se articula así en torno a tres ejes: mediación, educación y transformación. Y lo hace a través esencialmente de dos vías: aportando herramientas a los teatros interesados en ampliar la resonancia de sus programaciones más allá de sus muros e integrando los proyectos de mediación ya operativos.
Precisamente, uno de los espacios ya integrados en Ornitorrinco es el Centro Cultural Provincial María Victoria Atencia de Málaga. Y lo es por méritos propios: desde hace ya varias temporadas, el centro, de cuya programación es responsable Esther Monleón, acoge el proyecto Territorio Expansivo, una iniciativa desarrollada por Asun Ayllón, Vanessa López y Alberto Cortés dirigida a la creación de nuevos públicos a través de la mediación, la educación, la gestión y la comunicación. El modus operandi de Territorio Expansivo es sencillo y a la vez complejo: sus artífices crean puentes entre cada una de las obras de teatro programadas y los distintos colectivos, comunidades y grupos sociales y creativos con los que estos montajes pueden tener alguna relación o algún interés concreto. Cada función se traduce así en debates, mesas de trabajo, encuentros con artistas en contextos distintos del teatro y otras muchas experiencias, siempre distintas. Un teatro de todos para todos es posible. Sólo hay que ganárselo.
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