“Los actores gritan mucho, pero yo prefiero decir más con menos”

Verónica Forqué | Actriz

La intérprete regresa este jueves al Teatro Cervantes de Málaga con ‘Las cosas que sé que son verdad’, la obra de Andrew Bovell con la que ganó el Max a la mejor actriz en la pasada entrega de los premios

Verónica Forqué (Madrid, 1955), en una imagen reciente.
Verónica Forqué (Madrid, 1955), en una imagen reciente. / M. H.

Málaga/La última vez que Verónica Forqué (Madrid, 1955) pisó las tablas del Teatro Cervantes de Málaga fue el pasado septiembre, en la gala de entrega de los Premios Max, para recibir el galardón a la mejor actriz que había ganado por su trabajo en Las cosas que sé que son verdad. Este jueves a las 16:00, la actriz vuelve al mismo escenario con la función de la misma obra de Andrew Bovell, dirigida por Julián Fuentes y con un elenco que completan Julio Vélez, Pilar Gómez, Jorge Muriel (autor de la versión), Borja Maestre y Candela Salguero.

-¿Qué ha aprendido haciendo Las cosas que sé que son verdad?

-Es una obra maravillosa que me ha servido para reafirmarme en algunas cuestiones relacionadas con la interpretación. El texto es muy claro, cristalino, escrito con la intención de que el público lo entienda y nadie se quede atrás. Está hecho de frente. Tuve la ocasión de ver la anterior obra de este dramaturgo australiano, Andrew Bovell, Cuando deje de llover, y me encantó; así que cuando me propusieron hacer Las cosas que sé que son verdad, no me lo pensé y acepté enseguida. Mira, David Mamet dice sobre los actores que su función es salir a escena con la espalda recta y hablar bien. Nada más. De lo demás, dice Mamet, se encarga el autor. Bien, yo estoy cada día más de acuerdo con eso. Estoy convencida de que mi trabajo como actriz pasa por la claridad, por hacer lo que resulte más favorable al texto. En esta ocasión, además, la atmósfera que crea Bovell lo facilita mucho. Se puede decir que aquí la atmósfera que respiran los personajes es lo esencial.

-De hecho, su trabajo está marcado aquí por la contención.

-Me alegra mucho que lo veas así. En esta obra interpreto a una mujer con muy mal carácter, una madre que a veces pierde el control a la hora de dirigirse a sus hijos. Lo fácil era construirla tirando para lo excesivo, subrayar esa personalidad problemática, pero desde el principio tenía claro que yo iba a hacer justo lo contrario. Quería decir más con menos, expresar mucho con muy poco. Porque estoy convencida de que menos es más. En todos los sentidos, no sólo en el interpretativo. Mi postura es la de menos decir, menos gastar, menos figurar, menos salir, menos todo. Y creo que he acertado.

-No es precisamente la actitud que se espera de una actriz.

-No, es verdad. Los actores son muy gritones. Pero yo, a estas alturas, prefiero decir más con menos.

-¿Ha cambiado mucho el montaje desde el estreno, ha evolucionado de alguna forma?

-Sí, por supuesto. Ha crecido desde la primera función y seguirá creciendo hasta la última. La obra cambia, para empezar, conforme cambiamos nosotros. Y una sube al escenario a hacerla dependiendo de muchas cosas. Yo trabajo con lo que tengo cada día. Lo que viene con cada jornada, eso sube conmigo al escenario. De lo contrario, no me apetecería hacerlo. Una obra de teatro que no está viva, que no está bien hecho hecha, es algo aburridísimo.

-¿Alguna vez ha hecho usted algo aburrido?

-Tal vez. Aunque comprenderás que no te diga títulos ni nombres. De todas formas, lo que tengo claro es que no hay que aburrirse. De ninguna manera. Ni en el teatro, ni en el cine, ni en la calle, ni en el trabajo, ni en la casa, en ningún sitio. Me parece una lástima que alguien pueda aburrirse haciendo teatro. Cuando hacemos teatro vivimos al día, tenemos que estar pendientes de nuestro compañero, ver cómo está ese día y ajustarte a eso. Ahí no cabe el aburrimiento.

-Eso me invita a preguntarle por el teatro como escuela de otredad, de atención al otro. Entiendo que entre los actores es algo imprescindible, también a la hora de interpretar a personajes, pero ¿no es el espectador la pieza fundamental en todo esto al ver en escena la vida de los otros?

-Una vez, en una obra en la que trabajaba con la directora Carlota Ferrer, ella se me acercó y me dijo: “No hagas teatro”. Aquello me dejó fuera de juego. ¿Cómo que no hiciera teatro, si eso era precisamente lo que estábamos haciendo? Entonces, añadió: “A mí los personajes no me interesan. Me interesan las personas”. Y entonces entendí perfectamente lo que quería decir. A menudo te pones a trabajar en un personaje, a construirlo, a darle todos los detalles y todos los matices, y terminas poniéndote un disfraz absurdo en el que nadie reconoce nada. Por el contrario, como actriz no debes desaparecer. El personaje eres tú. Hagas lo que hagas, interpretes lo que interpretes, sea cual sea la obra en la que trabajes, da igual, siempre eres tú. Y no puedes negarte, no puedes tapar lo que eres por ser un personaje. Además de ridículo, es injusto. Eso es lo importante. Por eso creo que el teatro, como dices, es una buena escuela para aprender a acercarse al otro. Pero también para aprender a acercarse a uno mismo. A conocerse y aceptarse.

"A estas alturas siento cierto desapego. Ya no espero nada. Creo que lo que tenía que dar ya lo he dado.”

-Sí, pero mucha gente va al teatro a verla a usted, a Verónica Forqué, independientemente de la obra y el personaje que interprete. ¿Hasta qué punto influye eso en su trabajo?

-Los fans lo son para toda la vida. Es verdad que viene a verme mucha gente, sobre todo mujeres de mi edad, porque soy Verónica Forqué, porque les gusta lo que hago. Pero es que esas mismas mujeres ya me seguían en mis inicios, cuando hacía papeles de chica sexy e ingenua, a lo Marilyn, ya ves tú. Y luego siguieron viéndome cuando mi padre me ofreció un papel dramático en la serie de Ramón y Cajal, y luego con Almodóvar, y luego con todo lo demás. La gente me conoce de sobra, me ha visto ya hacer de todo. Y eso me reafirma en mi idea: da igual el personaje que hagas, para toda esa gente siempre seré Verónica Forqué. Y no pasa nada, no hay que ocultarlo. Fíjate, durante algunos años quienes menos me conocían eran los niños, aunque desde que empecé a salir en La que se avecina haciendo de alcaldesa me paran mucho por la calle y me llaman justo así, “mira, es la alcaldesa”.

-¿Hay algún personaje o alguna obra que no haya hecho y que le gustaría hacer?

-Sí, Casa de muñecas. Me encanta esa obra. Es absolutamente vigente, no ha perdido nada de actualidad. Lo que pasa es que ya no tengo edad para hacerla. Tengo ya 65 años, es lo que hay. Pero he dirigido tres montajes, así que no descarto dirigir mi propia Casa de muñecas. Eso me encantaría.

-¿Se siente ahora bien tratada por el cine?

-No me faltan proyectos. He rodado varias películas y alguna serie en los últimos años. Y justo ahora voy a empezar a rodar otra película con Álvaro Fernández Armero, A mil kilómetros de la Navidad. Nada de personajes protagonistas, por supuesto. Ya se me pasó la edad para eso.

-Usted alzó su voz hace unos años para pedir que el cine reflejara más y mejor el mundo de las mujeres, especialmente el mundo de las mujeres de más de 40 años. ¿No ha cambiado nada?

-Ha cambiado algo, pero muy poco. La mayor parte de los guionistas son hombres jóvenes que cuentan el mundo a través de su óptica. Así que si eres mujer y tienes más de 45 años, no tienes mucho que hacer. La solución pasa por la llegada de más mujeres guionistas y directoras. Y eso es algo que sí se está produciendo, lo que es muy interesante porque ahora esas mujeres quieren contar sus historias.Esa revolución es imparable.

-¿Se arrepiente de algo?

-En lo personal, sí, de algunas cosas. En lo profesional, no. He hecho lo que he podido. Pero te diré la verdad: vivo ahora cierto desapego de todo eso. Ya no espero nada. Creo que lo que tenía que dar, ya lo he dado. Ahora quiero disfrutar, pasar tiempo con mi hija, viajar muchísimo, apurar cada momento y dar gracias a Dios.

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