Wajdi Mouawad en las entrañas de la tragedia
El Diario de Próspero | Teatro
La Uña Rota publica la última obra del dramaturgo canadiense de origen libanés, ‘Todos pájaros’, una aproximación sin concesiones al conflicto de Oriente Medio a través de una historia de amor
LA actualidad obliga: en la anterior entrega del DiarioDiario citábamos a Wajdi Mouawad (Beirut, 1968) como uno de los referentes decisivos de la literatura dramática contemporánea y aquí le tenemos de nuevo. Para el próximo fin de semana estaba prevista la representación en los Teatros del Canal, dentro del Festival de Otoño de Madrid que dirige Alberto Conejero, de su última obra, Tous des oiseaux, en la producción del Théâtre National La Colline con la dirección del propio Mouawad. Las dos funciones previstas se cancelaron finalmente ante la imposibidad de llevarlas a cabo por parte de la compañía a cuenta de la epidemia del coronavirus, pero siempre hay un consuelo allí donde se necesita: la editorial La Uña Rota acaba de publicar la primera versión española del drama bajo el título Todos pájaros con la traducción de Coto Adánez y la tradicionalmente espectacular puesta en página del sello segoviano que hace de la lectura del texto teatral un verdadero festín. Que la escritura de Mouawad es susceptible de ser disfrutada también en el libro lo saben bien los lectores de su tetralogía La sangre de las promesas, que forman las obras Litoral, Incendios, Bosques y Cielos y que publicó en castellano KRK Ediciones con la traducción de Eladio de Pablo (también sigue estando disponible una muy recomendable edición de la serie en catalán, que recoge las cuatro obras en un solo volumen con la traducción de Cristina Genebat y Raimon Molins a cargo de Edicions del Periscopi); por no hablar de novelas del autor como Ánima, publicada por Destino en 2012. Ahora, Todos pájaros devuelve a Mouawad al lector de teatro en lengua española con una historia de largo alcance que la crítica se ha apresurado a consagrar como la más importante del autor tras La sangre de las promesas. El dramaturgo aborda el conflicto de Oriente Medio como suele, sin medias tintas ni concesiones, a través de una historia de amor: la que comparten Wahida, una estudiante neoyorquina y árabe de origen magrebí; y Eitan, un joven científico, alemán de origen israelí, residente en Nueva York. Los posibles paralelismos con Romeo y Julieta terminan con un atentado que deja a Eitan en coma: a partir de aquí, Todos pájaros no es una historia de amor entre contrarios, sino un caleidoscopio en el que cada personaje asume una posición determinada respecto al odio. Y en esta coyuntura, ni el espectador ni el lector son ajenos a la necesidad de tomar partido. Como en otras obras, Mouawad parte de un dicho popular a modo de premisa: “Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir”. Y, sí, la imposibilidad de que la fecha sea devuelta a la aljaba ofrece una certera conexión de vuelta con Shakespeare para Mouawad. Aunque, claro, por el camino más imprevisto.
Wajdi Mouawad goza de un éxito más que notable en España gracias, principalmente, a Incendios, que se representó aquí primero con su compañía y después con el histórico montaje de Mario Gas que protagonizó Núria Espert (también influyó, a su manera, la buena acogida de la adaptación cinematográfica dirigida por Denis Villeneuve en 2010). En gran medida, esa querencia es mutua: en 1995, antes de escribir La sangre de las promesas, Mouawad dirigió en Montreal una adaptación escénica del Quijote con la que dejó bien claro su amor a la cultura española. Pero que su obra goce de una atención especial en España, especialmente en lo que se refiere a Incendios, tiene que ver, entre otras razones, con el modo en que la historia de Nawal y sus hijos viene a resolver un dilema abierto en la misma cultura española desde, al menos, la muerte de Federico García Lorca: la posibilidad de una plena, significativa, rebosante y oportuna adopción de la tragedia clásica en el presente. Porque desde Lorca, que había hecho suya la tragedia tanto en su obra como en su muerte, nadie había logrado dotar de vida y sentido al instrumento poético definido por Esquilo como Mouawad en Incendios. Lejos de sucumbir al alegato arqueológico, al falso reflejo, a la traducción facilona y a otros pastiches vistos mil veces, nuestro hombre ha devuelto al destino como feroz dictador de los acontecimientos un protagonismo con el que nadie contaba par el siglo XXI. De hecho, es tal vez en Mouawad donde la postmodernidad encuentra su definitivo desenlace: de ninguna manera los accidentes son iguales a la sustancia, ni en las decisiones propias ni en lo inevitable. Ahora, Todos pájaros vuelve a señalar a los nidos del odio en una geografía parcial y universal. Como el escenario.
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