Iberia, la curva del pato y quién lo paga
La planificación de las inversiones en la red eléctrica y su ámbito temporal no son adecuados para un sistema eléctrico que se transforma a un ritmo inusitado
Creo que, en asuntos de energía, tenemos que pensar más en términos de Iberia y no España o Portugal. Las conexiones eléctricas y las conducciones de gas natural entre ambos países han permitido el establecimiento de los mercados ibéricos del gas y de la electricidad. Su existencia, unida a la escasa capacidad de la interconexión con el resto del continente, dio soporte a que la “excepción ibérica” fuese admitida en su momento. No sé si fue debido a la tenacidad de la ministra del ramo o a que en la Comisión tenían claro que iban a disminuir los precios del gas natural –determinantes del de la electricidad–, con lo cual no iba a ser frecuente ni distorsionadora la aplicación de la excepción, tal como así ocurrió.
Ante el despliegue ibérico de la generación renovable y cómo aprovecharlo, sería algo ingenuo creer que se va a ampliar sustancialmente nuestra conexión eléctrica con el resto de Europa, dado que Francia no muestra ningún interés. No puede oponerse abiertamente, claro está, pero hace todo lo posible para encarecer el coste de construcción de nuevas infraestructuras, y tal parece que tuviera un objetivo disuasorio. Por ejemplo, la exigencia de soterramiento en lugar de línea aérea, aduciendo razones ambientales que, la verdad, no son tan robustas como parece. Además, hacen necesario añadir (y financiar) instalaciones para convertir la corriente alterna a continua (entrada) y la continua a alterna (salida), dado que la transmisión sería en corriente continua. Probablemente, esta falta de interés tiene algo que ver con su nuevo programa nuclear, habida cuenta de que la electricidad nuclear ha sido admitida en la taxonomía de energías no emisoras de carbono, lo cual facilita su financiación y sirve al cumplimiento de sus obligaciones de reducción de emisiones.
No es, pues, en la exportación de energía eléctrica –ni siquiera hacia el Sur– en lo que podamos confiar para dar salida a los excedentes de generación renovable peninsular, que van a ser crecientes en determinados momentos del año y en determinadas horas, tal como estamos viendo desde hace algunas semanas. Esto se traslada al mercado mayorista en forma de precios anómalos, en los que no son infrecuentes los 0€/MWh. No hay una solución fácil, salvo que los generadores renovables se decidan a competir entre ellos en sus ofertas, lo cual no es muy probable dado que prácticamente carecen de costes marginales. Ese precio cero, por ejemplo, es el fijado en el mercado ibérico desde las 10 hasta las 19 horas el mismo día en el que estoy escribiendo este artículo (www.omie.es), y no tiene nada que ver con la evolución del consumo horario, dado que éste es alto en todas ellas (www.ree.es).
Esta anomalía no era imprevisible. La forma de esta curva de precios tiene nombre desde hace tiempo: es “la curva del pato”, con la parte baja del cuello coincidiendo con las horas solares. Lo sorprendente es que en el mercado ibérico ha aparecido en menos tiempo y con más intensidad que allí donde fue bautizada en 2012: Duck Curve, en California (Nessie Curve en Hawái). Esta baratura no carece de consecuencias, ya que disminuye el atractivo para la inversión en generación renovable, sin la cual es imposible cumplir los objetivos establecidos en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) 2021-2030. Este plan es individual para cada país de la UE y está siendo revisado para alcanzar unos objetivos más ambiciosos, con una fecha límite de presentación obligatoria del plan definitivo fijada para el último día de los corrientes.
Dada la evolución plana del consumo de electricidad en Iberia y el gran potencial de generación renovable –fotovoltaica, sobre todo–, el reto no es sólo reemplazar la generación fósil (y la nuclear, si el disparate se lleva a cabo), sino aprovechar ese potencial para ofrecer energía eléctrica sin emisiones y a un precio prefijado a nuevos proyectos industriales.
Este atractivo es manifestado públicamente, con toda la razón, por la Junta de Andalucía y por el Gobierno español, y supongo que por el portugués también. Pero el problema es que hay que conectar unas cosas con otras, y no usando el raciocinio, como en los asuntos de la vida, sino físicamente. Me refiero a que tenemos una limitación muy seria en cuanto a la adición de capacidad de transmisión de energía eléctrica, ya sea para su evacuación o para su consumo. Lógicamente, el despliegue de la generación renovable eólica o solar ha dispersado y multiplicado las localizaciones de la generación de energía eléctrica. En el pasado reciente, éstas estaban ligadas a los lugares de producción de carbón, embalses hidroeléctricos, centrales nucleares o gasoductos. Pero esto ha cambiado por completo, y aun siendo dignos de todo reconocimiento tanto la maestría con la que Red Eléctrica ha integrado la generación renovable, como la ampliación de la capacidad de evacuación que ya se ha realizado, y añadiendo a esto el acierto de sacar a concurso la capacidad de transmisión que queda ociosa tras el cierre de térmicas de carbón (Instituto para la Transición Justa del carbón), creo que el procedimiento de planificación de las inversiones en la red y su propio ámbito temporal no son los adecuados para un sistema eléctrico que se está transformando a un ritmo inusitado.
Una prueba de ello es que ha sido necesario anticipar el inicio de los trabajos preparatorios para el próximo período de planificación de la red de transporte y que, además, ha sido necesario adoptar un procedimiento de modificación puntual de la vigente planificación, aprobado el pasado mes de abril, para dar solución a demandas urgentes de conexión o acceso. No obstante, unos 6.000 MW de demanda industrial se han quedado fuera de esta modificación puntual. Esto es gravísimo, porque estamos desaprovechando el verdadero potencial de nuestra capacidad de generación renovable y que no es el de emitir menos carbono por sí misma o ayudar al cumplimiento de unos u otros objetivos nacionales, comunitarios, o por el bien de toda la Humanidad. Lo que realmente importa es utilizar esa capacidad para atraer nuevas industrias y que las existentes puedan desplegar sus proyectos o tener menos dificultades para cumplir con sus propósitos u obligaciones de descarbonización.
Como es lógico, la autorización de las inversiones en las redes de transporte y distribución, ha de basarse en la seguridad de que las mejoras o ampliaciones solicitadas vayan a ser efectivamente utilizadas, ya que la parte de la inversión que haya de ser soportada por el transportista o por el distribuidor se recupere mediante peajes incorporados en la factura de la electricidad. No obstante, sería necesario establecer mecanismos más flexibles y, probablemente, permitir que los distribuidores pudiesen adelantar determinadas inversiones. Sin mayor flexibilidad y capacidad de adaptación a los cambios técnicos, corremos el riesgo de que el Sol sólo nos sirva para atraer más turistas, pero no para industrializar Iberia. En otras palabras: corremos el riesgo de tener que pagar el pato.
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