¿Recesión, sí o no?
El gran debate es saber si la probable contracción económica que cause la estrategia monetaria tan restrictiva durará más de lo deseado y, sobre todo, si logrará domar la inflación
ES uno de los debates económicos del momento. Esa maldita palabra. Si habrá recesión o no. Si es que sí, si durará mucho y qué virulencia tendrá. Es probable que acontezca a ambos lados del Atlántico, pero preocupa más en la Eurozona. Hasta ahora se ha evitado y eso que los malos augurios llevan hablando de “inevitable” recesión desde el verano. Por ahora, los datos son cabezones y ese crecimiento negativo –que para ser recesión técnica tiene que aparecer en dos trimestres consecutivos– no ha acontecido en muchos de los países sospechosos como Estados Unidos o Alemania. La inercia del consumo después de la pandemia con un ahorro que ahora se agota ha ayudado a evitar lo peor, pero ese colchón se está agotando, por lo que el consumo ya no va a poder ser el baluarte que sostenga el PIB. No obstante, es cierto que los datos de empleo también muestran una resiliencia inesperadamente positiva en esta fase bajista del ciclo económico. Y ya llevan tiempo así, lo que puede ser indicativo de un cambio estructural y más permanente en el mercado de trabajo y en la economía. Sin duda, el que la gente no pierda el empleo sirve, al menos parcialmente, de apoyo de una economía debilitada pero que no se derrumba como un castillo de naipes, como ocurrió en las últimas crisis. Dicho todo esto, con las fuerzas depresoras existentes sobre la economía en los próximos trimestres parece difícil esquivar la recesión en Estados Unidos y la Eurozona, incluida probablemente España. Habrá que esperar acontecimientos en este entorno tan incierto, en el que tanto depende de la evolución de la guerra de Ucrania y su incidencia, sobre todo, en los mercados energéticos (gas y petróleo) y de productos básicos.
Y luego se habla también de “estanflación”, episodio en el que coexisten estancamiento económico e inflación, normalmente con aumento del desempleo. Ya se ha comentado que este último componente no está aconteciendo por ahora. Parece, por tanto, prematuro afirmar que la estanflación está al caer. Además, este término suele usarse para un periodo que va más allá de unos pocos meses con falta de crecimiento y aumento de precios. Por supuesto, no se puede descartar completamente que, en el futuro, el estancamiento se mantenga más de lo esperado y termine generando efectos no deseados sobre el paro. Si a ello se uniera una inflación que no hubiera cesado, ese sí que sería un escenario muy pernicioso porque terminaría afectando las expectativas de empresas, inversores y consumidores. Por todo ello, la clave es esperar el comportamiento de la economía en los próximos trimestres y comprobar el grado de éxito de las acciones restrictivas –subiendo, y de qué manera, los tipos de interés y retirando liquidez del sistema– de los bancos centrales para aplazar la inflación de un modo significativo “sin pasarse de frenada” en el impacto sobre la economía real. La acción fiscal más expansiva de los gobiernos –con Alemania a la cabeza con sus 200.000 millones de euros– puede reducir la efectividad en la lucha por bajar la inflación de los bancos centrales, aunque quizás atenúe los efectos negativos de la subida de tipos de interés sobre las familias y la actividad productiva. También está por ver cómo afecta al necesario ahorro energético. En todo caso, la lucha contra el crecimiento de los precios debería ser prioritaria. Cuanto más dure la inflación, más se anclará en las expectativas y mayores efectos negativos para la economía en el medio plazo.
Las acciones de los bancos centrales –la Fed americana a la cabeza, pero también las del Banco Central Europeo– están entregadas a ese corto plazo, a ese contrarreloj, para aminorar la inflación e impedir que las expectativas de unos y otros se anclen a un escenario de inflación persistente, que llevarían a efectos de segunda y tercera ronda, a una especie de espiral. ¡Cómo ha cambiado la visión de los bancos centrales! De pasarse de optimistas -como la mayoría de los analistas- considerando primero que la inflación sería temporal, para más tarde convencerse que tenía una naturaleza más persistente pero, inicialmente, sin efectos graves sobre la economía productiva. Hoy ya el debate es saber si la probable recesión que cause la estrategia monetaria tan restrictiva durará más de lo deseado y, sobre todo, si logrará domar la inflación. Las palabras de Jerome Powell, presidente de la Fed estadounidense, este pasado miércoles, tras aprobar la cuarta subida consecutiva del 0,75% en los tipos oficiales, dejándolos en 3,75%, apuntaban a que queda recorrido al alza en la subida del precio del dinero, apuntando a valores superiores al 5%, algo impensable hace medio año. Con las hipotecas en Estados Unidos por encima del 7%, es difícil creer que se evitará una recesión significativa. Sin embargo, aún más inquietud han generado las recientes palabras de Christine Lagarde, presidenta del BCE, sugiriendo que no tienen claro que la recesión será suficiente para controlar la inflación. Pelos de punta. Si todo ello se confirma, la credibilidad de los bancos centrales en su lucha contra la inflación –así como su estrategia tan expansiva de la última década– quedará puesta en entredicho.
Y la gran pregunta a futuro es: si las previsiones son de crecimiento bajo pero positivo para 2023, con recesión o sin ella en los próximos trimestres, ¿de qué factores saldrán las fuerzas a partir de primavera que permitan aumentos significativos de la actividad productiva para salir de lo peor de la fase bajista del ciclo económico? La contestación sencilla es de los sospechosos habituales: consumo, todo lo relacionado con el turismo y también en estos momentos los fondos Next Generation EU si se invierten eficazmente. Sin embargo, hoy es difícil que consumo y turismo repitan lo de este año salvo que los nubarrones actuales –inflación, debilidad económica y energía– se vayan en gran medida. Difícil panorama, aunque todavía no estemos hoy en recesión.
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