El peso de la agricultura se ha quedado en la mitad
El porcentaje de la agricultura en el valor añadido bruto regional ha pasado del 7,3 al 3,6 %.
Andalucía por la amplitud de su territorio y diversidad de climas, alberga una gran variedad de agriculturas. Además de la ganadería, existen tres áreas muy diferenciadas que dan carácter a nuestro agro y quizás también a nuestra forma de ser: el valle del Guadalquivir, la serranía y la costa. En ellas se cultivan los distintos productos que componen la producción final agrícola de Andalucía. En el valle predominan las grandes explotaciones con cultivos extensivos de cereales, plantas industriales y frutales; mientras el resto, en explotaciones de carácter y tamaño más familiar, se reparten entre olivos y hortalizas. Con el paso del tiempo, esta plural agricultura ha ido desplazando su peso desde la fertilidad a la aridez, creando una contradicción entre la imagen tradicional del campo andaluz -de Machado, Lorca o Miguel Hernández- y la realidad.
En trazos gruesos y según años, los cultivos hortícolas representan más del 35% de la producción final agraria de Andalucía, el olivar el 23% y entre frutales y cultivos extensivos apenas representan el 17%. Además la ganadería con en 16% y el resto un escaso 8% donde se pierden las viñas que tantas páginas han escrito en la historia de nuestro pueblo.
Pero a pesar de su diversidad y con las lógicas disparidades, se puede hacer un balance agregado de la evolución de la agricultura andaluza en la primera década del siglo que, en general, difiere poco de la evolución del resto de las agriculturas en todo occidente. La primera consideración que hay que hacer es la pérdida de peso del sector primario respecto al conjunto de la economía. En este sentido, el valor añadido bruto aportado por el campo andaluz ha ido cayendo a lo largo de los años, pasando del 7,3% que representaba en 2000, al escaso 3,6% de 2009 perdiendo, en consecuencia, la mitad de su peso en el conjunto de la economía regional.
Si bien es verdad que las oscilaciones de la producción agrícola y los malos datos de la última campaña pueden distorsionar la exactitud de las cifras, no es menos cierto que la tendencia es clara hacia una perdida continuada del valor aportado por el sector, lo cual se refleja no solo en términos monetarios, sino también en el número de empleos, que en igual período ha pasado del 11% al 7,4% de los ocupados.
Como se puede observar en el primer gráfico, de la distribución da la Producción Agrícola, la evolución de los distintos tipos de cultivos es desigual, situándose en los dos extremos los productos con mayor peso en el conjunto. Los hortícolas son los que más avanzan, mientras el olivar va progresivamente perdiendo participación. Por otra parte hay una compensación entre cereales y cultivos industriales y mayor participación de frutales y cítricos.
Esta evolución tiene su reflejo en el conjunto de las provincias, donde las hortalizas han ido ganando terreno hasta ser el primer cultivo en cinco de las ocho; el olivar mantiene su hegemonía en dos: Jaén y Córdoba; mientras Sevilla es la provincia que presenta una mayor variedad de cultivos, estando la producción muy repartida entre aceituna de mesa, cereal, cultivos industriales y frutales. Curiosamente, y como siempre suele ocurrir, el producto menos subvencionado, las hortalizas, es que más avanza.
En el segundo cuadro se recogen para el año 2009 la participación de las distintas autonomías al VAB del sector agrario y al de la industria agroalimentaria en el conjunto de España. Aunque durante la década estos datos han permanecido bastante estables, creo pertinente su análisis, ya que es la industria agroalimentaria la que aporta valor añadido en la cadena de distribución de los productos. En el contexto nacional, Andalucía representa el 22,4% de la producción primaria y sólo el 15,3% de la producción industrial. Así, mientras para la primera variable Andalucía encabeza el ranking español, en lo referente a la transformación industrial de estos productos, se ve rebasada por Cataluña cuya aportación a la industria agroalimentaria es el doble de su contribución a la producción.
En datos absolutos, el valor que añade la industria agroalimentaria andaluza sólo representa el 48% de su VAB agrario, siendo una de las regiones españolas que menos valor añade en este indicador. En el caso de Cataluña, la industria añade un 163% respecto al valor de la producción, Navarra lo hace en un 145% y más extremo es el caso de la Comunidad de Madrid donde la industria multiplica por cinco el valor de la producción. Según datos de la Fundación Cajamar, si el grado de transformación de la producción andaluza fuera similar a la media nacional y con la misma productividad por empleado, se produciría un incremento del 57% en el valor añadido del complejo agroalimentario en su conjunto y se crearían en torno a 45.000 puestos de trabajo en el sector.
Un tercer aspecto que hay que observar para comprender la magnitud de los cambios acaecidos en la década, es el comportamiento de la distribución comercial. Ésta, y en especial la alimentaria, ha sido una de las actividades que más ha cambiado. Como se observa en el cuadro los dos tipos de establecimientos que representan a la nueva distribución, supermercados e hipermercados, han doblado prácticamente su cuota de mercado conjunta, mientras el comercio tradicional ha visto reducida su participación desde el 53% hasta el 29%. Aunque estos datos están referidos al conjunto de España, sus valores en Andalucía son prácticamente los mismos.
Esta tendencia a la concentración de la distribución, se da en todos los países, en particular en los del norte de Europa, donde entre las tres primeras cadenas minoristas venden más del 80% de las ventas totales en alimentación, cifra que en Francia y el Reino Unido se sitúa en torno al 60% y que en España ya alcanza el 54% de las ventas totales. Mercadona, Carrefour y Eroski, vendieron en 2009 más de 30.000 millones de euros. En la última década los grandes de la distribución mundial han multiplicado por diez sus ventas, mientras la industria agroalimentaria sólo las multiplicaba por cinco.
La crisis desatada en 2008 está teniendo una gran repercusión, que incide sobre el conjunto de la sociedad. Además de la crisis inmobiliaria, está la financiera, la energética, la ecológica… que han terminado retrayendo el consumo de las familias, lo cual retrasa a su vez la salida de la crisis.
En el análisis tradicional, la agricultura, al tratarse de bienes de primera necesidad, no se ve influida por las crisis recurrentes de los ciclos económicos, ya que son los bienes de lujo y los de consumo duradero los más afectados por la caída de las rentas familiares. No obstante la agricultura no necesita de crisis ajenas, ya que prácticamente el sector vive en una crisis permanente. Efectivamente los precios que paga el agricultor por los inputs que necesita suben de forma constante, mientras el valor se las cosechas tiene un comportamiento más irregular y con tendencia a la baja. Además, la capacidad para aumentar la oferta de productos es mayor que la de incrementar la demanda, lo que lleva a caídas generalizadas de precios o a la formación de excedentes.
Pero hoy día hay problemas nuevos que condicionan todo el proceso de producción y distribución. El análisis tradicional se realiza desde el lado de la oferta, atendiendo a las necesidades de los elementos que conforman la producción. Sin embargo en la actualidad es necesario aproximarse al problema desde el lado de la demanda: los alimentos que el consumidor adquiere en el punto de venta. Antaño, los alimentos que se compraban eran productos de primera, gama que adquiríamos tal como salía de la explotación agraria. Del precio que pagaba el consumidor, la mayor parte era para el agricultor: había un equilibrio entre demanda y oferta.
Con el paso del tiempo, la industria ha ido interponiéndose entre ambos, añadiendo valor a los productos, transformándolos, enriqueciéndolos nutritivamente o garantizando la trazabilidad y la higiene de los mismos. El agricultor dejó de relacionarse con el consumidor, su producto ya no es el que demanda el mercado, sino el que transforma la industria o preparan las comercializadoras.
Quizás el ejemplo más evidente sea el de los productos lácteos. Aún recordamos a los ganaderos con sus cantaras vendiendo por las casas la leche que habían ordeñado esa mañana y que teníamos que hervir dos veces antes de consumirla. Luego se pasó al repartidor de leche ya embotellada, del día; posteriormente fuimos a comprar en la tienda del barrio, en tetrabrik, después pasteurizada, enriquecida con omega 3, con soja, con calcio, con isoflavonas, los yogures, prebióticos… , comprados no en las tiendas de ultramarinos de del barrio, sino en grandes supermercados que exigen al proveedor envasar los productos en su propia marca. Y a todo esto, dónde queda el lechero y la vaca, cuánto del precio que pagamos corresponde a la leche: cada vez menos.
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