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La novena jornada de protestas de los agricultores fue el de las organizaciones agrarias. Aunque ya había habido en días previos manifestaciones convocadas de manera 'oficial' por las asociaciones representativas, este miércoles ha sido el día en el que se han multiplicado las manifestaciones y cortes de carretera en puntos de España y Andalucía organizadas por Asaja, COAG, UPA y Cooperativas Agro-Alimentarias en unidad de acción.
Esta movilización masiva llega con retraso, tras una semana continua de protestas. Evidentemente, la explosión inicial cogió con el pie cambiado a las organizaciones tradicionales, que creían que habían preparado en tiempo récord la movilización.
No supieron ver el nivel de hartazgo de los agricultores y, sobre todo, que tenían prisa por salir a la calle. Es cierto que Asaja, COAG y UPA venían advirtiendo de los efectos nocivos del pacto verde europeo y de los excesivos condicionantes ambientales, a su juicio, de la nueva PAC. Pero es justo cuando la nueva política agraria ha comenzado a aplicarse cuando los productores lo han vivido en sus carnes, algo añadido a cuestiones como los altos costes de producción o la competencia desleal de países terceros. Los productores sufrían y veían cómo en toda Europa se manifestaban: primero en Holanda, luego en Alemania, luego en Francia, en la misma Bruselas. Mientras, las organizaciones agrarias buscaban sus puntos de unidad, preparaban la movilización, sin percibir que la olla estaba en ebullición.
Entretanto se registraba una plataforma, llamada 6F, que iba a agitar el avispero. Fue capaz de crear e impulsar grupos de Whatsapp y Telegram en redes sociales, por provincias, que terminaron por explotar en protestas y cortes de tráfico no comunicados, ajenos a la tradicional forma de hacer las cosas de las asociaciones. Estas no eran especialistas en agitación y propaganda. La plataforma 6F sí.
Durante unos días, pareció asumir el liderazgo del movimiento, pero solo fue un espejismo. Sus líderes probablemente esperaban canalizar a los agricultores para sus fines, pero más bien ha sido al contrario. Han sido estos los que se han apropiado de los grupos de Whatsapp y han manifestado su hartazgo en la calle al margen de ideologías o propósitos políticos.
La fallida 'toma' de Madrid fue la prueba del algodón. En los grupos de agricultores no sentó nada bien que la plataforma propusiera llegar a Ferraz, algo que fue interpretado como un signo claro de politización. Tampoco, seguramente, contribuyó a la afección por el movimiento 6F que los grupos se llenaran de mensajes conspiranoicos, obsesionados con la agenda 2030, los chemtrails (las estelas que dejan aviones con productos químicos que cambian el clima) o la destrucción de embalses. Por poner solo tres ejemplos.
Tampoco la biografía de los líderes de la plataforma era una buena señal. Lola Guzmán, su portavoz, es una ex de Vox; el abogado Xaime da Pena pagó una lona de Desokupa en Atocha en la que se instaba a que Sánchez 'desokupara' la Moncloa y se fuera a Marruecos; Pilar Esquinas, otra de sus abogadas, es una activista contra la destrucción de embalses (según la versión oficial, los que se finiquitan están fuera de uso).
Finalmente, a la convocatoria del sábado 10 acudieron no más de 500 personas, y terminó como el rosario de la aurora, con cargas de los antidisturbios cuando los manifestantes tomaron la M-40 y Lola Guzmán insultando a los policías: "os mató a pocos ETA, hijos de puta". Allí la Plataforma Nacional Defensa Sector del Transporte -la que paralizó el país en marzo de 2022- convocó un paro indefinido que desconvocó inopinadamente el martes. Se suponía que aquello iba a ser la tormenta perfecta de agricultores, transportistas, pescadores, cazadores y ciudadanía en general. No lo fue.
Las organizaciones agrarias saben, tras la explosión del 6F, que el paradigma ha cambiado. La plataforma ha intentado echarles a sus asociados encima al acusarlas de estar subvencionadas, y las asociaciones han asumido un papel más humilde. Siempre han mostrado (al menos de cara al exterior) respeto por las protestas ajenas a ellas, e incluso en algunos casos las han apoyado. Asumen que el agricultor se ha "empoderado" y ha tomado acciones por su cuenta. Y renuncian a una tutela. Ya son adultos, dicen, para cortar carreteras sin comunicar nada, o para realizar las acciones que estimen oportunas. Ya no se manifiestan con sus banderas y sus siglas, como siempre se ha visto en cualquier manifestación agraria. En La Rioja, por ejemplo, han acordado con los grupos locales que siguen protestando que ellas sean las interlocutoras ante las autoridades mientras los agricultores cortan carreteras con decisiones que se toman en grupos de Whatsapp (ya no controlados por la Plataforma 6F) y en asambleas con una cerveza delante.
Advierten, de todas formas, que el exceso puede ser contraproducente y que la simpatía ciudadana puede transformarse en antipatía. Con eso, añaden, el Gobierno saldría ganando y tendría la excusa perfecta para no hacer concesiones.
Los agricultores empiezan a asumir que, aun descontentos con ellas, son las organizaciones tradicionales las que pueden canalizar mejor las soluciones a sus demandas. Otra cosa es que se sientan más exigentes, más fuertes, y vayan a aceptar cualquier acuerdo. Lo mirarán con lupa.
Las protestas agrarias entran en una nueva fase.
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