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Ricardo Pardo | Psicólogo y especialista en adolescentes en conflicto
Ricardo Pardo (Sevilla, 1966) es licenciado en Psicología. Fue director de Proyecto Joven, de Proyecto Hombre en Sevilla, entre 1998 y 2003 y del Centro de Menores Infractores Cantalgallo, dependente de la Consejería de Justicia, entre 2004 y 2009. Desde ese año, preside Adinfa SCA, una entidad dedicada a la atención de adolescentes en conflicto y que, además de contar con consultas externas, tiene un centro residencial especializado para jóvenes con un trastorno de conducta moderado o grave y con violencia filio parental. Es profesor de diversos másteres en los que se aborda la materia.
–Hablan de adolescentes en conflicto y no de adolescentes conflictivos. ¿El matiz del lenguaje es importante?
–Lo hemos hecho para salvar a la persona. Adolescente en conflicto es el que está en un momento de su vida en esas circunstancias, pero no quiere decir que sea conflictivo como característica inherente. La idea de que la persona adolescente no sirve o de que los adolescentes de ahora no son como los de antes se dice desde que el mundo es mundo.
–¿Qué actitudes son las que en una familia deben hacer saltar las alarmas para pedir apoyo profesional?
–Son muchas. Puede ser indicativo cumplir tres o cuatro de estos comportamientos: ir mal en los estudios; que no colabore en las tareas domésticas, lo que implica dejación por parte de los padres y empoderamiento del hijo; no tener horarios adecuados; fumar antes de los 16 años en casa sin que los padres lo permitan; haber tenido varias borracheras en la última semana; abusar del móvil y los dispositivos electrónicos; apostar en línea, por cualquier cosa y no sólo con apuestas deportivas o con dinero; que sustraiga dinero o falte dinero en casa; que tenga amigos consumidores de alguna sustancia o que los padres no los conozcan; que haya violencia verbal (insultos, amenazas o coacciones); agresiones físicas al mobiliario; evidencias del consumo de drogas; agresiones físicas a las personas o que hayan tenido alguna detención.
–¿Hay factores de riesgo personales o en determinadas familias para que un adolescente acabe comportándose así?
–Hay dos. Uno es intrínseco a la persona, biológico y hereditario, por el que se pueden desarrollar tendencias antisociales. Pero un porcentaje aún más alto de la personalidad lo conforman variables ambientales: un 30% se debe a la actividad que mantengan el padre y la madre y otro 30%, aproximadamente, a la escuela, los medios de comunicación, amigos y a la familia extensa. Descrito este panorama, el problema radica en que la familia nuclear no pone normas claras, no se comunica adecuadamente y no exige lo que el niño puede dar de sí en el momento evolutivo en el que se encuentre. Por ejemplo, es habitual ver a un niño de 7 u 8 años dando saltitos y el padre o la madre detrás cargado con sus cosas y las del menor. Eso es ahorrarle realidad al niño, que va entendiendo que la vida es sin esfuerzo. Es un afecto desordenado del padre.
–Me llama la atención que cuando las familias tienen acceso a más información para saber esto, cueste tanto llevarlo a la práctica. ¿Estamos más centrados o interesados en el cuidado de un recién nacido que de todo lo que viene después?
–Los padres se forman en aprendizajes teóricos y lo que estoy proponiendo es en conocimiento personal: la familia tiene que saber expresar el afecto de forma ordenada y sistemática. Es decir, que hay que querer bien. Otro ejemplo, en el hospital que tenemos en Coria para chicos a los que no les vale el tratamiento ambulatorio, aplicamos puntos por cumplir normas y se debe llegar a un mínimo para poder salir los fines de semana. Hay padres que dicen que eso les da igual, que tienen ganas de ver a su niña y la saco. Eso es de persona inmadura. Hay que comprender que respetar y hacer respetar las normas forma parte del amor.
–Hace falta disciplina también en los adultos.
–Las normas expresan el afecto ordenado y sistemático y suponen un esfuerzo enorme por parte de los padres. Y hay que categorizar, porque no es lo mismo el respeto que la forma de vestir, aunque eso nos preocupe. Las normas de primera categoría son el respeto, las de segunda son colaborar en tareas domésticas, estudios o actividad productiva, horarios e higiene e implican también a los padres, y las de tercera categoría son las que no determinan la convivencia en la familia. Ojalá se nos quedara grabado. También hay que poner consecuencias y aplicarlas. Si no, el niño se lía y se vuelve inseguro. Un adolescente por sus características necesita seguridad.
–¿El fenómeno de los adolescentes en conflicto va a más?
–Sí, porque la sociedad sigue empeñada en no madurar, en no hacer el proceso de crecimiento personal y coger el toro por los cuernos: hacer una reflexión de mi forma de educar siendo completamente honesto. La mayoría de los padres no estamos dispuestos a convencernos de que la vida es con esfuerzo y hay que transmitírselo a los niños, somos ambivalentes y, depende de cómo nos coja el cuerpo somos muy permisivos o autoritarios.
–¿Qué papel tienen las redes sociales?
–Con las redes sociales el fenómeno se multiplica. Casi el 90% de los chavales que atendemos tienen adicciones sin sustancia a redes sociales, apuestas on line, a series...
–¿A series?
–Sí, se les crea un vacío existencial enorme cuando acaban, se identifican con los personajes adolescentes. Las ven durante horas, en detrimento de un sueño adecuado. El control de las redes sociales es vital y aconsejaría que con menos de 15 años no se permita tener móvil o dispositivos en la habitación .
–¿Cómo está influyendo el confinamiento y la pandemia? Le escucho con todo esto que explica y se me vienen las imágenes de chavales atacando a la policía porque les dice que tienen que disolver un botellón o llevar mascarilla.
–Sí tiene que ver. Durante el primer confinamiento se pasó más o menos bien porque los padres bajaron la exigencia muchísimo: come lo que quieras, duerme más, coge el móvil, no hay que hacer nada. ¿Qué ha pasado ahora? Que hay dos características universales de los adolescentes, que es importante saber: una acusada vivencia de injusticia ante acontecimientos cotidianos y la invulnerabilidad. Es casi imposible luchar contra esto, ni aunque el virus les hubiera atacado de forma más acusada a ellos. Es una lucha constante y lo seguirá siendo.
–¿Cómo trabajan en Adinfa con estos casos?
–Al margen de los factores que he citado, hacemos un diagnóstico y decidimos el tratamiento mejor, ambulatorio o residencial, con una separación del núcleo familiar porque los padres han perdido autoridad y no pueden hacerse cargo. En ambos casos hacemos lo mismo. El proceso es ordenar, conocerse, aceptarse y quererse.
–Ordenarle la vida al chico como no lo han logrado en casa.
–Entre comillas, como una mili civil. Tenemos la intensidad puesta sobre la comunidad, por la importancia de los iguales en la adolescencia. Para ellos no es lo mismo que un terapeuta o un padre te diga que tienes que hacer algo a que te presione un compañero, por la división de tareas que existe. Tenemos psiquiátras, psicólogos, maestros, trabajadores sociales y educadores sociales. En el día a día, se combina la gestión de la casa y las tareas domésticas, dándole mucha importancia a la comida, al deporte y están cinco horas estudiando, porque al principio no pueden ir al colegio, porque son chavales con riesgo de derivar en comportamientos delictivos.
–¿Qué pronóstico tiene un adolescente en conflicto, a cuántos se logra rescatar de un futuro más complicado?
–Nosotros apostamos por todos, pero la realidad nos dice que mientras más patologías asociadas al trastorno de conducta el futuro es más complicado.
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