"Incorporamos el color del entorno, como los camaleones"
Evaristo Guerra | Pintor
A sus 19 años, un Evaristo Guerra (Vélez-Málaga, 1942) recién llegado a Madrid ingresó en la Escuela de Artes de San Fernando, pero sólo estudió un curso ("Aprendí la técnica, pero lo demás no me interesaba", afirma). En 1995, tras una gran exposición en el Centro de la Villa de Madrid en la que presentó su histórico Homenaje a la luz de Andalucía, comenzó a pintar la decoración interior de la Ermita de los Remedios de Vélez-Málaga, un proyecto monumental que culminó en 2007 y que hizo posible su regreso a su tierra.
-Siendo usted hijo de panadero, ¿cuándo se dio cuenta de que lo suyo no eran los molletes?
-Muy pronto. De niño me gustaba mucho el pan, pero no tanto. Siempre encontraba huecos para pintar y dibujar.
-Y se fue a Madrid en un coche lleno de verduras.
-Directo al mercado de Legazpi, con trescientas pesetas en el bolsillo. Tenía 18 años y ya había perdido a mis padres. Quería ser pintor y aquella furgoneta fue mi mejor pasaporte.
-¿Llegó a pensar que aquellas trescientas pesetas le cundirían tanto?
-Fíjese si las tengo presentes, que guardo en mi estudio un billete de una peseta de aquellas trescientas.
-¿Había que marcharse a Madrid para atrapar en el lienzo los paisajes y la luz de Andalucía?
-Así es. Viví muchos años en Madrid, permanentemente enamorado de la luz y el color de Andalucía. Porque en Madrid la luz es otra cosa, claro. Un cuadro como Las Meninas de Velázquez es consecuencia directa de esta luz. Si Velázquez hubiera pintado el cuadro en Sevilla, Las Meninas sería otra cosa, tendría otro color, porque la luz habría sido otra. Me di cuenta de todo esto cuando un día, en Madrid, un comprador me recomendó que volviera a Málaga una temporada porque mi obra se estaba volviendo gris. Y tenía razón. En esto, los seres humanos somos camaleones: incorporamos el color del paisaje y del entorno.
-Y volvió para quedarse.
-Antes de ir a Madrid pintaba bodegones y otras cosas además de paisajes. Pero cuando empecé a pintar la Ermita de los Remedios observé a mi alrededor los almendros en flor y comprendí que todo lo que necesitaba, todo el paisaje que andaba buscando, estaba aquí, en mi tierra. Y decidí quedarme.
-¿Y no se ha arrepentido?
-No, desde luego. Aquí tengo la luz que necesito.
-El Museo de Málaga reabrió sus puertas en el Palacio de la Aduana hace poco más de dos años sin ninguna obra suya en la sección dedicada a los artistas contemporáneos.
-Así es. Y, la verdad, me sentí muy triste. Afortunadamente, estamos estudiando la posibilidad de llevar al museo mi Homenaje a la luz de Andalucía, un cuadro de grandes dimensiones que conservo en mi estudio en el que todas las provincias de la comunidad aparecen evocadas a través de sus colores más representativos, que además crean unidos una trama muy particular. La directora del Museo de Málaga, María Morente, me ha asegurado que le interesa mucho mi obra. Así que espero que se solucione.
-¿Le ha abandonado alguna vez la inspiración?
-La inspiración está siempre, pero hay momentos malos, claro. Eso sí, en mi arte siempre mando yo. Y si hoy puedo decir esto es porque he tenido una compañera ideal, que ha estado siempre junto al pintor y que sólo ha querido que yo fuese feliz pintando. Pero te diré que más de una noche me he acostado pensando cómo nos las íbamos a componer si al otro día no vendía un cuadro. Cuando tienes hijos se pasa muy mal si solamente sospechas que vas a tener dificultades. Afortunadamente, siempre ha aparecido un comprador, una galería, alguien del mundo del arte que me ha comprado un cuadro en el momento justo. A menudo pienso que tengo un ángel de la guarda pendiente de mi familia.
-Imagino que ha jugado a su favor su querencia popular. Sus obras comunican bien de manera inmediata con la gente.
-Así es. Me gusta pensar que no hace falta interpretar lo que pinto, todo se da tal cual. Eso lo tengo presente sólo con coger un lápiz y un papel. Pero aunque esto sea verdad, tengo que decir que si llegué a ser conocido fue porque hubo gente que me ayudó. Cuando tenía veinte años conocí a Manuel Alcántara en Madrid, le gustó mucho mi pintura y habló mucho de mí. Lo mismo me pasó con Cela, con Antonio Gala, con Pepe Hierro: todos me ayudaron mucho. A partir de aquí, por supuesto, que alguien te compre un cuadro, se lleve una parte de tu interior y encima eso le haga feliz es como para dar cuatro vueltas al ruedo.
-¿Tiene asegurado el futuro de su legado?
-Conservo exactamente 240 cuadros que me traje de Madrid a Torre del Mar y que en su momento destiné a mis tres hijos, pero ellos decidieron cederlos al museo que el Ayuntamiento de Vélez-Málaga, que ya me dedicó una calle, se ha comprometido a construir con la colaboración de la Fundación Unicaja.
-¿Cómo es su día a día como pintor?
-Como fui autónomo, ya estoy jubilado. Antes, para dar de comer a mis hijos tenía que trabajar catorce o quince horas. No soltaba el pincel. Ahora, cuando vienen mis nietos, dejo de pintar y me voy con ellos a comprarles algo al quiosco.
-En eso no se parece usted a Picasso.
-Al que tanto admiro. Cada cual tiene lo suyo.
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