"Si haces caso a las reseñas, cada semana hay ocho obras maestras"
Juan Bonilla | Escritor
Juan Bonilla (Jerez, 1966) es introvertido, pero gana mucho en las distancias cortas. Periodista de formación, gamberreó en sus años mozos en el Diario de Jerez. Con la novela Nadie conoce a nadie no quedó contento hace 25 años, pese al éxito en el cine, y decidió escribirla de nuevo: Nadie contra nadie (Seix Barral). Premio Nacional de Narrativa, recuerda con el "corazón partido" su infancia y juventud: "Mi padre trabajaba para Ruiz-Mateos. Yo vivía en una casa de Rumasa, me daban becas de Rumasa, nos poníamos malos y el médico era de Rumasa... Sonará a la dialéctica del amo y el esclavo, pero para mi familia fue una bancarrota absoluta su expropiación, una historia que está por contar".
–El capillita andaluz se enfadó mucho con Nadie conoce a nadie. ¿Espera obtener su indulgencia con Nadie contra nadie?
–No la espero ni la necesito. Me da igual molestar a gente que no me importa, aunque no me parece un mérito.
–Le cogió manía a aquella novela, "un coñazo insoportable". ¿En vez de seguir renegando de ella ha preferido reescribirla?
–La he escrito entera de nuevo. Fue un experimento, me apetecía seguir escribiendo y estaba viviendo en León a diez bajo cero. Era una manera de volver a Sevilla.
–Admite que escribió la primera por dinero. ¿Por qué tanto pudor entre los escritores para hablar del parné?
–No sé. Es esa vinculación un poco nefasta de este oficio con las musas, la inspiración, espectros, cosas poco racionales. Yo me lo he tomado siempre como un oficio, como una artesanía.
–Y le pagan.
–Claro. Y en los 90 el mundo editorial apostó por jóvenes: Mañas, Ray Loriga...
–¿Los jugadores de rol han hecho las paces con usted?
–Me temo que no, pero creo que no leyeron la novela. Si saco a un policía corrupto, no quiero decir que la Policía sea corrupta o a un jugador de rol tarado, no significa que el juego sea de tarados. Quien lo lee así, lee mal.
–¿Cuánto le han preguntado qué provocó los sucesos de la Madrugá de 2000?
–Esa mañana recibí una llamada de RNE preguntándome qué había pasado en Sevilla y pensé que me estaban gastando una broma. Me parece evidente que la versión oficial no se sostiene, que fueron sucesos consecutivos sin relación no hay quien se lo crea. Tampoco había muchas ganas de investigar.
–Dice el protagonista: "Un filósofo es un periodista que no se conforma". ¿Tan abajo estamos en el escalafón?
–Del periodismo nada más que se pueden hacer elegías. Era el oficio más envidiable del mundo, una obra maestra de la contemporaneidad donde te encontrabas a Maradona, un artículo de Zizek, una entrevista al Papa... Pero por empresas que no tienen que ver con el oficio y por la huida de periodistas a los gabinetes, ahora se hace propaganda o publicidad. La pérdida de profesionalidad ha sido tanta que estamos, también yo, bastante bajos en el escalafón.
–Siempre lo ascendían a jefe al poco de empezar. ¿Me da la fórmula mágica?
–Como decía Tía Anica la Piriñaca, yo nací con muy buena estrella. No creo que sea una fórmula mágica, tiene más que ver con la astronomía, vaya.
–¿Por qué hay que volver a Unamuno?
–Es pasión desatada. Existe el Unamuno intelectual, el de la película de Amenábar, que está bien, pero luego él era pura pasión. Tiene una de las prosas más desatadas de la literatura española, era un sabio y no temía incurrir en paradojas. Al escritor y al pensador al que más riñe en su obra es a... Unamuno.
–¿Para qué sirve ser Premio Nacional de Narrativa, además de para ponerlo en la solapa? ¿Sube el ego?
–Lo primero es mirar la lista de ganadores y cuando ves que lo ha ganado mucho escritor que hoy está completamente olvidado, se te baja el ego a los tobillos.
–Al hilo de polémica de Carmen Mola, ¿confirma que Juan Bonilla no es el seudónimo de tres señoras o de Pepe Serrallé, Nacho Garmendia y Manolo Barea?
–Ni afirmo ni desmiento. Con alguno de esos nombres quizás tenga algo que ver.
–Como buen husmeador de libros, ¿cuál es el sitio más extraño donde ha comprado alguno?
–Un burdel de Bogotá, al que naturalmente fui porque era una librería de viejo, y una peluquería de señoras de San José de Costa Rica.
–Abomina de la solemnidad literaria. ¿Es peor eso o un gol a su equipo en el último minuto del descuento?
–Desde que me quité de mi equipo ya los goles en el descuento me dan igual; la solemnidad no. Envejece fatal, no la soporto, soy alérgico a ella y si trata de sermonearme... acabáramos.
–Usted que macarreó tanto en el periodismo cultural, ¿echa de menos esa frescura en los medios?
–Sí. Falta un poco de valentía y gamberrismo; eso deberían hacerlo periodistas jóvenes porque es más fácil si eres un inconsciente. Lo echo bastante de menos porque si haces caso a las reseñas, cada semana se escriben siete u ocho obras maestras.
–Dejémonos de esas tontadas de los libros y hablemos de cosas serias. Muy mal el Barça, oiga.
–Peor para ellos, me la sopla el Barça.
–Se ha quitado del barcelonismo.
–Sí, y quitarse de un equipo de fútbol es de las cosas más complicadas de hacer del mundo. Era muy barcelonista y ya no por cuestiones políticas. El Barcelona fue secuestrado por unas directivas irracionales. Eso llevaría a la pregunta: ¿me hubiera quitado del Atlético cuando lo presidía Gil? Me temo que no es lo mismo. El Barça dio un giro, se creyeron de verdad la cosa legendaria del más que un club como representación de ideas catetas como son las del nacionalismo.
–Usted jugaba con el 14. ¿Johan Cruyff era su pastor?
–Absolutamente, era Dios. No he visto nunca a nadie tan elegante, tan sabio, una maravilla. Mi padre conducía camiones y valencianas (autobuses), y el momento más intenso de mi infancia fue cuando llevó al Barça al Trofeo Carranza. Cuando vi entrar a Cruyff en la valenciana fue una epifanía total.
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