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Luis Márquez: "Muchos andaluces ven que la región progresa, pero piensan volver ya jubilados"

El periodista sevillano Luis Márquez, en el viaje que realizó a Tanzania. / M.G.
Juan Antonio Solís

13 de septiembre 2024 - 07:00

Luis Márquez (La Luisiana, Sevilla, 1981) es periodista y lleva media vida trabajando en la televisión. Es uno de los rostros clásicos del formato Andaluces por el Mundo, de Canal Sur, desde sus comienzos, hace ya 18 años. Ha recorrido el planeta realizando más de 100 programas en otros tantos lugares del mundo y fue premio Ondas como reportero del programa 75 minutos, también de Canal Sur. Empezó en Diario de Sevilla y hoy colabora en la Cadena SER. También es profesor universitario.

–¿Cuándo lió el petate?

–El programa empezó en 2006, es pionero del formato junto a Madrileños por el Mundo. Yo me incorporo al año siguiente. Ha tenido varios nombres y algún retoque en el formato. También ha tenido picos en sus 18 años y ahora lo ve más gente que nunca, está en su mejor momento. 

–Y eso que hay más competencia que nunca y que el modelo televisivo clásico ha saltado hecho trizas.

–Sí, sí. Y una cosa muy importante es la estabilidad de ese share. Eso es clave para Canal Sur. No es un programa de modas, se ha convertido en una cita fija ya los domingos en prime time. Llevamos siete u ocho años sin parar de emitir.

–Hubo algún parón por la crisis, entonces.

–Sí, y eso que una de las cosas buenas que tiene, es que es barato de producir. La gente puede pensar lo contrario, pero es de bajo presupuesto porque el equipo para producirlo es reducido, luego viajamos dos, el cámara y el reportero. Abrir un plató ya sale más caro que cualquier viaje. Somos unos veinte entre redactores, editores, reporteros, cámaras...

–Los destinos golosos se lo jugarán a piedra, papel o tijera...

–Jajaja. En estos 18 años, la única petición que he hecho fue Islandia, porque tengo un vínculo personal con esa isla. Estuve viviendo cuatro meses, volví un par de veces por mi cuenta y un día vi que estaba en la lista del programa. Me fascina ese país. Y estaba el volcán en erupción en ese momento...

–¿Las historias acuden más que se buscan?

–Los redactores agarran el pico y la pala, rastrean mucho en redes sociales... Cuando yo empecé en 2007 no había nada de esto, ni Facebook. Hoy, el programa está tan consolidado que la mayoría nos escribe previamente. Y muchos andaluces echan raíces en otros países por amor. La mayoría tiene previsto volver, pero cuando se jubilen. Aunque ven que la comunidad prospera, saben que es probable volver al estatus de mileurista y en sus países se han trabajado un buen nivel de vida. Y bien que se lo han labrado: muchos insisten en que lo pasaron mal al principio y que su resistencia los llevó a progresar. Tenemos una base de datos brutal. Y muchos cambian de país, o van y vienen...

–Lo nuclear es que haya una historia interesante que contar. Como un guion sólido de una película: es el esqueleto. 

–Por supuesto. Pero también es vital una persona que tenga ganas de contarla y lo sepa transmitir. No es que hagamos castings, pero sí seleccionamos las historias que se adapten al formato televisivo, al final se trata de un programa de entretenimiento. Lo principal es la historia humana, pero es un día entero de grabación y se debe mantener el estímulo de contar. Alguna vez, pocas, el entrevistado no ha captado el propósito del programa. Pero tenemos muchos asideros a los que agarrarnos para que todo fluya.  

"El factor humano pesa más que el periodístico en estas situaciones, y el andaluz se abre rápido”

–Y ahí aflora el carácter expansivo del andaluz.

–En nuestra naturalidad está el compartir, incluso temas muy sensibles, de problemáticas privadas. Nos abrimos muy rápido. En un solo día pasamos con ellos 12 ó 13 horas grabando y te da tiempo a conocer a esa persona de una forma que ni ellos se esperan. A menudo me dicen: “No esperaba contarte esto hoy, no se lo he contado a nadie...”. Muchas veces somos como un pequeño bálsamo. El entrevistado piensa “hoy estoy en mi tierra, a la que hace dos años que no voy”. Y se abren muchísimo. El factor humano pesa más que el periodístico en estas situaciones. Y yo me abro mucho con ellos también fuera de cámara. Es justo que si se abren conmigo, yo también lo haga con ellos. Mantengo el contacto con muchos y con alguno incluso he trabado amistad. 

–¿El próximo viaje? 

–Me voy mañana (el jueves 5 de este septiembre) a Rumanía. Con los chavales llevo un par de semanas hablando. La emisión de los programas no va en orden a su producción. A veces nos guardamos alguno y lo emitimos en otra época más oportuna, por clima por ejemplo.

–A veces se echa de menos un imposible: que se transmitan los olores. 

–Es cierto. Y sobre todo por la comida, que llama muchísimo la atención de los telespectadores. En unos callejones junto a un mercado de Corea del Sur, de repente nos llegó un olor fétido muy extraño. Estaban cocinando perros. No es habitual ya, pero hay sitios donde aún lo hacen. Había un par de perros muertos. Tomamos imágenes pero al editar decidimos cortarlo, por no herir sensibilidades en nuestra cultura occidental.

–¿Llegó a pasar miedo?

–En el último viaje a Angola nos detuvieron unos policías y nos quitaron los pasaportes sin motivo alguno. Dos horas interminables.

–¿Qué destino le ha decepcionado?

–Más que uno en concreto, me decepciona que en el primer mundo, las ciudades cada vez se parezcan más. A veces te entra el síndrome de los azafatos, que no saben dónde están y que si ven a gente con ensaimadas descubren que están en las Baleares. Los centros de las ciudades, por desgracia, cada vez se parecen más. Con sus impersonales franquicias...

–Pero a veces el viajero, sobre todo joven, cuando viaja busca la identificación más que la diferenciación.

–Totalmente. Ese factor sorpresa que antes era fundamental en los viajes cada vez cuenta menos. Viajamos más por imitación. Las redes sociales son vidas editadas y lugares editados. No son lugares reales, hay una edición a tu gusto. A lo que había en tu mente. 

–¿Qué suele echar más de menos el andaluz, aparte del clima y la comida?

–¡La Seguridad Social! 

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