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Raúl Rodríguez. Músico.
-El viaje de La raíz eléctrica pasa por EEUU de la mano de Jackson Browne, Mali y Haití, entre otros lugares. Pero, ¿dónde se sitúan su origen y su destino?
-El origen y el destino son el mismo camino. Aquí es el camino el que hace al caminante. Seguramente, la estación más importante ha sido la formación de la banda que me acompaña en el viaje, en la que hemos trabajado durante tres años hasta consolidarla. Con ella haremos la gira de presentación.
-¿Y cómo le condujo el camino hasta Haití?
-Jackson Browne me sugirió que asistiera a un encuentro de compositores que se celebra en Jacmel, una pequeña ciudad costera de Haití. Browne colabora, a través de su fundación Artists for Peace and Justice, en el Instituto Artístico de Cine y Audio, una escuela donde se forman técnicos de ambas disciplinas en el mismo Jacmel. Cada año se celebra un encuentro de músicos donde los autores van allí a componer. Yo llevé un par de canciones a medio hacer, Let the rhythm lead y El viajero, y allí tuve oportunidad de trabajar con músicos como Jonathan Wilson y el maliense Habib Koité. Llegué a hacer dos viajes a Haití y me llevé un leñazo importante, tanto por la situación del país como por la forma tan vital con la que allí se respira la música.
-De hecho, en su álbum colabora el grupo haitiano de metales Lakou Mizik además del propio Browne.
-Así es. Conocí a los Lakou Mizik en Jacmel mientras terminaba mis canciones e hice con ellos unas primeras grabaciones allí. Tocan unas trompetas metálicas llamadas koné que sólo dan una nota; cuando se reúnen varias, pueden salir las armonías más diversas, como un jazz muy crudo. Cuando los vi me parecieron una pre-marchin' band, un antepasado de las bandas de jazz de Nueva Orleans. De hecho, la población esclava africana que llegó a Nueva Orleans lo hizo a través de Haití. Hasta entonces, la música que más se escuchaba en Nueva Orleans era el fandango barroco, de origen andaluz; los sones que incorporaron los esclavos haitianos permitieron una fusión única. Por eso llamé a los Lakou Mizik cuando después grabé La raíz eléctrica. Quería reproducir esa magia.
-¿Encontró entonces en Haití lo que buscaba?
-En el estudio del Instituto Artístico de Jacmel pasó una cosa muy curiosa: encontré una guitarra eléctrica en el suelo, la cogí y empecé a tocar. Hacía veinte años que no tocaba una guitarra eléctrica. Durante todo este tiempo he estado entregado al tres y a la guitarra flamenca, sin volver a la electricidad. Pero justo entonces comprendí que había una conexión eléctrica en todo lo que estaba encontrando. Sentí que me había ido al otro lado del mundo a buscar la música más pura del Caribe y que lo que encontré fue la rumba eléctrica, la misma que yo mismo había tocado con Kiko Veneno, con Pata Negra y con todo aquel mundo maravilloso que tuve la suerte de conocer en Sevilla. Sufrí una especie de cortocircuito: tuve la impresión de que en todos mis viajes había estado huyendo de mí, pero que yo seguía siendo el de la guitarra eléctrica. Como si hubiera atravesado el espejo.
-¿Su invención del tres eléctrico respondió a ese descubrimiento?
-En realidad, el tres eléctrico me lo había fabricado antes, después de hacerme el tres flamenco. Lo probé con Jackson Browne, pero después no le di mucha cancha. Hasta que encontré su sitio en La raíz eléctrica.
-¿Sospechaba que volvería al pulso eléctrico, tarde o temprano?
-Lo intuía, pero no tan pronto. Ya hemos abandonado aquello del rock and roll en la plaza del pueblo. Pero se le puede meter un calambrazo a la música de raíz, por supuesto. Eso sí, prefiero hablar de rizoma antes que de raíz: en la música, las raíces se expanden en todas direcciones, como en una papa. Los brotes salen en función del chispazo.
-¿Qué queda de Diego del Gastor en su trabajo?
-Queda la vergüenza. Y queda la ética. Un trabajo como La raíz eléctrica tiene mucho de estética, pero también de ética. El trabajo tiene que ser verdad. Por cierto, hace poco conocí en Los Ángeles a un antropólogo que estaba haciendo una tesis sobre Diego del Gastor, la música de Morón de la Frontera y la influencia de los americanos de la base. Así es la música popular: se comparte siempre.
Músico y antropólogo, Raúl Rodríguez Quiñones creció en el ambiente de la contracultura que prendió en los 70 en su Sevilla natal, de la mano de su madre, Martirio, y de aliados como Kiko Veneno y Pata Negra. En 2003 fundó el grupo Son de la Frontera, que desde Morón y bajo la inspiración del arriateño Diego del Gastor puso el mundo del flamenco patas arriba. En 2014 lanzó su primer disco en solitario, Razón de Son, y el próximo día 22 saldrá el segundo, La raíz eléctrica, exultación del afro-flamenco-eléctrico en formato libro-disco ilustrado por Javier Mariscal. En noviembre comenzará la gira de presentación.
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