9-N, 27-S, 1-0 y mucho más…
Los catalanes han sido llamados a las urnas tres veces en tres años para decidir sobre la independencia.
¿y el lunes, qué? Pues a seguir con la bola, la serpiente de la que sale otra serpiente y así sucesivamente. Hay quien sostiene que el Gobierno independentista de la Generalitat carece de un plan para mañana, más allá de declarar una independencia inaceptable por España ni por la comunidad internacional. Así que tanto si la Generalitat es intervenida por el artículo 155 de la Constitución como si Puigdemont recula, los catalanes volverán a ser llamados a unas legislativas.
Y se dirán plebiscitarias. Pero con la de hoy, los catalanes habrán sido llamados a las urnas tres veces en los tres últimos años para pronunciarse sobre la independencia. Las dos anteriores no se pueden considerar, formalmente, referendos de autodeterminación, pero se plantearon como tal, y se vivieron con especial angustia -en Cataluña y en el resto de España- porque se anunciaron como puntos de no retorno. En las dos -una de ellas fue una consulta y la otra unas legislativas autonómicas- no hubo una mayoría independentista que diese el vuelco en las urnas.
Artur Mas convocó el primer referéndum en noviembre de 2014, el 9-N. Ante la certeza de que la convocatoria era ilegal, el president fue reduciendo las expectativas hasta hacer un simulacro, una mera consulta. Aun así, y a diferencia de lo que ocurra hoy, hubo mesas electorales, junta electoral y escrutinio oficial, diseñado y ejecutado por el Centro de Telecomunicaciones de la Generalitat. Hasta se habilitó un centro de prensa en el antiguo pabellón de Italia en Montjuic, donde compareció la entonces vicepresidenta para informar de la jornada.
No hay nada de eso esta vez. El 9-N votaron a favor de la independencia 1,8 millones de catalanes, aunque podían hacerlo todos los mayores de 16 años censados en municipios catalanes. Se calcula que, de este modo, el censo hubiera sido de 6,1 millones de personas. En cualquier caso, menos de la mitad de los cuatro millones de electores que pueden concurrir a unos comicios autonómicos.
Rajoy llegó a un acuerdo de última hora con Mas a través de varios intermediarios, de tal modo que dejaría que se colocasen las urnas siempre que la Generalitat se abstuviese de festejar de modo público los resultados. No fue así, Rajoy se sintió engañado una vez más.
Pero tan mal le salió aquello a Mas -los resultados sólo mostraron una quiebra total de la sociedad catalana- que disolvió el Parlamento y convocó elecciones legislativas para el 27 de septiembre de 2015. Esta vez, sí, Mas aseguró que ésos serían los comicios definitivos, porque se planteaban como un plebiscito. Si su coalición, que fue Junts pel Sí, conseguía una mayoría absoluta, proclamaría la independencia. Las elecciones se celebraron, pero la alianza de la antigua Convergencia y ERC no logró la mayoría absoluta, el 39,6% de los votos de un total de 4,1 millones de papeletas. Los radicales de la CUP aportaron los escaños que necesitaba para gobernar, pero pidieron la cabeza de Mas. La antigua Convergencia aceptó, y Carles Puigdemont fue elegido con los votos de la CUP, de ERC y de PDeCAT, pero el voto popular, incluido el de los cuperos, no sumaba una mayoría absoluta de catalanes, de ahí la carencia de legitimidad del actual Govern para llevar a la independencia. Ambas formaciones no llegaban al 48%, aunque una tercera, la marca de Podemos, sí coincidía en el derecho a decidir, aunque con garantías.
Con el rumbo marcado por la CUP, Puigdemont rompió los planes con los que su partido se presentó a esas elecciones y volvió a fijar otro referéndum de autodeterminación: el de hoy. Nadie en la Generalitat, tampoco su ley, establece un mínimo de participación para proclamar la independencia. Ni siquiera hay medios para medir cuántos ciudadanos van a acudir a la llamada. La Asamblea Nacional de Cataluña aseguró ayer que un millón de votos sería un éxito completo. Un millón de 5,3 millones de ciudadanos llamados a votar.
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