46 años de preparación para ser Rey

El Príncipe comienza hoy su reinado como Felipe VI con el bagaje que ha ido adquiriendo como heredero desde la infancia

Pilar Cernuda

19 de junio 2014 - 01:00

SE lo comunicó el Rey a principios de año, y cuentan quienes compartieron el secreto con ellos -alto personal de la Casa del Rey- que padre e hijo se emocionaron, conscientes de lo que significaba que don Juan Carlos decidiera abdicar. Porque fue suya la decisión. La había sopesado, analizado los pros y los contras, había hablado del asunto con algunas de sus personas más cercanas, más leales, con las que tiene más confianza, para conocer su opinión. Pero la decisión la tomó sólo después de convencerse que era lo mejor para España.

Por la necesidad de un cambio generacional en la institución, como el mismo indicó en su discurso en el que explicó las razones de la abdicación. Fue la única razón. Se encuentra bien de salud, pero le fallan las piernas, lo que le incomoda y provoca ratos de malhumor. Y desde luego no ha influido la ola de republicanismo que invade determinados sectores sociales en los últimos años. No cree que pongan en peligro la Corona; si lo pensara no habría abdicado, por carácter y por espíritu militar se crece ente la adversidad. Abdicó porque cree que es necesario el cambio, y sobre todo porque considera que su hijo, que reinará como Felipe VI, está perfectamente preparado para asumir sus responsabilidades.

Sienten profunda admiración uno por el otro, no es cierto que sus relaciones sean distantes como apuntan algunos cronistas estos días. Hubo distanciamiento cuando don Felipe era un adolescente. Sin embargo hace ya años que la relación entre padre e hijo es de gran confianza, de un enorme cariño y de respeto. Despachan formalmente de forma periódica, cada vez con más frecuencia, y hace ya años que en cada ocasión en la que hay que afrontar una situación especialmente delicada el Príncipe la analiza con el Rey y con el Jefe de su Casa. Participa don Felipe en ese análisis, ofrece sus puntos de vista, escucha y generalmente coincide con las apreciaciones del Rey.

Nunca ha sido un príncipe a la espera, es un sentimiento que dice tener Carlos de Inglaterra pero que don Felipe siempre ha asegurado que jamás había vivido, porque tenía mucho que hacer, mucho que aprender, un papel institucional que cumplir.

Nació el 30 de enero de 1968 y a las pocas semanas fue ya protagonista de un hecho histórico: la Reina Victoria Eugenia rompió su exilio de 37 años para trasladarse a Madrid y ser madrina de su bisnieto, que estaba segura de que un día sería rey. En ese bautizo coincidieron la Reina, Franco, y don Juan, acontecimiento de un alcance que Felipe de Borbón y Grecia comprendió muchos años más tarde, cuando tuvo oportunidad de conocer en profundidad la historia de España, la de su familia, la lucha que mantuvieron Franco y el conde de Barcelona por la reinstauración monárquica y la que mantuvieron también don Juan y su hijo cuando Franco designó a éste último su sucesor.

El aprendizaje y formación del príncipe fue exhaustivo, permanente, pero no duro como el de su padre, en el que sorprende su aguante para sobrevivir a las tensiones que vivió desde su cuna, el alejamiento de su familia, los problemas que se le acumulaban y en los que no tenía capacidad para intervenir. Felipe de Borbón y Grecia creció rodeado de cariño y de presencias muy queridas, pero sus privilegios siempre estuvieron acompañados de disciplina. Don Juan Carlos y doña Sofía tenían muy claro que el heredero de la Corona debía tener los pies sobre la tierra, no sentirse superior a los demás y ser consciente en todo momento de que representaba una institución cuyo prestigio dependía en buena parte de su comportamiento.

Cuando finalizó sus estudios de secundaria en el colegio de Santa María de los Rosales, donde era tratado exactamente igual que el resto de los alumnos, fue matriculado en Lakefield, un colegio canadiense conocido por su rigor, y que había tenido entre sus alumnos a varios miembros de casas reales europeas. Era también la oportunidad de mejorar su francés, que en aquel momento no hablaba y escribía con tanta soltura como el inglés; y también la oportunidad de tomar decisiones por sí mismo alejado del paraguas familiar, aunque un ayudante elegido por el Rey, el entonces teniente coronel Alzina, se instaló muy cerca del colegio para servirle de apoyo.

Después vinieron las Escuelas Militares, que el Príncipe recuerda como una época muy feliz en su vida, con la vuelta al mundo en el buque escuela Sebastián Elcano, y a continuación la carrera de Derecho en la Autónoma complementada con algunas asignaturas de Economía. Y luego los dos años en Washington, en la universidad de Georgetown para estudiar un máster en relaciones internacionales, una época que, antes de casarse, don Felipe definía como la mejor de su vida.

Compartía un apartamento con su primo Pablo de Grecia y aunque una persona se ocupaba de atenderlos, debían cocinar, limpiar, hacer la compra e incluso administrar el dinero que les enviaban su padres. El príncipe se sintió verdaderamente libre, tomaba sus decisiones, viajaba, hizo grandes amigos de muy distintas partes del mundo, salía con chicas sin verse permanentemente seguido por reporteros españoles como le había ocurrido con Isabel Sartorius, y cuando regresó a España definitivamente había dejado de ser un adolescente.

Pero no era un príncipe a la espera, sino en estado permanente de formación, así que viajó a Bruselas para conocer el funcionamiento de la Unión Europea, hizo visitas a los distintos ministerios para conocerlos por dentro, visitó las comunidades autónomas y a través de una secretaría propia a cuyo frente se puso a un abogado del Estado, Jaime Alfonsín, que continúa a su lado, se elaboró una agenda propia. Con una parte oficial y otra privada.

Eligió dos campos de actuación con los que completar el trabajo del Rey, el voluntariado, los jóvenes, y la defensa del Medio Ambiente. Pero, fuera del programa oficial, ha dedicado todos estos años a conocer a personas de su generación de muy distintos campos de actuación, científicos, jóvenes empresarios, políticos de todas las tendencias, profesores, deportistas, intelectuales, profesiones libres, mundo de la cultura y el espectáculo… El Rey tiene fama de ser el hombre mejor informado de España y uno de los mejores informados del mundo, con unos contactos internacionales como no se conocen a ningún otro Jefe de Estado. Don Felipe tendrá que hacerlos, aunque el hecho de que padre le encargara en el año 96 que le representara en las tomas de posesión de los presidentes iberoamericanos le ha convertido en un personaje muy popular en un continente donde además conoce a gente muy distinta. Pero lo que no duda quienes le conocen, es que no hay español de 46 años que conozca tan profundamente a personas tan diferentes de su quinta y más jóvenes. Ha sido uno de sus empeños en estos años de colaboración con el Rey en los que, padre e hijo, coincidían en la necesidad de que cuando llegara el momento de convertirse en Rey conociera en profundidad los problemas de los españoles en general y de las nuevas generaciones en particular.

No es tan expresivo como su padre, ni tan extrovertido, ni tan espontáneo, pero su calidez es fuera de serie. Y su capacidad para ponerse en el lugar del otro, decir lo que el otro espera escuchar. Fue él quien decidió, tras la tragedia del 11-M, sumarse con sus hermanas a la manifestación que se convocó contra el terrorismo y a la que acudieron dignatarios de todo el mundo. Y ya saben tanto el Rey como doña Sofía que cuando se produce algún acontecimiento grave no hay que indicar nada al príncipe: lo encuentran listo para salir de inmediato a donde haga falta.

Su preparación es muy completa, pide informes sobre todo, los lee con atención, apunta todo en fichas y hojas de papel con una letra minúscula y apretada, para no olvidar nada. Pero lo que sorprende es que ante un interlocutor no esperado demuestra que conoce perfectamente en qué campo se mueve, como si su cabeza fuera un archivador o un disco duro. Hace unas semanas, en el descanso de un partido de tenis, le saludó un joven que vivía en Corea del Sur, donde se había instalado tras intentar inútilmente encontrar trabajo en España. Quedó sorprendido de lo que sabía el Príncipe, datos que ni aparecen en los libros y que sin embargo conocía a pesar de que no tenía nada programado relacionado con ese lejano país.

Su carácter ha cambiado mucho tras su matrimonio. La princesa Letizia le ha dado seguridad en sí mismo, de manera que ha desaparecido la timidez inicial que muchos confundían con empeño en marcar distancias. Desde que se casó se le ve más expansivo, más cercano, más riente, más natural. Ha descubierto una nueva vida, no sólo porque ha asumido algunos de los hábitos de la Princesa de Asturias, salidas al cine o al teatro, paseos, conciertos, exposiciones, viajes imprevistos, sino porque se siente absolutamente feliz en la paternidad. No es un padre que desayuna con unos hijos a los que no ve el resto del día, sino que a pesar de su agenda tan cargada se ocupa personalmente de las infantas Leonor y Sofía.

Desaparecen juntos, disfrutan en solitario de fines de semana, el príncipe participa en las responsabilidades familiares aunque cuentan con la lógica ayuda y muchos fines de semana incluso se quedan los cuatro solos en el Pabellón del Príncipe de la Zarzuela, donde viven, y se meten en la cocina para preparar almuerzo y cena. Hoy empieza otro estilo.

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