El bálsamo de Ayuso tras el desplante
La aldaba
Nos acostamos con la grosería del presidente catalán al Rey y nos levantamos con la defensa de la familia de la presidenta de Madrid
Acabó el miércoles con la puerilidad, que rima con hostilidad, del desplante al Rey del presidente catalán, un don nadie. Don Felipe está acostumbrado a las groserías y zascandilerías desde que era pequeño, cuando soportó en 1980 los abucheos que le dedicaron a sus padres en la Casa de Juntas de Guernica. La buena educación es eso que te permite muchas veces garantizar la convivencia en una casa, una comunidad de vecinos y, por supuesto, una relación entre instituciones. No se explica que el presidente de los catalanes no acuda a un encuentro entre el máximo mandatario de una potencia como Corea del Sur y los empresarios de su tierra cuando más hace falta levantar una economía que es vital para España y que sufre la evasión de cientos de sociedades desde que el separatismo lastra la convivencia de la región. La grosería del tal Aragonés retrata la bajeza en la que ha caído la clase política catalana. No se trata de ninguna sorpresa. No esperábamos menos. No nos ha sorprendido. Al menos sí nos resultó gratificante oír a la presidenta de la Comunidad de Madrid proclamar un discurso en defensa de la familia en la mañana de ayer. Anunció entre sus prioridades de gobierno fomentar la natalidad, denunció que muchos niños nacen solos, porque no tienen hermanos o primos, que muchos mayores sobrellevan el día a día solos porque no tienen nietos. ¿Qué quieren que les diga? Entre tanto discurso de independencia, unilateralidad, autodeterminación y otras gaitas, oír hablar de asuntos reales, de la vida cotidiana, de la existencia en definitiva, es muy reconfortable. ¿Populismo? Lo oído era realidad. Ayuso, además, denunció ese feminismo que se alimenta del odio, que quebranta la presunción de inocencia del hombre, que provoca el enfrentamiento entre ambos sexos... y eso no gusta a muchos cuando lo hace una mujer de derechas. Los abuelos son lo más importante, dijo la presidenta madrileña. Y fue un gustazo oír esa verdad tan simplona para muchos, tan básica como real, tan elemental como verdadera. ¿Qué ha pasado en esta sociedad para que una dirigente política tenga que reivindicar en un discurso de investidura cosas tan naturales como la conveniencia de que los niños tengan hermanos, primos y abuelos? Del teatro bajuno del presidente catalán, descorazonador donde los haya, al discurso de una candidata a presidenta que es muy aplaudida por defender lo obvio: la defensa de la natalidad, la lucha contra la soledad de niños y mayores y, sin ir más lejos, la familia, la institución más atacada en los últimos años.
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