Visto y Oído
Emperatriz
Si él fuese presidente
Pablo Casado sería un presidente como José María Aznar, pero sin vinagre. “Un tipo estupendo”, dijo de él. Para ser Aznar hay que cargar con un rencor innato. A quien sea: a los primeros constitucionalistas porque iban a romper España, al Rey por ir a Cuba, a ETA por colocarle una bomba bajo el coche, a los españoles por no creerse la mentira del 11-M, a Rajoy por no arrodillarse ante su legado. En lo emocional, Casado es un tipo bien distinto al ex presidente, es buen orador, simpático, abierto y transmite la certeza de que se reconoce como los demás. No nació en lo alto del pedestal. Es de esas personas a la que les gusta caer bien.
A sus 38 años, este palentino hijo de un conocido oftalmólogo de la ciudad sería el presidente del Gobierno de todas las derechas españolas, y es que aunque obtenga un mal resultado para el PP el próximo domingo, la suma de los tres partidos le daría la oportunidad de rehacer desde Moncloa lo que Manuel Fraga consiguió en la década de los ochenta: reagruparlas en una casa común.
De los cinco en liza, Pablo Casado y Pedro Sánchez son quienes pueden ser presidentes del próximo Gobierno de España. Ambos comparten trayectoria política, en partidos diferentes, pero con rutas similares: vida profesional sólo de partido, vencedores en unas elecciones primarias y algún que otro tropezón con sus biografías universitarias. Casado fue jefe de gabinete de Aznar cuando éste ya era ex presidente y presidía la fundación Faes. Allí coincidió en ese núcleo duro del aznarismo con quien hoy es uno de los pensadores de Vox: Rafael Bardají. Fue este pacense quien mejor entendió la ascensión de los necons en Estados Unidos, quien comprendió su transformación al populismo y el que ideologizó sobre la guerra de Iraq. Ahora no están juntos, van por separado, aunque el objetivo es común. Casado es una persona audaz, crecido a la sombra de Aznar y de Esperanza Aguirre, convivió con la dirección marianista.
El candidato popular siempre formó parte del ala más conservadora del PP, la más centralista, la más católica, la menos permeable a los nacionalismos periféricos. Por eso no tuvo problemas en presentarse en la plaza de Colón con Santiago Abascal, el líder de Vox que se quedó en la calle cuando Esperanza Aguirre le cerró el chiringuito ideológico de Danaes, financiado por la comunidad de Madrid. Uno de los abuelos de Casado fue un ugetista represaliado por el franquismo –su abuela aún vive–, lo que le ha servido para despojarse de los complejos de la derecha más centrada. Es un antiabortista convencido. Uno de sus hijos, Pablo, nació a los 25 meses de gestación y le llevó cinco años de cuidados especiales a él y a su esposa. Por eso, fue de quienes telefoneó a Pablo Iglesias cuando a Irene Montero se le adelantó el parto de los gemelos.
Cuando bajó a Andalucía a rescatar al soldado Juanma Moreno en las elecciones diciembre pasado, este palentino crecido en Madrid conocía, perfectamente, las plazas de los pueblos que pisaba. Es estudioso, tiene una buena memoria y articula el discurso con brillantez, aunque peca en sus excesos verbales. En ambos sentido, extensión y acidez. A Pedro Sánchez ya le ha llamado de todo –golpista, peligro público y okupa–, Casado tiene una deriva agresiva que no termina de encajar y, quizás, por ello abusa de las camisas de cuellos redondos, suaviza la cuadriculez de su mandíbula.
En el caso de que Vox no materialice en escaños el respaldo electoral que va a obtener, Pablo Casado dispondrá de una gran oportunidad para recomponer el gran PP de Aznar, por la vía del pragmatismo. Las derechas españolas han sido siempre más disciplinadas que las izquierdas y si alguien consigue el mando, van a seguirle. De pequeño timonel en Génova pasaría a ser otro patrón. Como Aznar y Fraga. Rajoy pasó. Al fin y al cabo, Vox no deja de ser una suerte de escisión de dirigentes populares que se marcharon a crear a otro partido con la excusa de la blandura de Mariano Rajoy, y a éstos fueron sumando a personajes que nunca llegaron a integrarse en el sistema.
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