Sonrisas, lágrimas e indiferencia
Exhumación de Franco
El traslado del dictador desde su mausoleo del Valle de los Caídos al cementerio de Mingorrubio-El Pardo culmina sin grandes incidentes un ceremonioso proceso presidido por la alegría de unos, la rabia de otros y un mayoritario desdén
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Se dice pronto, 43 años, 11 meses y dos días, pero la purga purificadora, aunque llega tarde, ya está aquí, el cuerpo embalsamado de Francisco Franco ha volado de su mausoleo del Valle de los Caídos al cementerio de Mingorrubio-El Pardo; el faraón ha sido desterrado de su pirámide, un polígono con muchas caras, entre las que destacan la de la desolación de los represaliados por la dictadura y la de la estupefacción de los nostálgicos de un régimen que acaba de emprender con su caudillo el viaje al ostracismo monumental después de suturar su herida más abierta y de que haya claudicado casi medio siglo después el "desafío al olvido" de un generalísimo "por la gracia de Dios" bajito con aires de grandeza.
Aquel 23 de noviembre de 1975 fue despedido con pompa, honores y boato, que han mutado este 24 de octubre de 2019 por la pena sin gloria y una desaforada vocación de intimidad. Entonces, más de 60.000 personas dieron el penúltimo adiós a Franco en la explanada del valle de los Caídos cantando canciones de la Falange y con la presencia del entonces príncipe don Juan Carlos.
El jefe de los cementerios de Madrid lideró una cuadrilla con los mejores sepultureros de España. Este jueves se han destacado más de 500 periodistas, entre ellos de 58 medios extranjeros, (apostados a la entrada del Valle de los Caídos, a seis kilómetros de la tumba), pero los presentes en la exhumación se han reducido a 22 familiares, dos forenses, seis operarios para levantar la losa de 1.500 kilos de granito y una sola autoridad -no por devoción sino por obligación-, la ministra de Justicia, que ha tenido que dar fe del levantamiento de la lápida y la extracción de los restos antes del traslado al cementerio de El Pardo-Mingorrubio para ser enterrado junto a su esposa, Carmen Polo, en el féretro original con el que fue sepultado el dictador en 1975.
Allí, en su última morada, se han congregado decenas de personas entre gritos de "¡Viva España!" y "¡Viva Franco!", con ese prurito que se otorga mucha gente de la derecha de ser mejores y más españoles que el resto. Una docena de coronas de flores rojigualdas les acompañaron mientras también coreaban, por supuesto, el Cara al sol entre vivas a la Legión, otra de las señas de identidad del dictador.
Protesta contra Sánchez
Las protestas nostálgicas se han extendido incluso a las puertas del Valle de los Caídos, donde una veintena de personas de Movimiento por España se han concentrado con una pancarta que rezaba Sánchez desokupa y deja a Franco en paz. Uno de los nietos del dictador, Francis Franco, ha accedido al interior del templo llevando plegada una bandera preconstitucional, pese a la prohibición del Gobierno de envolver con ella el ataúd. Previsor, el Gobierno de Pedro Sánchez ya había advertido a la familia de que no podría colocar sobre el féretro ninguna bandera dado que los restos de Franco debían abandonarían su memorial sin ningún tipo de homenaje. El abogado de los Franco, Luis Felipe Utrera Molina, inseparable de los deudos del dictador, llevaba un ramo de flores.
La derecha, como la izquierda, enmarcan el asunto en la campaña electoral del PSOE y los más indignados, Vox, han disparado con la escopeta torcida al Gobierno socialista. El secretario general de la formación ultra, Javier Ortega-Smith, ha dedicado a la primera hora de la mañana un más fúnebre que ingenioso juego de palabras al jefe del Ejecutivo, "los españoles van a inhumar el 10 de noviembre a Pedro Sánchez de La Moncloa", una invectiva que le habría quedado redonda si no hubiera confundido exhumar con inhumar, que a un observador despistado que no conozca el paño le puede sonar a que desea que el líder socialista se quede a perpetuidad en La Moncloa.
A las 12.54 horas, ocho familiares del finado han bajado con el ataúd las escalinatas de la salida del templo y lo han introducido en uno de los dos coches fúnebres dispuestos, a pares, como los helicópteros, para evitar que cualquier incidente o un fallo mecánico interrumpiera ridículamente la ceremonia. La pompa y el silencio resultaban impropios, con trazas de funeral de Estado, con Francis Franco y Luis Alfonso de Borbón al frente de los que portaban el ataúd. Nietos y bisnietos han hecho un corrillo, charlando con el también compungido prior del Valle de los Caídos, Santiago Cantera, uno de los más distinguidos arietes contra la exhumación.
La comitiva fúnebre, compuesta por siete vehículos, ha abandonado la cripta rumbo a Mingorrubio a las 13.01 horas, bajo la atenta y respetuosamente seria mirada de la ministra, flanqueada por el secretario general de la Presidencia del Gobierno, Félix Bolaños, y el subsecretario del Ministerio de Presidencia, Antonio Hidalgo López.
El último viaje
El traslado del finado, que ha dejado de perturbar el descanso en paz de 33.800 víctimas de la guerra civil en el Valle de los Caídos, no se hizo esta vez en camión, como en 1975, sino que se ha completado con un helicóptero. Un Súper Puma del 402 escuadrón de las Fuerzas Aéreas del Ejército de Aire había aterrizado a las 11.00 horas en la pista junto a la explanada del Valle de los Caídos. A las 13.19 horas, el féretro se ha introducido en el aparato, que había sido tuneado, entre cristales opacos.
El aparato es el que se utiliza para el transporte de personalidades del Gobierno y la Casa Real. Tras el proceso de anclaje del ataúd, ha despegado a las 13.40 horas rumbo al cementerio de Mingorrubio-El Pardo. El féretro ha salido cubierto por un estandarte con la cruz laureada de San Fernando, como enseña familiar, y, sobre él, una corona de laurel con lazos con los colores de la bandera de España. Lo ha arropado a bordo su nieto Francis. El resto de la familia -al responso han acudido sus nietos Carmen, Merry, Mariola, Arancha, Cristóbal y Jaime Martínez-Bordiú-, han partido hacia Mingorrubio en los mismos vehículos del Gobierno con los que habían llegado a la Basílica del Valle.
El helicóptero ha tomado tierra entre matorrales a las 13.55, entre gritos de "¡Franco, Franco!" y de -igualmente de atronadores- "hijo puta Pedro Sánchez". Los ánimos estaban muy encendidos. En Mingorrubio esperaba para oficiar una misa Ramón Tejero, hijo del golpista Antonio Tejero, quien también se ha personado en el camposanto. "¡A sus órdenes mi coronel!", le ha espetado algún espontáneo, otros le llamaban "grande de España". Decenas de nostálgicos han aguardado a la puerta del cementerio la llegada de los restos de Franco entre incesantes cánticos y banderas de España (algunas) preconstitucionales. Una pancarta hasta le daba las gracias...
Han sido sólo un centenar de personas las que han vitoreado al dictador a la entrada de su última morada, pero el dispositivo policial ha sido colosal, sistema antidrones incluido, con tres anillos de seguridad en torno al cementerio de Mingorrubio. Ha habido un primer control en el perímetro de un kilómetro alrededor del camposanto; un segundo a 100 metros que sólo podrán cruzar quienes estén acreditados y un tercero en la misma puerta. Sólo en Mingorrubio se han desplegado 100 agentes de la Policía Nacional y Municipal.
14.23 horas. El féretro es sacado del helicóptero y es reintroducido en el coche fúnebre. "Bienaventurado por la Paz que nos entregó y mantuvo a lo largo de tantos años, una Paz que llevó a la Reconciliación que algunos pretenden destruir. Por ese amor a la Paz fue, es y será llamado Hijo de Dios", reza la homilía que leyó el hijo de Tejero.
La risa siempre ha ido por barrios. Hoy, también. Ha sido una jornada de sonrisas justicieras, "Se pone fin a una afrenta moral (...), nuestra democracia se prestigia ente los ojos del mundo" (Pedro Sánchez, en declaración institucional a las tres de la tarde en Moncloa con la cosa ya hecha). "España ha puesto la democracia en hora, y PP y Vox se han puesto cien años atrás" (Íñigo Errejón). "Hoy es el día para dar las gracias a las asociaciones de víctimas y a los colectivos de memoria que han empujado y que empujarán la dignidad y la justicia" (Pablo Iglesias).
Ha sido también una mañana de muecas de indisimulado disgusto. "No por casualidad se ha querido hacer coincidir con el mismo día que se publican los datos del paro" (Pablo Casado). "Nunca se debió hacer en contra de la otra mitad, no me gustan los dictadores ni muertos ni vivos y sus huesos tampoco" (Albert Rivera). Y un día también de lágrimas de desgarrado desagrado. "El objetivo no es desenterrar a Franco, es deslegitimar la Transición, la Corona y derrocar a Felipe VI" (Javier Ortega Smith).
Un diputado de Vox, Rodrigo Alonso, parlamentario por Almería, ha ido más allá y se ha quedado tan a gusto. "Hoy nos cagamos en la concordia", ha dicho. La traca final la puso un cura que, mientras varios franquistas rezaban, criticaba a la cúpula de la Iglesia española por no haber impedido la exhumación.
Duelo a garrotazos
Las dos Españas han rebrotado fugazmente. La pintura negra del Duelo a garrotazos de Francisco de Goya se resiste a perder su vigencia 200 años después. Enterrados hasta las rodillas, dos españoles arreglan sus asuntos a hostia limpia en un paraje desolado. Uno a la izquierda, otro a la derecha. La exhumación de Franco debe abrir el camino hacia la definitiva reconciliación. Los restos estaban enterrados en un jardín y, como en las novelas negras, tarde (es el caso) o temprano aparece.
"Un muerto es una tragedia, unos miles son una estadística", decía otro sanguinario dictador, que sigue gozando de su mausoleo, Josef Stalin. La trágica anomalía histórica de un valle más borde que verde se está desdibujando desde ya, entre sonrisas y lágrimas y una creciente. dominante y feliz indiferencia de (sobre todo) las nuevas generaciones, que ya no tendrán que avergonzarse de que un templo sagrado siga rindiendo honores en plena democracia al hombre que la aniquiló, que ha sido separado de sus víctimas para desmontar el último gran símbolo de la dictadura.
Nicolás Sánchez-Albornoz, que estuvo preso en el Valle de los Caídos y logró fugarse después de un año se ha erigido esta mañana como portavoz de los represaliados que sufrieron en sus carnes la saña del Francokamon desterrado de su pirámide: "No solo me alegro por mí, sino por España. Era una vergüenza para el país tener al dictador enterrado con honores".
El historiador cree que la mejor manera de dignificar el Valle de los Caídos es que la naturaleza convierta todo en ruina. Ha pasado media vida mucha vergüenza ante los extranjeros: “No entendían que en España un dictador de la calaña de Hitler o Mussolini tuviera un monumento donde se le rendía homenaje".
Los familiares han abandonado a las 15.40 horas el cementerio de Mingorrubio tras enterrar al dictador en un panteón junto a su esposa, muy cerca El Pardo, donde el general tuvo su residencia oficial. Todo queda en casa.
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