En la gloria... y en el alero
Artur Mas. El candidato 'de facto' a la reelección de Junts pel Sí obtiene el aval de las urnas pero sus socios imprescindibles de la CUP tampoco lo quieren al frente de la Generalitat.
EL director de orquesta del proceso soberanista puso tanto empeño durante la campaña electoral que por momentos más parecía un miembro de la banda trapera del río que un honorable presidente de la Generalitat. Por muy suelto -on fire como dicen los suyos- que se haya puesto, eso de mitinear en plan jefe indio hablando de Cataluña como si fuera una reserva sioux y mandar un gran corte de mangas -butifarra- a los "jefes de Madrid" (antológico saco donde los haya en el que metió a Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias) no parece muy propio de alguien de impecable vestimenta y refinada educación, que se ha impuesto la magna tarea de sacar Cataluña de España y construir un Estado propio cueste lo que cueste.
En todo caso, su jugada del todo o nada le ha salido bien y ya puede poner en marcha esa hoja de ruta diabólica que amenaza con amputar el noreste de España.
La mala noticia, para él, es que la CUP, la muleta que le da la mayoría absoluta, no quiere que siga siendo el presidente catalán. "Si quieren un Gobierno de unidad independentista tendrán que buscar un nombre que aceptemos todos", dice la formación, de izquierdas, anticapitalista, nada que ver con él.
El intrépido líder independentista se llama Artur Mas (Barcelona, 1956). Desde que catalanizara el Arturo de su DNI en 2000, su fiebre secesionista ha ido yendo en aumento, en paralelo a los portazos que le iban dando en La Moncloa a sus peticiones de un mejor trato fiscal a Cataluña. Un polvo que trajo los lodos de las masivas manifestaciones de la Diada que se han ido sucediendo en los últimos cuatro años. Un rugido atronador en la calle que ha ido moldeando la metamorfosis de un hombre al que sus detractores censuraban su falta de carisma y su condición de protegido del todopoderoso Jordi Pujol, ese árbol que le sigue dando una indeseable sombra en forma de 3%.
El viejo timón que ornamenta su despacho en el Palau de la Generalitat, un regalo de su padre (que ocultó dos milloncejos de euros en el banco LTD de Liechtentestein según reveló la demoledora lista Falciani), se ha convertido en la metáfora de su viaje a Itaca, a la Arcadia del cielo estelado más allá del bien y los males del paro, la corrupción y los recortes.
Mas se define como persona discreta y trabajadora. Ni siquiera se le pasaba por la cabeza dedicarse a la política cuando se licenció en Ciencias Económicas y Empresariales. A principios de los 80 era lo que conocía por JASP (joven aunque sobradamente preparado), con su flequillo tapándole certeramente la marca de un accidente de la infancia con una sartén hirviendo. Fue entonces cuando empezó a pisar las moquetas del poder, de la mano del primer conseller de comercio de la Generalitat, Francesc Sanuy, que le hizo director general de Industria. Más tarde se convirtió en el máximo responsable de Obras Públicas del Govern y luego de Economía. Pero Mas no había tocado ni mucho menos techo. El dedo de Pujol lo designó conseller en cap, en detrimento de Josep Antoni Duran Lleida. El sucesor en definitiva. Pero extramuros de la reserva (espiritual) de Cataluña, apenas era conocido y reconocido, como dio fe ese hombre que almorzaba con su mujer y sus hijos hace unos diez años en un restaurante de Cáceres sin que nadie le incordiara, como buen ciudadano anónimo.
Ganó las elecciones catalanas como candidato de la extinta CiU en 2003 y 2006, pero el tripartito le dejó con la miel del poder en los labios. Su momento llegó a la tercera, en 2010, cuando accedió al poder a lomos de sus 62 diputados, a sólo seis de la mayoría absoluta en el Parlament. Su órdago de concierto vasco a la catalana (el pacto fiscal) se topó con un muro gallego (Rajoy) y con el desencanto que generó la laminación del Estatut que cocinó el explosivo cóctel independentista con el que millón y medio de catalanes brindaron en las calles de Barcelona durante la multitudinaria Diada de 2012.
Ahora sale airoso en su gran órdago al Estado emboscado como número cuatro de Junts pel Sí (esa amalgama de Convèrgencia, ERC y asociaciones ciudadanas). Pero sus socios contranatura de la CUP no le consideran imprescindible. Un eufemismo... Otro portazo...
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