Un hombre para la democracia

Manuel / Chaves

24 de marzo 2014 - 01:00

CUANDO una persona muere, sobre todo si ha tenido una trayectoria relevante, provoca comentarios y glosas que, en su mayoría, son de alabanza hacia el fallecido. Sin embargo, en el caso de Adolfo Suárez existe ya la suficiente perspectiva histórica para llevar a cabo una reflexión, alejada del incienso, sobre su papel político en la historia de la España del siglo XX.

Muchas veces me he preguntado cómo un hombre procedente del aparato franquista y vinculado al llamado Movimiento Nacional, institucionalización de la Falange Española, tuvo la visión política para poner en marcha la voladura del régimen de Franco y convertirse en una de los artífices claves de la transición política hacia la democracia. Para algunos la respuesta estuvo en el "oportunismo político" conveniente para "salvar los muebles". Para mí, es la visión estratégica, sorprendente en un franquista, resultado del conocimiento de una ciudadanía que había cambiado, que recibía los flujos culturales y políticos europeos y con una aspiración imparable hacia la democracia. España no podía estar aislada del contexto europeo al que pertenecía.

Adolfo Suárez fue casi todo en el franquismo. La lista de cargos hasta llegar a ministro secretario del Movimiento fue larga. Ello, en gran medida, explicaba la desconfianza de las fuerzas democráticas, todavía en un limbo político, cuando fue nombrado por el Rey presidente del Gobierno. A partir de ese momento, los pasos hasta la celebración de las primeras elecciones libres y democráticas de junio de 1977, con la victoria de la UCD, son ya suficientemente conocidos. Hasta su renuncia como presidente del Gobierno en 1981, Adolfo Suárez tuvo un protagonismo político clave en todas las decisiones políticas trascendentales para la democracia.

Aunque estoy libre de toda sospecha ya que, como socialista, participé de una oposición dura a Adolfo Suárez y a la UCD, algunos me pueden reprochar que atribuyo a éste todo el mérito de la transición democrática, devaluando el papel, por supuesto muy importante, de la sociedad, del Rey, de los partidos políticos, los sindicatos democráticos, etc. Lo que quiero decir es que sin Adolfo Suárez no hubiéramos tenido seguramente el modelo de transición que nos condujo a la democracia. La Transición española fue el resultado de un gran pacto entre Adolfo Suárez, y lo que representaba del antiguo régimen, y los partidos democráticos homologados en Europa. El Rey, Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo, Manuel Fraga y dirigentes de partidos nacionalistas y de los sindicatos democráticos hicieron posible el consenso político de la transición española: los Pactos de la Moncloa en Octubre de 1977 -estabilidad económica- y la Constitución Española de 1978 -estabilidad política e institucional-, con más de 35 años de vigencia.

Lo recuerdo, ya dimitido como presidente del Gobierno, desencantado y cansado en su escaño aquel 23-F, pero con el espíritu suficiente para reaccionar valientemente frente a los ocupantes del Congreso.

¿Qué habría ocurrido si Adolfo Suárez no hubiera llevado a cabo el harakiri del franquismo e impulsado el pacto y el consenso como base de la transición democrática? Es difícil saberlo. Pero la memoria es corta. Actualmente no faltan quienes, con la excusa de la crisis económica, consideran a la Transición democrática como el origen de todos los males que padecemos. Un progre descerebrado ha llegado a decir que "la Transición es el cimiento de la podredumbre actual" planteando hacer tabla rasa de la misma. Es decir, en mi opinión, meternos en la boca del lobo.

El mejor homenaje a Adolfo Suárez, en su muerte, es reivindicar la Transición que él, en buena medida, hizo posible: la Transición hacia una democracia avanzada, europea, plena de libertades y derechos, también con sus carencias y contradicciones, que nos ha permitido el período más largo de convivencia entre españoles. Adolfo Suárez, un hombre para la democracia.

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