Cinco momentos estelares en la vida de Suárez
Trayectoria
A excepción del Rey, ninguna otra persona en España ha protagonizado tantos hechos realmente históricos: la reforma de un régimen dictatorial en una democracia, la única dimisión de un presidente de Gobierno vivida hasta ahora y el gesto de valentía ante los golpistas del 23 de febrero de 1981.
1. Lo que el Rey pidió a Torcuato
NADIE pudo prever que Adolfo Suárez, de 43 años, joven ministro del Movimiento, fuera el elegido por el Rey para señalarlo como presidente del Gobierno. Don Juan Carlos había heredado de Franco a Carlos Arias Navarro, pero éste dio muestras desde el principio que servía más al búnker y a la familia del desaparecido dictador que al objetivo aperturista del monarca. Nadie lo pudo prever. Para sustituir a Arias, había mejores candidatos: José María de Areilza, por ejemplo, monárquico, reformista, el preferido de la prensa liberal. El arquitecto de la Transición, Torcuato Fernández-Miranda, profesor de Derecho Político del entonces Príncipe, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, confidente del Rey y, con éste, padrino de Suárez, había logrado meterlo en el Consejo de Ministros de Carlos Arias Navarro tras la muerte de Franco con el cargo de secretario general del Movimiento, un ministerio menor pero con un gran lastre ideológico. Tal fue la sorpresa, que el nombramiento de Suárez como presidente del Gobierno provocó un duro editorial de El País titulado Qué error, qué inmenso error. Un retroceso, un camino equivocado hacia la apertura democrática, una victoria del búnker; en definitiva, un error, un inmenso error, pero de los editorialistas de El País que no atisbaron, como casi todos, que Suárez era el constructor elegido por el arquitecto Torcuato y el empresario -el Rey- para eso llamado Transición. A pesar de que el Monarca había hecho público su malestar con el Gobierno de Arias Navarro hasta el punto de que en una entrevista en la revista estadounidense Newsweek lo calificó de desastre sin paliativos, éste se resistía. Cuenta Torcuato en unas memorias relatadas por sus familiares Pilar y Alfonso que el Rey llegó a no poder conciliar el sueño, estaba arrinconado, sin valor para solicitarle el cese. Durante la primavera y principios de verano de 1976, el Rey y Torcuato comenzaron a tantear nombres del posible sustituto. En una cena que tuvo lugar en el domicilio de Suárez el 8 de marzo del 76, Torcuato le planteó el asunto. ¿Y por qué no tú, Torcuato?, preguntó Suárez. ¿Y tú, Adolfo?, preguntó sigilosamente el presidente del Consejo del Reino. Ni un "no, hombre" de modestia; calló como señal de aceptación, una respuesta que asombró a Torcuato, quien, según sus hijos, comenzó a dudar entonces si la ambición de Suárez no era, también, codicia. Ambos, arquitecto y constructor, acabarían mal, los matrimonios dejaron de salir juntos y Suárez ni siquiera fue a su funeral. Pero esa es otra historia. El 1 de julio de 1976 cayó la breva, Carlos Arias presentó su dimisión, y -¡oh, causalidad!- al día siguiente había prevista una reunión ordinaria del Consejo del Reino, la institución manejada por Torcuato que debía presenta tres nombres al Rey como candidatos a la Presidencia. Con la inestimable ayuda de Miguel Primo de Rivera y en sólo 48 horas para evitar cualquier vacío de poder, Torcuato consiguió que Suárez, con 12 votos, figurase en la terna junto a Federico Silva (15 votos) y López Bravo (14 votos). El Rey tenía lo que quería, el 4 de julio juró como presidente. A la salida del Consejo del Reino, ya lo dijo Torcuato: "Estoy en condiciones de dar al Rey lo que el Rey ha pedido".
2. El 'harakiri' de un régimen
Y Adolfo Suárez suspiró. Cerró los ojos, inclinó la cabeza hacia arriba y exhaló. Las mismas Cortes que Franco y su régimen habían elegido, aquellos procuradores acartonados, grises y azules, acababan de hacerse el harakiri. Por 425 votos a favor, 59 en contra, 13 abstenciones y algunos procuradores de los sindicatos verticales enviados, hábilmente, a un viaje a Panamá, las Cortes aprobaban la Ley para la Reforma Política, un texto que devolvía la soberanía al pueblo español; establecía el sufragio universal, directo y secreto; declaraba inviolable los derechos fundamentales de las personas, y convocaba a la redacción de una Constitución democrática. La arquitectura jurídica del régimen se venía abajo desde el mismo régimen. Ni fue una reformas por parte, poquito a poco, ni una ruptura como quería la oposición democrática al franquismo. Lo que aquel 18 de noviembre de 1976 acometieron los procuradores fue lo que Torcuato Fernández-Miranda llamó una reforma de "la ley a la ley", era la propia expresión del franquismo la que alumbraba el esquema del nuevo sistema. Hasta entonces, la tríada de la Transición -Suárez, Torcuato y el Rey- se mantenía unida, pero la aprobación posterior de la ley para la reforma en el referéndum del 15 de diciembre de 1977 abrió la brecha entre Suárez y Torcuato; también entre Suárez y el Rey, aunque no tanto. Adolfo Suárez comenzó a volar por su cuenta, a liberarse de la tutoría del presidente de las Cortes y a sospechar del intento de don Juan Carlos por borbonearle, una expresión que usó en varias ocasiones ante Carmen Díaz de Rivero, su secretaria política, la musa de la Transición, como la definiría Francisco Umbral. El texto de la Ley para la Reforma Política apenas llena las dos carillas de un folio, es sobria, contundente y eficaz, detrás está la mano de Torcuato Fernández-Miranda que, en conversaciones con Suárez, eligieron a dos pata negras del franquismo para defender el texto en las Cortes. Miguel Primo de Rivera, amigo del Rey, jerezano, era la aristocracia azul del régimen, y Fernando Suárez, inteligente y soberbio, vanidoso, representaba al ala conservadora. En frente tuvieron a un locuaz Blas Piñar. Si es cierto que Torcuato había diseñado el primer sendero de la hoja de ruta de la Transición, y ello parece cierto, la aprobación de la ley fue el tercer hito. Los dos anteriores habían sido la inclusión de Suárez en el Gobierno de Arias y, posteriormente, su elección como presidente vía la terna del Consejo del Reino. Todo iba bien, pero Suárez, humano al fin y al cabo, saboreó las delicias de cualquier político, se hizo fuerte tras beber la ambrosía de ganar unas elecciones por goleada. A pesar de que la oposición democrática solicitó la abstención para el referéndum -bien es cierto que tampoco se partió el lomo en ello-, votó el 77% del censo y el sí obtuvo un respaldo del 94%. Suárez voló, y de cara a las primeras elecciones legislativas, que iban a ser las constituyentes, creó el partido del presidente, la UCD, la Unión de Centro Democrático, algo que, probablemente, ya no estaba en el guión de Torcuato. Quizás, para ello, pensaba en otra persona. No en un advenedizo. Suárez se hizo líder, saboreó las mieles, pero pisó unos talones que terminaron repicando el 23-F.
3. Una dimisión querida por todos
ME voy, pues, sin que nadie me lo haya pedido". Una de las dos frases más importantes de la intervención televisiva con la que Adolfo Suárez anunció al país su dimisión no figuraba en su texto inicial. Lo contó Sabino Fernández Campos. ¿Por qué? Un presidente del Gobierno, cansado, estresado, pero elegante y firme, comunicaba en Televisión Española el jueves 29 de enero que se iba para que la democracia no fuera un "paréntesis" más en la Historia de España. Una intervención dramática, tanto como había sido ese enero de 1981. Según Carlos Abella, uno de sus biógrafos más notables, el presidente dormía con una pequeña pistola escondida en su mesilla de noche. Realmente, no es que nadie se lo hubiese pedido, es que todos la querían. El exitoso presidente que ganó el referéndum de la reforma, el de la Constitución y dos elecciones generales se quedó solo. No le apoyaba nadie, ni la patronal, ni la Iglesia, ni la oposición, ni su propio partido, ni los militares, pero sobre todo, quien le retiró su respaldo, fue el Rey. La UCD, ese invento, había recibido tres duros golpes en las elecciones autonómicas de Cataluña y del País Vasco y en el referéndum andaluz. Miguel Herrero de Miñón se convirtió en portavoz parlamentario de la UCD en contra de la opinión de Suárez; el rumor de que Alfonso Armada quería liderar un "Gobierno de gestión" corría por los mentideros políticos, y el Rey urgía al propio presidente del Gobierno a que trasladase al general desde el retiro donde le había enviado en Lérida a nada más ni menos que el segundo jefe de la Jefatura del Estado Mayor del Ejército. El 22 de enero, siete días antes de su dimisión, Suárez almorzó con el Rey en La Zarzuela, asistieron varios militares y los historiadores difieren de lo que pasó allí. Grave. Gregorio Morán sugiere que Suárez se convenció allí de que era imposible agotar su mandato para ganar otras elecciones, que Armada tenía muy avanzado su plan y fue entonces, y por eso, cuando se marchó, para evitar el paréntesis, por lo que señaló a Calvo Sotelo como sustituto con la esperanza, quizás, de una segunda vuelta. De héroe pasó a villano.
4. La resurrección del héroe del 23-F
EL villano, el chusquero de la política, el tahúr del Misisipi; en definitiva, el presidente al que todos habían obligado a dimitir, aunque, oficialmente, nadie se lo había solicitado, renació por méritos propios el 23-F. La televisión, el instrumento que él había manejado tan bien desde que pasó por la dirección de la RTVE, contribuyó a ello, dejó para la Historia de España un instante de valentía, real, sin cartón piedra, sin maquillajes ni discursos preparados. Sólo tres personas aguantaron sin tirarse al suelo los disparos de la Guardia Civil comandada por Antonio Tejero, pero sólo una, Adolfo Suárez, carecía de la experiencia de la guerra. Gutiérrez Mellado, su vicepresidente, el militar de la Transición, había estado en la quinta columna de los espías en la Guerra Civil y Santiago Carrillo participó en ésta y en otras más. Sólo Adolfo Suárez era un bisoño de las armas, se sacudió al oír los disparos pero no se tiró al suelo y salió en defensa de Gutiérrez Mellado. La posibilidad de haber recibido un tiro ese día fue real. La televisión dejaba recogido ese instante para la Historia de España. Aunque muchos creen aún que esas imágenes se vieron en 23-F, en directo, no fue así; fue al día siguiente, resuelto el golpe. La valentía. Suárez era así, un fullero de la política, posiblemente ningún otro sin esta condición hubiera podido convencer, confundir y persuadir a tantos y con tan diferentes objetivos, pero ninguno de sus biógrafos, ni los más críticos, le niega sus gestos de valentía y de arrojo. Por eso nadie da crédito a que en la reunión que mantuvo con el Rey y varios militares meses antes, éstos le pusieron una pistola sobre la mesa aprovechando una salida de Don Juan Carlos para atender a una llamada telefónica. La reunión fue cierta, pero es difícil que Suárez permitiese que alguien le solicitase la dimisión con un arma sobre la mesa. Fullero, valiente y ambicioso. Al día siguiente, el 24 de febrero, le sugirió al Rey su vuelta; en vez de votar de nuevo la investidura de Calvo Sotelo, él se presentaría ante el Congreso, pero la respuesta fue no: el golpe se paró, pero las razones persistían.
5. Su segunda (y triste) dimisión
Los iconos no cuidan muy bien de sí mismos. No hay retirada, la ambición política de Suárez le impedía marcharse a su casa después de que varios segundos de valentía en el Congreso de los Diputados hubiesen fulminado cuantos insultos, menosprecios y afrentas padeció durante los dos últimos años. Era el héroe. Se puede confiar en un presidente del Gobierno que hace frente desarmado a varios golpistas con pistola, así que cuando UCD se derrumbó, Adolfo Suárez fundó el Centro Democrático y Social (CDS), al que le dedicó 10 años de su vida, desde 1981 a 1991; es decir, estuvo el doble de años en la oposición que en la Presidencia del Gobierno. Pero esta década, hasta el 26 de mayo de 1991, cuando presentó su dimisión como presidente del CDS después de un fracaso en las elecciones municipales, y otra vez ante las cámaras de televisión; esta década, decimos, fue casi una travesía del desierto con dos o tres oasis que hicieron posible la caminata. Varios éxitos electorales y, sobre todo, la relación con personajes siniestros, como el empresario Mario Conde, que le financió el partido con la idea, como hizo, de quedarse después con la organización. El héroe del 23-F manipulado, enredado en créditos y embargos y en manos del banquero que, con los años, terminaría en la cárcel. Sí, los iconos se empeñan en ser destruidos, nunca saben irse, la ambición -que no la codicia como pensaba Torcuato Fernández-Miranda- les lleva a muy tristes retiradas. Suárez fundó el CDS poco antes de las elecciones de octubre de 1982, las primeras que ganó Felipe González: obtuvo sólo dos escaños, el suyo, por Ávila, y el de Rodríguez Sahagún por Madrid. Poco, pero mucho mejor que la UCD que quedó barrida. En las siguientes, en las de 1986, el Duque llegó a 19 escaños y se convirtió en la tercera fuerza de un Parlamento con una hegemonía aún socialista. Después llegaron los fracasos, el pacto con los populares para echar a Juan Barranco de la Alcaldía de Madrid mediante una moción de censura, la red de Conde. El 26 de mayo de 1991 dimitía, y el 29 de octubre dejó su escaño. Después llegó la desmemoria.
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