Pilar Cernuda
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Perfil de Josep Borrell, ministro de Exteriores
El nuevo ministro de Asuntos Exteriores se ha ganado el aprecio de los responsables de las instituciones comunitarias con un discurso tan hipnótico como europeísta que redimensionó como presidente del Parlamento Europeo este hombre, Josep Borrel Fontelles (La Pobla de Segur, 1947), que se ha convertido en una especie de ave fénix. Intentó hacerse con las riendas del PSOE y por ende con las llaves de La Moncloa, pero no lo dejaron. También trató de erigirse muchos años atrás como candidato a la Generalitat, pero el aparato y las familias que controlan el PSC no le dieron bola, aunque él solito se hizo muy bien la campaña y este político de peso que brilló en los Gobiernos de Felipe González ha sido repescado por Pedro Sánchez 22 años después de dejar la cartera de Obras Públicas. A buen seguro, de la mano de los ecos de su inflexible oposición rotunda y no exenta de exabruptos contra el procés que se compendia muy bien en el título de su ibro Las cuentas y los cuentos de la independencia.
Ingeniero aeronáutico y doctor en Economía, recorrió universidades de medio mundo para realizar distintos másteres. Los que lo trataron hablan maravillas de él, retratándolo como un tipo afable y con un cerebro privilegiado, que desde muy temprana edad, en pleno franquismo, ya era militante socialista. Felipe González le hizo aterrizar en la Administración, como secretario de Estado de Presupuesto y Gasto Público primero y, más tarde, en febrero de 1984, como temido secretario de Hacienda, desde donde este hijo de panadero empezó a hacer buenas migas con la popularidad al revelarse como azote de distraídos fiscales como Pedro Ruiz o Lola Flores, que dejó para la historia su bailona petición de una peseta a cada español para hacer las paces con Hacienda.
Borrell decía entonces que se le había pasado la edad de ser ministro, pero luego, como titular de Obras Públicas, modernizó las redes viaria y ferroviaria, estimuló la creación de viviendas, agilizó Correos y se puso en marcha el Plan Hidrológico Nacional.
Había conquistado el acta de diputado por Barcelona en 1986, que renovaría sucesivamente en 1989, 1993, 1996 y 2000. Fue ministro hasta que el PSOE fue desalojado del poder, en 1996, pero quería más y se presentó a las primarias socialistas en 1998. Y, contra todo pronóstico, las ganó. Pero sus aspiraciones se fueron al traste cuando dos hombres de su confianza fueron procesados por fraude a Hacienda y cohecho. Tuvo que hacer las maletas y marcharse al exilio dorado de Bruselas como número uno de la candidatura socialista para las europeas del 13 de junio de 2004 y al mes siguiente fue nombrado presidente del Parlamento Europeo.
Ese es su gran marchamo para la etapa que inicia ahora, en el que el enemigo a batir será el independentismo, que trata de internacionalizar el procés y al que le ha salido un contrapeso que pondrá sordina a los altavoces secesionistas desmontando con datos y cifras por foros del mundo entero las fábulas de los separatistas, que han recibido de uñas su designación como ministro de Exteriores. No es de extrañar que el presidente catalán Carles Puigdemont le acusara ayer de fomentar "la escalada de odio" a Cataluña en el resto de España.
Aquel libro, Las cuentas y los cuentos de la independencia, le reabrió en 2015 las puertas de la popularidad con su perfil más pugnaz y también se las cerró en TV3, que lo vetó y suspendió una entrevista para hablar de su obra. Teloneó a Miquel Iceta en la última campaña electoral y fue la cara visible del PSC en la manifestación de Societat Civil Catalana del pasado 8 de octubre, en la que trató de poner cordura. "Cuando volváis a casa, id a comprar una botella de cava catalán. Nada de boicots y ofensas. Hay que trabajar todos juntos para que reconstruyamos la sensatez", espetó a los asistentes, que respondieron con el eslogan "Puigdemont, ¡a prisión!". Borrell les replicó: "No gritéis como las turbas en el circo romano. A prisión van las personas que dice el juez que tienen que ir". Dejó una herida en un mitin en diciembre en Sabadell, donde habló de "desinfectar Cataluña". Cabal y poco amigo de grandilocuencias, patinó al ironizar sobre el ingreso del ex vicepresidente de la Generalitat Oriol Junqueras en prisión: "Me recuerda el cura de mi pueblo, tienen la misma arquitectura física y mental".
Su designación como ministro de Exteriores deja claro que un azote nítido del independentismo será el máximo representante de España extramuros y que Pedro Sánchez no está por la labor de hacer grandes concesiones a Quim Torra, como ya dejó probado su apoyo entusiasta a la aplicación del artículo 155 en Cataluña por parte del Gobierno de Mariano Rajoy. Con su nombramiento, el presidente quiere hacer pedagogía sobre los males del independentismo y poner al desnudo las medias verdades y artimañas que alimentan su victimismo. El apoyo que recibió Sánchez a su moción de censura tanto del PDeCAT como de ERC ha dado pábulo al PP para aventurar pactos ocultos con los separatistas, pero la carta de Borrell es un as en la manga por la unidad de España y un guiño, no el único, de Sánchez a las viejas glorias del PSOE al formar su Gobierno.
Es curioso comparar las trayectorias del jefe del Ejecutivo y de su ministro de Exteriores. Sin apoyos orgánicos relevantes, más bien con todo el aparato del PSOE prácticamente en contra, ambos se hicieron con el timón del partido con la bendición de las bases. Borrell derrotó a Joaquín Almunia por más de 21.000 votos en las primarias, pero la alegría le duró solo 13 meses. Los felipistas acabaron con sus aspiraciones de ser presidente del Gobierno cuando se destapó el fraude de un estrecho colaborador suyo en Hacienda, Josep María Huguet, que acabó condenado. Curiosamente, el PSOE no volvió a convocar primarias hasta 2014, método por el cual Pedro Sánchez se impuso a Eduardo Madina como secretario general del partido. A Borrell le queda el consuelo de que Almunia, el hombre de González, cosechó en 2000 el peor resultado del PSOE, con 125 escaños, hasta entonces, hasta que lo hizo bueno Pedro Sánchez, con los 84 actuales, y Aznar lograba su mayoría absoluta de 183 diputados.
A Borrell , como a Manuel Fraga, le cabe el Estado en la cabeza. La diferencia es que nadie le podrá acusar al ilerdense de déficit democrático, con lo que el independentismo pierde la baza de acusar de todos sus males al PP y a sus dirigentes, señalados como herederos del franquismo.
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