Cusha, se te ha caído el peluquín
Feria de Málaga
La atípica primera jornada de Feria se resolvió en el centro a medio gas aunque con todos los ingredientes previstos y, bueno, algunas sorpresas
ACABA de terminar la ofrenda floral en la iglesia de la Victoria. La comitiva se ha dispersado, aunque en la misma plaza de Alfonso XIII se ha quedado un reducto a la sombra del árbol mayor, con sevillanas, tortilla, vino y buen ambiente. Al lado, en la Peña Victoriana El Rocío, algunos caballistas apuran sus tubos con una mano mientras mantienen amarrados a duras penas a los animales con la otra. En el Compás de la Victoria (¿hay alguien que dude a estas alturas de que el Compás de la Victoria es la calle más perita de Málaga?) las terrazas están llenas. Hay que darse de tortas para adquirir un cucurucho de turrón en Casa Mira, y hay feriantes que no dudan en emplear sus peinetas como armas punzantes para abrirse paso en el mostrador. Casi enfrente, un quorum de entusiastas vestidos de corto que han debido dejar sus caballos aparcados sabe Dios dónde se arremolina opíparo y litúrgico en torno a una mesa en la que ya no caben más botellas vacías. “Ya no sé si voy por la séptima o la octava, así que no voy a seguir llevando la cuenta”, dice uno de los plumíferos con la gracia de un tacto rectal. De repente, la comitiva adquiere hechuras de coro y arrancan todos a cantar como en una improbable comedia de Plauto: “Cartohá Cartohá, Cartoháaaa te quierooooo”. Suena una alarma. Una ambulancia enfila a toda pastilla por el Camino Nuevo. El vocerío se oye casi en el Jardín de los Monos y he aquí que suben fuertemente aferradas a sus mutuos brazos, como en una versión grotesca del #Metoo en primera línea frente a los antidisturbios, cinco jóvenes con pinta de haberse dejado la Selectividad para septiembre. Ninguna de las cinco lo tiene muy fácil para sostener el equilibrio, especialmente la que luce al aire su embarazo, que se diría a punto de caramelo. Con dudas respecto a la situación exacta del paso de cebra, finalmente solventadas con una opción a la turca, las susodichas se unen sin discreción al canto como báquicas corifeas. Hay familias con niños dormidos en hombros paternales que ya han procedido a la retirada. Pero, maldita sea, esto no ha hecho más que empezar.
El llamamiento del alcalde a que los feriantes acudan con la camiseta puesta ha surtido efectos, digamos, discretos: en la Plaza de la Merced tres morenazos se dan de cachetadas como gladiadores romanos en día de permiso casi como sus benditas madres los trajeron al mundo, pero el Freeska Malaga Ensemble lo llena todo de compás a contratiempo y buen rollito. Es una primera jornada de Feria atípica, en jueves, en festivo y en víspera de laborable, como si de repente hubieran pillado al mundo a contramano; así que el ambiente se encuentra más bien a medio gas, lejos de las bullas que no hace mucho cabía esperar en un día como éste. En cualquier caso, no faltan ingredientes más o menos previsibles e incluso algunos sorprendentes. Entre los primeros destacan, claro, las despedidas de soltero. La primera sale al paso en la calle Granada, donde en la esquina con San José una pandilla de lampiños luce en sus camisetas negras el lema Game Over Ferrán mientras el tal Ferrán, presuntamente, viste uno de esos bañadores al estilo Borat. Un poco más al sur, cerca ya de la Plaza de la Constitución, un tipo duerme a pierna suelta, con tal placidez que únicamente parece faltarle el chupete y el osito, abandonado seguramente por colegas infieles, rodeado de cascos de botellas apuradas. Pero, a lo que íbamos: en la Plaza de Uncibay hay otra despedida, esta vez de soltera, cuyas comulgantes, vestidas de manera suficientemente obscena, interpretan una performance que a lo mejor en una sesión de accionismo vienés con ración doble de cocaína tendría sentido, pero que en frío tal vez aspira a ser una especie de versión del juego la gallinita ciega en la que se obliga a todo el personal, tuviera que ver o no con la guisa, a pasar por el aro. Por cierto, a lo largo del paseo la Plaza de Uncibay es el único lugar en todo en el centro en el que se escuchan sevillanas. Un equipo reducido que parece haber abierto milagrosamente una brecha en el espacio-tiempo baila al compás de los Cantores de Híspalis como única resistencia a favor del carácter andaluz de la Feria de Málaga junto a las pandas de verdiales de la calle Larios. Una chica que guía con su boca la silla de ruedas en la que circula va a por la tercera y se lo pasa en grande. En Calderería hay montado el mismo tapón de costumbre y toca armarse de paciencia para cruzar. Un joven británico que debió dejarse la camiseta colgada en el quinto balcón decide que es el momento perfecto para liarse un joint, así que en medio del gentío lo lía, lo prende, da la primera calada y lo comparte generoso con sus escuderos y todos los demás allí congregados, involuntariamente, sean grandes o pequeños, a lo festival señero.
En Santa Lucía, la bulla parece haberse dispersado de repente. Nada que ver con aquellas jornadas de gloria en las que aquí no cabía un alfiler. Algún amplificador constipado hace sonar El pobre Miguel. Aquí hay otra despedida de soltero. Como seis o siete zagales van vestidos con camisones femeninos y llevan peluquines de colores estridentes. Uno de ellos, con los ojos encendidos como poseído por algún demonio haitiano, se me queda mirando. Yo respondo con la misma insolencia, como si estuviéramos en el OK Corral. Yo llevo en mi mano una libreta y un boli. Él, un mojito. Espero por su parte algún tipo de reacción y termino pensando sin remedio de qué me suena este tío. Hago un recorrido por posibles primos, sobrinos, vecinos, los viejos compañeros de facultad y de instituto que aún conservo en mi maltrecha memoria y sus respectivos hermanos pequeños, por si acaso: nada, no es ninguno de ellos, y además es demasiado joven. Al final, como si ya hubiera disparado, el ejemplar echa a andar como dando extrañas zancadas, cual flamenco a punto para el anillamiento. Tal es la cabriola que practica (quizá era un homenaje a Chiquito y yo no llegué a darme cuenta entonces: todavía sorprende el modo en que ciertas anatomías reaccionan tras una soberana ingesta de alcohol) que se le cae el peluquín de la cabeza. Uno de los suyos, que tampoco está para sostener un plato chino sobre el cráneo, llama su atención con estas palabras: “Cusha, se te ha caído el peluquín”. Y entonces me acuerdo (aquí sí, mi memoria me concede un cierto respiro en medio de la alucinación) de Teresa Porras. Confieso que cuando Porras presentó la campaña para fomentar la limpieza en el centro durante la Feria bajo el lema Cusha, se te ha caído, lo primero que pensé fue: “¿Quién diantre habla así hoy en día?” Pues sí, hay quien lo hace. Así que o bien nuestra concejal predilecta está más que al tanto de los argots imperantes o bien es una influencer de tomo y lomo capaz de introducir elementos notables en el habla popular del siglo XXI. En cualquier caso, el sillón en la RAE debería ser suyo. Otra cosa es que la campaña en pro de la limpieza sea un éxito, que al menos en lo que se refiere a este jueves no lo es precisamente. La basura acumulada en los Mártires, en Nosquera y en Mitjana daría para reproducir el Muro de Berlín. En la atestada Plaza de las Flores, la Free Soul Band sacude al respetable con su repertorio incendiario e incontestable. Un gitano pasa por la calle Nueva con una guitarra de cinco cuerdas. Quiere pedir dinero por Los Chunguitos, pero no le sale. No puede salirle.
La nueva Alameda Principal cumple exactamente la misma función que hasta ahora: la de andén de autobuses. Si alguien pretendía extender por aquí el ambiente de Feria aprovechando que ahora las aceras son más anchas, tendrá que armarse de paciencia o reforzar la pedagogía. Hasta que lleguen los primeros usuarios dispuestos a trasladarse al Real para el alumbrado, vamos niño que eso es a las nueve y media y mira cómo estamos, el ambiente será desangelado por más que queden consumidores en las terrazas. En otras calles como Comedias la coyuntura es mientras tanto directamente triste, sin muchos más protagonistas que los vidrios rotos. Hace ya mucho tiempo que esto dejó de ser una Feria, o algo parecido a una Feria, para convertirse en una prolongación más permisiva del fiestón para turistas que es el centro de Málaga habitualmente, todo el año. Eso sí, el coto impuesto a los patinetes rinde de manera notable, por más que no falten quienes insisten en desplazarse en estos artilugios hasta la mismísima calle Álamos, y cabe felicitarse por ello (lo contrario habría sido algo aproximado a una catástrofe). Mientras el atardecer sigue su curso, comienza el frenesí de ambulancias para la recogida del reguero de vampiros tuertos. Queda tanta Feria por delante que no sabe uno si esto es ya el principio ni, mucho menos, el final.
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