Una Feria de Málaga para comérsela
Crónica
Pescaíto frito, chorizos e ibéricos, ensalada de tomate, pinchitos, berenjenas y pimientos son sabores propios de Feria
Pegue más o menos, no hay un maridaje más repetido estos días que el que se hace con Cartojal
La Feria del centro después de las seis: la hora de la desobediencia
Málaga/No era como en hora punta de un día cualquiera de otoño, pero el transporte público de camino al centro estaba concurrido este miércoles poco después de las 12:30. Algunos no tendrían como fin pasar la quinta jornada de la Feria de Málaga, bailar, comer y beber sumergidos en la alegría colectiva de las calles del casco histórico. Llevaban sombrillas y los bártulos de la playa.
Pero dar una vuelta por la fiesta sí era el destino de una familia francesa, aunque de madre malagueña, con dos niños pequeños que mezclaban el español y la lengua gala con tanta gracia que era imposible dejar de escucharlos. En su penúltimo día en la cuidad no querían dejar pasar su cita con el ambiente de la “calle Larios, escuchar verdiales, que es el folclore malagueño”, explicaba la mujer. “El Real es por la noche”, decía con sus recuerdos quizás anclados en sus experiencias más jóvenes.
Todavía era pronto para el almuerzo de los locales, acababan de dar las 13:00. Pero las terrazas de La Alameda, en sombra y con brisa, aunque más cálida de lo deseable, comenzaban a llenar sus mesas. Aunque, como el fluir de un río, la mayoría se adentraba en la calle Larios siguiendo el mismo curso. Tras hacerse la reglamentaria foto con la portada de fondo, se caminaba en sentido norte, hacia la plaza.
Así lo hacía Loli, una cordobesa que suele acudir a la Feria de Málaga de forma habitual, en compañía de sus amigas. Algunas llegaron desde Benalmádena y otras desde Torremolinos para dejarse llevar sin rumbo fijo. “Nos páramos donde vemos que hay ambiente”, decía Loli. Para comer buscaría un sitio más o menos tranquilo, “apartado de la juventud”, comentaban, "quizás El Pimpi". “Aunque si hay bulla tampoco pasa nada por un día…” aseguraban con ganas de pasar un buen rato.
Los más previsores iban buscando su hueco. Adelantar un poco la comida puede ser la clave del éxito cuando a mogollones se refiere. En Lepanto, con el rosa de Cartojal como protagonista, las mesas ya estaban a tope. En el Mesón El Trillo comenzaban a recibir los clientes que tenían mesa reservada.
"Tenemos mucho turismo de interior, público español sobre todo, que disfruta de nuestra carta, basada en la cocina mediterránea y el producto español", explicaba Antonio Herrera, el maître de El Trillo. El restaurante también ofrece una carta especial de feria.
"Tenemos choricitos asados, carne a la brasa, cosas fresquitas, salmorejo, gambas cocidas, buen queso, manzanilla, jamón y morcilla para que degusten también el sabor de la Feria", agregaba Herrera y aseguraba no haber sufrido problemas con el abastecimiento de hielo. "Tenemos más hielo almacenado del que vamos a gastar, colaboramos con compañeros que se quedan sin hielo, porque hemos sido previsores y no nos falta", apuntaba.
La barra de Casa Mira estaba relativamente tranquila antes del almuerzo. No sucedió lo mismo el sábado y el domingo. Cuenta una dependienta que antes de las 10:30, su hora de apertura, ya había gente esperando a que levantaran la persiana para pedir un helado. Pero de forma habitual, hasta las 19:00 o 20:00 no paran de despachar y los números rojos del turno de sumar dígitos.
El turrón es el sabor indiscutible. Se pueden vender unos 60 litros de este manjar de almendras en una jornada, los mismos que de granizada de limón. "Hay mucho trabajo, pero estamos acostumbrados, ya sabemos que esto es así en Navidad, Semana Santa y Feria", subrayaba la empleada.
Calle Larios arriba se escuchaban sevillanas y varias parejas se animaban a bailarlas. Las tiendas, algunas abiertas y otras cerradas, estaban menos llenas de lo habitual. La fiesta fagocita todo lo demás. Cristóbal Ruiz Megía, uno de los trabajadores más veteranos de El Chinitas, que ha salido hasta en el New York Times, esperaba con su camisa blanca y su fajín rojo, a que empezaran a llegar los clientes. Toda la terraza tenía los carteles de "reservado".
"Aquí tenemos la mejor fritura malagueña de la provincia", decía con orgullo. Y aseguraba que es el plato más consumido en Feria. También el gazpacho y el ajoblanco, las sopas frías más típicas, y ensaladas de tomates con atún. "Viene gente de fuera, pero también aquellos que repiten de un año a otro", apuntaba. "La mayoría tiene que reservar, porque es difícil encontrar mesa libre", advertía y señalaba que tampoco la supuesta escasez de hielo ha provocado ningún problema para ellos.
La Farola de Orellana, en calle Moreno Montoy, estaba hasta arriba. Gente de pie llenaba cada centímetro del bar y el espacio exterior de la callejuela. En la pizarra se anunciaban berenjenas, carrillada, callos, croquetas y caracoles. Flamenquín, ensaladilla rusa y pinchitos.
El centro de las primeras horas tiene poco que ver con el de las últimas. Sus calles están limpias, sin restos de vómito en cualquier callejón, sin basura que sortear. Por eso se puede uno apostar en cualquier rincón para picar de pie un plato de queso y embutidos comprados en La Canasta. Y comerlos con agrado, sin tener que aguantar la respiración.
La famosa panadería dispensa su dulce de Feria, una masa en forma de abanico con azúcar y frutas escarchadas que recuerda al roscón de Reyes. Pero también hace abanicos de pan rellenos de jamón ibérico, de pollo campero, lomo de los montes y tortilla de patatas. Y para beber, una caña fría o una botella de Cartojal. Pegue más o menos, no hay maridaje más repetido estos días que el que se hace con este vino dulzón que entra con tanta facilidad. Advertencia: peligro extremo de colocón.
La calle Sánchez Pastor, a las 14:00, tenía todas sus mesas llenas. “¡Madre de Dios, cómo está todo!”, exclamaba una turista. “Hoy aquí nos va a costar encontrar sitio”, presentía. “En cualquier lado nos tomamos algo”, la calmaban.
Esquina Sánchez ofrecía mejillones, empanadillas, gambas al pil pil, chipirones y pulpo a la plancha, entre algunos de los platos que despertaban el apetito con su sola lectura. Y el olor a las almendras garrapiñadas de la calle Santa María no ayudaba a mitigar el rugir de tripas. En la taberna La Malagueña de la plaza del Obispo se veían cazuelitas de boquerones fritos y patatas bravas y La Taberna del Obispo, además de paella, fritura, revueltos e ibéricos, como reclamo ofrecía un surtido de cinco tapas.
La plaza, dedicada a la música y al baile después de comer, tenía el mismo aspecto de siempre antes de que empezasen los conciertos en directo. Era momento de rellenar el estómago y de disfrutar del sentido del gusto aprovechando el descanso necesario de los pies. Aunque era difícil de pillar silla en lugares tan emblemáticos como El Pimpi, con una buena cola en la puerta.
Pero se insistía y se esperaba, la comida es irrenunciable. Ya habrá tiempo para todo lo demás. Entre las sugerencias de su carta reinan los mejillones franceses a la malagueña y los callos con garbanzos. ¡Con esta caló! También ofrecen arroces, sin que falten ensaladas frescas, almejas, rosada, bacalao asado y los clásicos ibéricos, un comodín que nunca suele fallar.
En la plazuela Jesús Castellano se buscaba un hueco imposible, peor aún en Casa Lola, con un buen número de fieles esperando su turno para coger mesa. En la marinera Pez Lola, tampoco cabía un alfiler y el olor a pescaíto y limón se metía en la pituitaria con intensidad traidora. La Campana, que vende estos días raciones de fritura a 8,10 euros, se quedaba pequeña para tanto público, dejando claro que la cocina tradicional le gana esta partida a italianos y hamburgueserías, a las que habrá que recurrir si no hay más remedio.
Gyozas, tartar de atún, bocaditos de rosada y tortillas de camarón despachaban en Pepa Revuelo, una curiosa mezcla de géneros bien entendida por su público. Pero el sol se caía a cachos y el reloj casi marcaba las 15:00. Era hora de abandonar el periplo con la boca echa agua y el estómago vacío. Los pimientos fritos, los chanquetes y los calamares de Pepa y Pepe podían ser una gran solución. “Esperamos, pero que nos pongan unas cañitas mientras”, decía uno a su grupo de amigos llegados del norte. Pues eso, una caña, por favor.
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