Tribulaciones de un oso panda en la Feria de Málaga
Feria de Málaga
La fiesta se tomó este jueves otro respiro razonable antes del frenesí que previsiblemente acontecerá desde hoy para despedir una edición histórica
Málaga/En la calle La Bolsa una mujer avanza entre el gentío a toda mecha. Tiene prisa por llegar a alguna parte. Luce en su pelo largo dos floripondios coloraos y viste con el consabido uniforme a lunares, perjudicado ya después de lo que parece haber sido un fragor de baile y diversión de varias horas, aunque todavía no han dado las cuatro. Lleva en brazos una criatura que no tendrá más de dos meses a la que da el pecho mientras camina. El bebé, delgaducho y rojo, cual recién salido del Materno, se aferra a la teta como si el chunda-chunda no fuera con él, pero ya se sabe que en gran medida la Feria es una cuestión de prioridades. En la terraza de Los Mellizos hay sentado un matrimonio alemán que acaba de darse un festín de langostinos y el caballero, orondo como un barril pirata y no menos rojo que el bebé, pide otra cerveza para dar cuenta de lo que queda. En la mesa de al lado hay un hombre menudo y solo que habla a voz en grito a un teléfono móvil sostenido con el servilletero con su inconfundible acento subsahariano. Acaba de llegar y aún no le han servido vianda alguna, pero ya va dando cuenta de su hazaña a algún lejano interlocutor en su mensaje de voz: “¡Me voy a poner fino! ¡Fino!”. Una rondalla invita al baile con su frenético tres por cuatro. La portada de la calle Larios queda a un tiro de piedra: allí exprimen su arte las pandas de verdiales, con su compás hipnótico para la alucinación de los turistas que hacen fotos como si de un safari se tratase. Y allí, guarecido a la sombra, de pie, con su gracioso tambaleo y su disposición abierta, sin abrir la boca, está él.
La pregunta es obvia: ¿Qué hace un oso panda de más de dos metros en la portada de Feria de la calle Larios? Pues como todo el mundo: lo que puede. Su presencia, en cualquier caso, desentona menos que la de los cafres que han destrozado la mayor parte de las papeleras del centro histórico y que van por ahí orinando la priva en las puertas de los vecinos. El personaje se presta a hacerse fotos con cualquiera que se lo pida y sólo por esto tiene más legitimidad que muchos otros para pasar como emblema feriante por derecho. Pienso en el ser humano que pasa las horas en su interior, en su paciencia, en su beneficio, en las temperaturas que se alcanzarán ahí dentro. Un simple rato de observación basta para distinguir a los visitantes que lo consideran una atracción más de la Feria, los que reaccionan con extrañeza y los que se burlan del oso largo y tendido para luego hacerse unas fotos con la misma mala uva. En todo caso, nuestro altísimo oso panda, que su propietario conserva razonablemente limpio a pesar de todo lo que le cae encima, constituye un signo bien visible de la misma evolución de la Feria del Centro, contagiada de la misma parquetematización y la misma disneyfilia que afecta a la ciudad entera durante el resto del año. Nadie puede negar que el oso panda es un great hit y que además viene que ni pintado cuando las pandas de verdiales atacan por Almogía (debería haber un oso panda para cada panda), en una proverbial síntesis cultural capaz de hacer aflorar cierta diversión en la aburrida postmodernidad. Más aún, la mascota es lo primero que ven no pocos visitantes que deciden comenzar por aquí su visita a la Feria del Centro, así que seguramente será lo primero que cuenten cuando allá en sus lugares de origen les pregunten por la Semana Grande de Málaga: “Tienen un oso panda enorme”. Una señora con vestido de flamenca reglamentario, peineta alicaída, gafas de culo de vaso y más ganas de fiesta que un universitario en primavera se parte de risa mientras le ordena a su nieta a base de gritos que le haga una foto en condiciones con “el oso este tan grande”. Qué resignación, señor.
Por primera vez en la era cristiana hablamos de un segundo jueves de Feria. El fragor de la batalla se ha reducido notablemente respecto al miércoles en el centro. Hay más huecos abiertos, más sitio libre y más espacio para caminar con relativa soltura. Todo apunta a que el personal ha decidido relajarse un tanto, pararse a tomar oxígeno, devolver la estabilidad de su riego sanguíneo a ciertos niveles razonables y acumular fuerzas antes de la traca final de los últimos días, porque no son pocos los cartuchos que quedan por quemar. Mientras el centro aguarda así su particular recreación de Apocalypse Now, con la inestimable colaboración de los feriantes que llegarán a bordo del AVE para no tener que conducir desde otras latitudes, el Real del Cortijo de Torres se consolida como alternativa nada desdeñable para quien quiera ir a la Feria a comer, beber, bailar y pasar un buen rato con la familia y los amigos antes de que caiga el sol, no sin cierta melancolía de fiesta por hacer, de ocasión por estrenar. La Feria más larga de la historia mantiene así sus contrastes, con un poco más de cansancio. Habrá osos polares en alguna parte.
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