Una cadencia más pausada
En el Real la Feria cobra dimensión de auténtica fiesta andaluza Caballos, trajes típicos, público heterogéneo y degustaciones gratuitas de platos típicos son reclamos del recinto ferial durante el día
DÍA 2. Amanece un nuevo día de fiesta y, a pesar de que aún es el comienzo, en ciertos momentos hay que respirar hondo para que no brote la mala leche. Los que usurpan aparcamientos reservados, los que creen tener carta blanca para colarse en el autobús o los que pisan y empujan sin piedad, por pura diversión, lo ponen difícil. Sin embargo, cuando se ve de lejos a los amigos, la sonrisa se marca en la cara y todo se olvida. Si costó más o menos llegar hasta el punto de encuentro es cosa del pasado más pretérito. Lo que toca desde ese momento es pasarlo bien.
Para un grupo de tres chicas que venía desde Rincón de la Victoria, el domingo de Feria empezó ayer en la parada del bus F, el que va desde la Alameda hasta el Cortijo de Torres. En la cola, almorzaban comida rápida traída en bolsas de papel mientras hacían planes para la tarde. Más de 20 minutos tuvieron que esperar a pleno sol para montarse en el transporte público, a pesar de que la EMT asegura en su campaña publicitaria que es mejor "plantar en el coche" e ir a la Feria en autobús. Otras personas que también aguardaban en la cola protestaban del precio del viaje, 2 euros por trayecto. "¿Esto antes no era gratis?", preguntaba un usuario poco acostumbrado. Pero hay que remontarse años atrás para recordar ese servicio gratuito, cuando el Ayuntamiento se empeñó a llevar al Real a la gente durante el día.
A las 15:30, también viajaba en el autobús un grupo de mujeres que eligieron vestirse de flamencas para tener la excusa perfecta de salir sin sus parejas. Acompañadas de familias con niños, de adolescentes, jóvenes y matrimonios mayores, un público heterogéneo en edades pero bastante local es el que a esas horas de sol se atrevía a cambiar el centro por el recinto ferial. "Venga, vamos, que nos cierran la cocina y Fali no se va a poder comer su plato de callos", pedía una señora con mucha guasa al conductor, que no arrancaba. Por fin rodó el bus articulado y en 15 minutos habían llegado al otro escenario posible de la Feria de Málaga, más efímero aún que el centro, un decorado momentáneo lleno de vida durante una semana y medio muerto el resto del año.
Allí la fiesta va a otro ritmo, se mueve con otra cadencia, más pausada, menos ansiosa. Aunque la temperatura sube unos grados por la lejanía del mar, los toldos y los arbolitos que ya han cogido cierto cuerpo dan sombra para cobijar el paseo de caballistas, de gente de todas las edades y condiciones, de peñistas, de cofrades, de amantes de la fiesta, de grupos de amigas vestidas de lunares, con sus trajes cortos, palabra de honor y minifalda de volantes, al estilo Málaga y su caló de agosto.
En el Real la Feria cobra dimensión de auténtica fiesta andaluza. En el centro, el propósito se desdibuja con mucha mayor facilidad. Los caballos, a pesar de que a veces su hedor vicia el aire, aportan un punto de belleza que muchos admiraban ayer. Y los que los montan, suelen ir ataviados con trajes típicos. Carretas y jinetes desmontados de sus animales, descansaban ayer a la sombra de la calle Antonio Rodríguez Sánchez, donde más de media docena de niños esperaban que su poni los pusiera en movimiento.
Aunque algunas casetas permanecían cerradas, la mayoría abrieron ayer sus cocinas para ofrecer platos típicos y degustaciones gratuitas con las que atraer al público. Paella, callos, migas, porra, berza, fideüa y hasta gambitas cocidas ofrecían algunas peñas. El plato del día en la Peña La Asunción eran unas riquísimas coles. Las mesas, prácticamente completas. "El secreto del éxito es la cocina", decía ayer José Cortés, que ocupaba el domingo el cargo de responsable de la caseta.
Los dos módulos que alquilan desde que la Feria se instaló en el Cortijo de Torres los llevan entre los socios. No todos se implican, pero sí son muchos, se turnan, trabajan sin cobrar y si al final de la semana obtienen beneficios los invierten en un viaje para aquellos que han estado ahí durante estos días. "Todo lo que tenemos es bueno porque como es para nosotros... aquí vienen muchos socios y personas de otras peñas", contaba José, miembro de esta agrupación de la barriada La Asunción, por la zona de Tiro Pichón. Aunque han visto decaer el "negocio" en los últimos años, aseguraban los socios que "no nos podemos quejar, está claro que la crisis es para todos, pero nos vamos defendiendo".
Para la Peña La Asunción, y seguro que para muchas de las peñas que montan sus casetas, el Real es "un punto de encuentro", como explicó José Cortés. Por eso no aceptan que otros la alquilen para sacar rendimiento a la semana. "Entonces perdería su encanto, aquí viene la gente porque se conoce, se siente a gusto, como en la peña", añadían José y Emilio, que mañana le toca estar en la plancha. Una decena de personas, en su mayoría mujeres de mediana edad, sacan más de 400 platos diarios del guiso, además de una gran variedad de oferta. "Hemos puesto el plato anticrisis, chorizo, huevo y patatas fritas por 3 euros", relataba José. Las bebidas, a euro y medio.
A las doce de la mañana comienza ya la actividad en esta peña y se acaba "cuando no hay gente", entorno a las tres o las cuatro de la madrugada. El ambiente familiar lo compartían ayer otras casetas como la vecina Peña Santa Cristina, donde un grupo ya bailaba con el cubata en la mano, Rincón Libertario, Amigos de Gambrinus, Peña Recreativa Trinitaria y otras muchas. En todas la comida gratis ofrecida en pizarras o carteles improvisados en un folio parecía el enganche necesario.
No obstante, cada vez hacen falta menos reclamos para acudir al Real de día. Sobre todo, a juzgar por el aforo que ocupaba las casetas que, a las cuatro de la tarde y con la música puesta a tope, ofrecían un lugar ideal para aquellos que buscan bailar y beber, beber y bailar hasta la extenuación. En el extremo norte del recinto, junto a la portada del Teatro Echegaray, algunas casetas-disco están a pleno rendimiento. Los decibelios suben en esa zona y las músicas se mezclan convirtiendo la calle en un babel un tanto atolondrado. Mientras unos pocos, no demasiados, hacen botellón bajo alguna sombra. La Sala Wengé, La Huella, la caseta del bar Malafama, la Buenafama, la de UGT, estaban ayer a reventar.
"Vendemos los mejores mojitos de la Feria", decía el dj de esta última caseta, una de las que ofrecía ayer aire acondicionado. Y muchos bailaban ya las canciones del verano y las últimas novedades de la música disco. Y seguirían haciéndolo a la hora del café y quizás hasta la cena o, incluso, mucho después. Era cuestión de no perder el ritmo. "Bienvenidos a la Feria de Málaga, la más salá".
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