Las edades de la Feria de Málaga
Niños con sus familias, adolescentes en sus primeras salidas, jóvenes que empalman el trabajo con la fiesta, gente de mediana edad y mayores, cada uno vive la Feria a su manera y en ella caben todos
¿Cuánto cuestan los cacharritos de la Feria de Málaga?
Cierran temporalmente una caseta del Real por cobrar para acceder
Cuando el día cae, la noche se abre para Fali, Pablo, Miguel, Félix y otros tantos amigos más. Tienen 16 años y esta es su primera Feria. De niños caminaron junto a sus padres, de la mano, bien cogidos para no perderse entre el barullo. Se montaron en el dragón, con un mayor a su lado, clavándose los hierros en la cadera y con ganas de que acabara el dichoso paseo. Compraron buñuelos de chocolate y se mancharon la barbilla y la ropa. Se cansaron y pidieron con lágrimas volver a casa en brazos.
Pero todo eso ya pasó. Ahora la fiesta se vive en nombre propio, se elige el camino por el que llegar, el lugar de destino, la gente con quien compartirla. Con los progenitores solo queda la negociación previa, el tira y afloja con la hora de llegada, los sermones sobre el alcohol y los peligros que acechan y esa preocupación honda que nace al otro lado de la puerta. Una vez cerrada, para ellos el tiempo es todo suyo y la libertad sabe mejor que cualquier otra cosa. Son los reyes de sí mismos y el aquí y el ahora les parece infinito. Así que, con esa sensación de ir ligero, sin lastre, con ganas y muy buen humor parten hacia el Cortijo de Torres.
Todos viven en un entorno cercano, se van encontrando y tan solo tardan quince o veinte minutos en llegar a su primera parada, el McDonalds más próximo del recinto ferial. Uno de ellos lleva una bolsa en la que se intuye alguna botella, porque son menores y saben que no los dejan entrar en las casetas, ni pedir una copa en la barra. Por tanto, hay que llevar el avituallamiento puesto. Una vez cenados, muchos no volverán a abrir la cartera, eso si no se les antoja tirar de adrenalina en las atracciones. Lo suyo es una salida low cost para exprimir la fiesta todos los días posibles sin que les pese mucho en sus bolsillos de adolescentes.
Una vez dentro del Real la dirección ya está tomada. A las 22:30 más o menos llegan a la zona de la juventud. Ya hay ambiente en la gran explanada, aunque se llenará muchísimo más a partir de media noche. El martes es festivo y la Feria vive una noche abarrotada. Se acoplan en un hueco y comienzan a hablar. En poco tiempo el Dj les pondrá música y se dejarán llevar. Un tanto cortados comenzarán a bailar, desinhibidos tras dos vasitos de Cartojal, que prueban por primera vez. Aunque antes de que la fiesta se anime, escriben a las chicas. Con indicaciones de izquierda, derecha de la pista, hacia delante o atrás, se ven y se unen.
La quedada se hace cada vez más grande. Otros compañeros del instituto también se suman cuando se reconocen. Así que, en cuestión de minutos, los ocho se han convertido en 16. Unos llegan, otros se van, luego vuelven, con más amigos, todos caben. Se hacen algún selfie, se cuentan sus cosas, ríen, sobre todo, saltan con la canción que más les gusta y empiezan a labrar el terreno con esa niña con la que ahora ven ciertas posibilidades.
En un suspiro llega un mensaje al móvil de uno de ellos. Su madre sale de casa para recogerlo y tendrá que volver al punto donde comenzó todo no hace tanto. Otros se quedarán un rato más y algunos, quién sabe, casi toda la noche. Por eso, dormirán a pierna suelta en sus camas, cansados de una noche en pie, de bailar y caminar, puede que con más alcohol en sangre del que deberían (que es cero porque son menores, pero ya se sabe). Sin embargo, despertarán con la sensación de querer repetir, hoy mismo si es que se puede otra vez. Y mientras ellos descansan, son otros los que retoman la Feria.
A pesar de ser festivo y de esperarse un lleno mayor, a las tres de la tarde se puede caminar por el centro histórico con cierta holgura. Un grupo canta y baila en la calle Liborio García y se arremolina gente a su alrededor. También tienen su público los verdiales en el escenario de la calle Larios. La caseta de San Miguel está llena y se baila La Cabra Mecánica, pero no con la euforia de otras horas más tardías. En el entorno de Uncibay y Calderería las mesas están repletas y en la plaza de las Flores se compagina la caña y la tapa con la rumba.
En la plaza de la Constitución un grupo de amigas y familiares, todas ellas vestidas de flamenca, con flores en el pelo o algún accesorio propio del momento, ríen, beben y charlan animadamente. Ana tiene 28 años. A ella le gusta especialmente disfrutar de la Feria a caballo. Por eso, para ella el Real gana puntos con respecto al centro, lo que no quita que también acompañe a su madre y a su abuela, que se reúnen en un coro, y sume su voz y su baile para pasarlo en grande en el centro.
Andrea es su hija, tiene 9 años, y le gusta llevar su falda de volantes, su collar de cuentas y su pelo recogido. Todavía tiene que aprender bien las sevillanas pero la abuela le están enseñando a dar sus primeros pasos. Le gustan los cócteles sin alcohol y la tortilla. Pero mucho más los cacharritos del Real. "Me he montado en el saltamontes, en la olla y en el toro", relata. "Es que están muy caros, los paseos de los niños valen a cinco euros", se queja la madre.
Nieves es la abuela de Andrea, tiene 52 años. "A nosotras nos gusta vestirnos, bailar sevillanas, la alegría, el vinito... nos reunimos siempre las amigas íntimas, venimos juntas, la Feria la vivimos a tope", aseguran. Su madre, María, de 73 años, bisabuela de Andrea, canta en el coro. "Vamos cantando, bailando, comiendo, bebiendo, llegamos a la 13:00 y nos quedamos aquí hasta que nos echan con la escoba, así de claro", dice Nieves. Luego, las mayores se vuelven a casa y las más jóvenes siguen la fiesta en el Cortijo de Torres.
"Tengo que trabajar también, así que vamos alternando como podemos, también tenemos que dedicar tiempo al descanso", relata Nieves. Su modelo de Feria lo tiene clarísimo. "Para mí, el día es en el centro y la noche en el Real, que es lo bonito, lo que siempre ha sido", agrega. Para Ana, los caballos son protagonistas de su manera de entender la fiesta y, salvo en la Romería del sábado, el resto de la semana tiene que ir al recinto ferial para disfrutarlos.
"Aquí hay buen ambiente, la gente baila, se lo pasa bien, no ha degenerado tanto como se dice", considera Nieves. "Ahora la gente se reparte entre los dos espacios, si no aquí no se cabría, eso creo que es lo mejor que han hecho, tener abiertos los dos sitios durante el día, así eligen entre un lado u otro", sostiene durante la parada técnica mientras el coro de María almuerza. Luego se unirán al resto, y con cañas, tambores y a pleno pulmón, continuarán el martes festivo haciendo lo mejor que hay para ellas un 15 de agosto: vivir la Feria de Málaga.
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