Feria de Málaga: Todos los caminos llevan al Real
La oferta del Cortijo de Torres atrae a más malagueños y turistas nacionales que internacionales
Las reservas de última hora casi llenan los hoteles de Málaga en la Feria
“¿Y a mí qué se me ha perdido en el Centro?”, espetaba el otro día un hombre de tez oscura, canillas cortas, y no sin cierto desaire, a su interlocutor mientras caminaban de noche por la calles del Real. “¿Acaso no tenemos bastante con esto?”, añadía después haciendo aspavientos para dar fuerza a la idea de que en el recinto “se puede hacer de todo”. Su postura, desde luego, quedaba clara al tipo que le hacía compañía, que amorraba la cabeza y rehusaba responder, al menos en aquel instante. Por lo que, probablemente, ambos acabarían privándose de festejar cosa alguna fuera del Cortijo de Torres la próxima vez que el organismo les pidiese algo de meneo. Quién sabe si por el resto de semana.
Pese a que unos cuantos tenían la hoja de ruta hecha, en términos generales era complejo prever que este año la cantidad de público que se está decantando por esta opción, y a diario, fuese tal como para dejar los ánimos por los suelos en el casco histórico, mítico lugar de esparcimiento con Feria y sin ella. Aspecto que, cruzado el Rubicón del ecuador de la fiesta y tras mucho andar, hablar con gente y cotillear (así se escribe todo esto), va quedando cada vez más nítido.
La primera bala es que el Real, igual que decía aquel tipo el otro día, tiene oferta para todos los públicos. Los abonados a la tradición encuentran gran gusto en pasear con los caballos o limitarse a admirarlos; las muchachas, en lucir sus trajes de gitana ante las miradas curiosas; las familias con niños y la tercera edad, en comer, bailar o dejarse un perraje en las atracciones; y el resto del espectro sociológico, en irse a las casetas-discotecas, cuando no al botellón, a beber cubatas y dar saltos aprovechando que mañana no les va a doler nada. Lo que quizá no se está teniendo en cuenta a la hora de leer lo que viene sucediendo en el recinto ferial es el escaso impacto del turismo internacional.
Dirán ustedes, pero tras mucho insistir por la zona, también este jueves, escasísimos alemanes, ingleses, franceses y demás ciudadanos de otras nacionalidades se avistaban, exceptuando los presentes en un acto en la caseta municipal; mientras que acentos de provincias españolas se oían a porrillo. Justo lo contrario se observa estos días en el Centro, con una gran cantidad de extranjeros, unos dando lengüetazos a helados y otros con vasitos llenos de fruta por las calles, admirando (desde lejos y sin inmiscuirse) la esencia aún permanente en los verdiales, malagueñas y sevillanas, además de en los coros, que todavía optan por gastar la suela de sus esparteñas allí, pero que por sí solos no bastan para levantar la celebración.
Igualmente, este año ha habido ciertas desavenencias a la hora de poner en marcha la música en directo en las plazas, pues según afirman las bandas ahora corre a cargo de los establecimientos hosteleros. La mítica Free Soul Band, que ponía a reventar la plaza de las Flores, no ha podido hacerlo este año tras 13 ediciones en el candelero; Radio 80 se ha tenido que trasladar de la plaza de San Pedro de Alcántara a una caseta del Real; y Mr. Proper, emblema del entretenimiento de la plaza del Obispo, ha anunciado que este año será el último que tocará allí. Otro motivo más, con estos núcleos languideciendo, para que el personal pusiera rumbo allá donde hay música de forma permanente. A todo esto: ¿alguien sabe dónde andan metidas las charangas?
Con estos mimbres, transcurría la tarde en el recinto, con el público de un lado para otro en busca de alguna caseta en la que hubieran recalado anteriormente, porque a estas alturas quien más y quien menos tiene sus preferencias definidas, caso de unas señoras vestidas a juego que se internaban en una y salían escopeteadas al ver que se habían equivocado; aunque nunca faltan aquellos que prefieren ir picoteando de unas a otras sin parar, que para qué si no es para ir probando se monta semejante despliegue, pensarán. La cuestión es que el que quiso pudo tener la fiesta en paz: con todo lo necesario para la diversión al alcance de la mano.
Cosa muy distinta, no porque no haya diversión, que eso va por descontado, es la que ocurre (u ocurrirá) al oscurecer en la denominada explanada de la juventud, habilísimo eufemismo para evitar llamarla botellódromo, y donde cada noche, a poco que uno pase por la zona, se ven escenas rocambolescas: con cientos de jóvenes entregados al alcohol como si les fuera la vida en ello y no al contrario, y alguna que otra meada entre los coches. Escenas con las que, a decir verdad, hay que lidiar en todas las ferias, pero contra las que sin lugar a dudas se podría luchar con más ahínco. Al final, todos los caminos llevan al Real.
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