Feria de Málaga: El Real, una apuesta para todos los gustos

El Cortijo de Torres acoge una segunda jornada festiva en la que confluyeron planes para todos los públicos y una afluencia nada desdeñable

Así viven los extranjeros la Feria de Málaga: “No sabíamos que había fiesta, ha sido una sorpresa maravillosa”

Un coche de caballos, este domingo, en el Real Cortijo de Torres. / CARLOS GUERRERO

Un tipo de mediana edad, con camiseta azulada y pantalón pirata, se paraba esta tarde junto a una fuente en el Real, humedecía sus manos y se las pasaba por la cabeza mientras emprendía de nuevo el camino atusándose el pelo. La estampa, cuanto menos, recogía lo que estaba ocurriendo a pie de calle, donde el calor, a diferencia de este sábado, complicó algo más la vida al personal. Aunque no crean ustedes que con dramatismos: con tirar por la sombra cuando se podía y procurar mantenerse hidratado era suficiente. Porque en agosto todo se seca menos el mosto. Sería por las ganas de Feria, que esto no ha hecho más que empezar, o por los ofrecimientos del Cortijo de Torres, pero la sensación por tercer año consecutivo (si no más pero, como diría Umbral, no voy a levantarme a comprobarlo) es que cada vez es mayor el número de personas que eligen vivir la fiesta en este recinto: con una distribución ordenada, más opciones, menos aglomeraciones y, oh, aire acondicionado o al menos ventiladores en las casetas. También, sostienen los más puristas, porque es en esta pequeña urbe de quita y pon, desde que hace años se prohibieran los caballos en el Centro más allá de la romería, el punto en que se concentra la quintaesencia de la tradición ecuestre gracias al paseo de enganches o las exhibiciones sobre el albero. Lo demostraban las miradas que algunos dirigían a los equinos, animales de buen porte donde los haya, ocupados en desfilar con eficacia guiados por cocheros con traje de corto o chistera y levita. Más expectación si cabe despertaba el centro de exhibición, poco después de las cuatro de la tarde, cuando un público nutrido de todas las edades se concentraba para ver cómo trabajaban al compás de la música. 

Jóvenes posan para una fotografía en El Portón. / ÁLEX ZEA | EUROPA PRESS

En las calles, salpicadas de color gracias a que no pocas mujeres, como suelen, acudieron vestidas de flamenca, el ambiente era totalmente festivo. Varios vendedores de flores se encargaban de aprovisionar a las señoras que necesitaban una de urgencia, unas cuantas adolescentes ensayaban coreografías dando giros entre los viandantes y constantes grupos de jóvenes se fotografiaban para nutrir bien el Instagram, por ejemplo, junto a El Portón y la fuente de la Biznaga, tipismo ineludible de la Feria malagueña pese a que la figura del biznaguero sea con el paso de los años más residual y desconocida, sobre todo para los jóvenes. En las casetas de corte más tradicional, donde a buen seguro sí sabían sobre este oficio, las señas eran claras, con familias totalmente entregadas al disfrute a través de la música y la comida, y sin ganas de meterse en muchas bullas. Igual que, permítase la comparación, ocurría este sábado en el Centro cuando un grupo de 15 o 20 mujeres que rozaban la setentena, todas con faldas de lunares y más listas que los ratones coloraos, cruzaban por el Pasaje Heredia evitando el taponamiento perpetuo de la calle Granada. Para que luego se desdeñe la experiencia. Sin prisa ninguna pasaban las horas en la Peña Tiro Pichón, que tiraba la casa por la ventana y ofrecía gratis degustaciones de paella, salmorejo o callos (para eso estaba el día, sí). Mientras a unos metros de su puerta un tipo alto, con patillas de bandolero, acento castizo y un paquete de Marlboro en la mano matenía un diálogo difícil de seguir con otro cortado con semejantes tijeras. 

Ambiente en las calles del Real. / CARLOS GUERRERO

En un punto inexacto de la tarde, aunque hay matices porque siempre hay quien no hace otra cosa, las copas tomaron el relevo al turno de almuerzos. Y jóvenes (y no tan jóvenes) se lanzaron al Real, unos por primera vez y otros tras pasar la pertinente mañana tirado en la cama junto a la botella de agua, para disfrutar de la fiesta de otra manera. Convendría, por cierto, a quienes después piensen subirse en las atracciones con sus primos pequeños, novios, novias o lo que fuera no pasarse con los líquidos en este punto para no acabar echando la papa al segundo meneón del Barco Vikingo, y quien avisa no es traidor. Según se rumoreaba por la zona, una de las casetas que despertaba más pasiones era Candela, que se veía llena hasta la bandera desde la entrada, con la clientela a los pies del ritmo flamenco. También lucían bien de público desde temprano otras tantas como Malafama o Tentadero. En Palmeo, dando un giro a las técnicas de marketing, sacaban a una mujer sonriente con una banderita a lucirla, aunque todavía no pasaba apenas gente por allí. Y en la calle bailarín Eusebio Valderrama un grupo de cuatro personas que captaba clientes cortaba el paso a la misma, apiñándose como si les fuera a lanzar una falta. La cuestión es que los ánimos no los bajaban ni el calor ni sus correspondientes sudores. Aunque otros estuviéramos ya hechos una verdadera piltrafa, agarrado a una Coca Cola bajo una muy agradecida sombra, probablemente guiado por alguna fuerza extrasensorial antes de perecer. Ya saben: el señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar… Un milagrito más del Real. 

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