A lomos de un caballo, una Feria de Málaga diferente

Lejos de desaparecer, la tradición ecuestre persiste y vive uno de los momentos grandes del año durante estas fiestas

Para muchos, más que una afición se trata de "una devoción"

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Una jinete acaricia a su caballo este jueves en el Real de la Feria de Málaga. / Pepe Gómez

Málaga/A lomos de un caballo, a metro y medio del suelo, la Feria de Málaga se ve diferente. Y no solo porque la perspectiva visual cambie. Se trata, sobre todo, de una manera distinta de vivirla, con un animal de compañero, con unas rutinas que no tienen mucho que ver con las de la mayoría. Desde hace años no están permitidos en las calles del centro, pero el recinto del Cortijo de Torres acoge a caballistas y coches de caballos a diario, aficionados y profesionales del mundillo que presumen orgullosos de estas nobles criaturas. Y ellas, engalanadas, aguantan con paciencia y serenidad la carga durante horas, las caricias y las fotos de extraños.

Gitana, alias Dolores, una yegua de 19 años, parece escuchar con ojos atentos la conversación con Alba, su dueña, que le palmea el cuello y la llena de halagos en su primera parada junto a la portada del Ayuntamiento. Alba tiene 24 años, pocos más que la yegua, a la que conoce desde hace cuatro. “Antes he tenido otras yeguas, el caballo me gusta desde que era niña, mis abuelos paternos también les gustaban muchos estos animales, tenían caballos, mulas y burros en el pueblo, pero de mi familia soy la única que está metida en este mundillo”, apunta.

Va vestida de corto. La normativa municipal exige a jinetes y cocheros que lleven la indumentaria adecuada. Las mujeres pueden ir con el traje campero o de flamenca. “También puedes llevar la montura vaquera o de amazona, la que llevas las dos piernas en uno de los lados, pero para mí es un poco más incómoda, por eso prefiero vestir pantalón”, comenta Alba, poco antes de comenzar a dar unas vueltas por el Real.

Alba sobre Gitana, alias 'Dolores' en el Cortijo de Torres. / C. F.

Después bajará para comer y beber y se encontrará con amigos caballistas, vecinos de cuadra y conocidos que comparten la misma afición y que juntos hacen familia. Porque el caballo para ella no es ni por asomo un accesorio. Ni siquiera una mascota. “Es una compañera, cuando monto tenemos que ser como una, cuidar una de la otra para no hacernos daño, tenemos que ir al compás”, comenta y explica con satisfacción lo inteligente que es y todo lo que le ha enseñado en su doma. “La tengo entrenada para que haga caso a las órdenes cuando le hablo, no hace falta tirarle de la cuerda, he jugado con ella al escondite, al pilla pilla, son animales muy inteligentes”, apunta Alba.

Gitana, además, tiene una gran nobleza y está acostumbrada a que la monten mucha gente diferente, los sobrinos pequeños, las amigas de su dueña. “Un caballo supone dedicación diaria, hay que alimentarla, peinarla, bañarla, hacerle trenzas, sacarla para que corra, montarla...”, subraya y detalla que su manutención mensual, en una cuadra del polígono El Viso, le cuesta unos 180 euros mensuales. Para los amantes de este animal, la Feria se convierte en una fecha muy especial, un momento de encuentro que llevaban esperando ya dos años.

“Es un sentimiento muy bonito, prefiero venir a la Feria en caballo que bailar en una caseta, esto no lo cambio”, sostiene, aunque su pareja y algunos familiares vayan a pie, a otro ritmo. Y asegura que también Gitana disfruta. “Se pone muy contenta cuando llega, se le nota”.

Antonio López y Andrés González en su carruaje. / Pepe Gómez

Fumando un puro en un descanso, Antonio López charla junto a su coche de caballos “modelo sociable enganchado a la cuarta con guarniciones a la inglesa”, apunta. En este precioso modelo fabricado en París en 1910 caben cuatro pasajeros y dos cocheros. Su amigo Andrés González coge las riendas junto a Antonio. “Lo compramos hace treinta años en Holanda y se restauró en Málaga por Antonio El Quemao”, comenta y explica que una de sus ocupaciones profesionales es la compra y venta de coches de caballos. Tiene 70.

“Estos caballos de pura raza española –Comandante, Roy, Danzanillo y Bombi–, han quedado dos veces campeones de España en prueba de obstáculos y cinco veces campeones de Andalucía”, comenta con orgullo este jinete. “Esto es una pasión, es lo que me hace disfrutar”, dice. También ha hecho de ello su profesión. Participan en espectáculos, en rodajes de películas, en ferias, en bodas, en divorcios, en eventos de todo tipo.

Otro de los carruajes que paseaba este jueves por el Real. / Pepe Gómez

En esta Feria de Málaga dos familias tienen toda la semana alquilado el carruaje con los cocheros. “Aquí vengo trabajando, no solo por placer”, señala. Sin embargo, apunta que el “trabajo más gordo” lo tiene en Sevilla, donde el alquiler de coches de caballo tiene “mucho más tirón”. Es en esta provincia, en Aznalcázar, donde tiene sus cuadras.

Dani y Sergio acuden al Real con el coche de su socio. Son caballistas y suelen traer a sus animales, pero de esta forma pueden incluir a la familia en sus paseos. “Venimos todos los días con los caballos, somos aficionados y la Feria supone el momento de disfrutar de lo que todo el año estás esperando, más aún esta, con el parón de la pandemia”, comentan. “Es el momento de lucirlos, de enseñarlos y ponerlos bonitos, no es lo mismo que estén trabajando en el campo a pasear por una feria”, agregan.

Sus caballos están en una parcela de su propiedad y tienen un cuidador y domador, Sergio Jaime, que se encarga de dedicarles el tiempo necesario, que es “mucho más de lo que la gente piensa”. Porque, aclaran, “no se trata solo de echarles de comer, hay que sacarlos, limpiarle los cascos, desocupar las cuadras, cepillarlos, todo esto supone bastante trabajo”, relatan. Ahora, las nuevas tecnologías ayudan en la labor de vigilancia y pueden comprobar que los animales están bien con cámaras instaladas en sus cuadras.

Una jinete sujeta las riendas de su animal. / Pepe Gómez

Necesitan mucha dedicación y preparación para que luego estén aquí tranquilos y no pase nada, que no se desboque, que no ocurra ningún incidente”, indican. Además de la vestimenta, el Consistorio les exige un seguro. Una vez en el Cortijo de Torres, dan una vuelta, paran para comer en las casetas de los amigos y brindan con los compañeros que se van encontrando. “Llevamos más de veinte años aquí y tenemos ya muy hecho nuestro ambiente”, añaden.

Un poderoso y bello Sultán descansa a la sombra montado por Julián Sánchez, jinete desde los cinco años. “Mi padre era aficionado pero, sobre todo, mi hermano mayor, él me contagió la afición”, explica Julián y cuenta que Sultán tiene siete años y que lo adquirió cuando tenía tres. Le costó dos años domarlo.

Julián Sánchez monta a Sultán y Alfredo, detrás, a Mora.

“Tiene una nobleza impresionante pero era un poco peligroso, se empinaba, daba saltos y hubo que corregir esas cosillas hablándole mucho y dándole confianza, no hostigándolo, sin forzarlo ni imponiendo la voluntad, se pueden usar medidas correctivas pero lo más importante es la confianza”, subraya. Ya se han acostumbrado el uno al otro, “me conoce, somos compañeros y cuando voy a cuidarlo y escucha el coche a medio kilómetro, relincha”, afirma.

Más que una afición lo que siento es devoción por los caballos, es un mundo que te tiene que gustar y en él se conoce a mucha gente”, considera Julián. Su amigo Alfredo monta a la yegua Mora, también un precioso ejemplar de 15 años. Ambos son de Rincón de la Victoria y apuntan que, además de la Feria de Málaga, sus citas obligadas son la romería de la Virgen de la Cabeza, el Rocío, el camino de Tolox de la Sierra de las Nieves y las fiestas de la Axarquía.

Una pareja de caballistas en el Cortijo de Torres. / Pepe Gómez

A la Feria del Rincón de la Victoria le ponen un pero muy grande y es que solo pueden acudir a caballo un día y montar por un espacio acotado de unos 500 metros. “Allí hay mucha afición, hay cuadras, picaderos, hípicas y, sin embargo, es una feria muy sosa”, lamenta Julián.

Pero es jueves 18 de agosto y están en la Feria de Málaga, con sus trajes de corto y la alegría de volver a pasear por el Real subidos a sus animales, con elegancia, perpetuando la tradición ecuestre que, muy lejos de desaparecer, sigue realmente viva.

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