La resaca del primer día de Feria de Málaga deja un Real desierto
El ambiente en el recinto durante el medio día fue acaparado por el centro de la ciudad
Málaga/La resaca del primer día de Feria se dejó notar en el Real. Si bien este jueves el Cortijo de Torres consiguió reunir a cientos de personas en torno a sus espectaculares alumbrados, el medio día del viernes se tornó desierto. El contraste entre la noche y el día en el recinto fue abismal. Mientras el centro de Málaga se llenaba de feriantes con ganas de fiesta con el paso de las horas,o mejor dicho de los minutos, al Real se acercaron solo unos pocos atrevidos, que al llegar no sabían ni dónde meterse y no porque no hubiera sitio precisamente.
Quizás fuese la resaca o quizás el hecho de que el jueves fuera festivo y el viernes día laboral. En cualquier caso, lo que más abundaban eran trabajadores. Algunos operarios reponían las bebidas de las casetas para no dejar sedientos a los visitantes. Otros, ponían de punta en blanco sus casetas barriendo al ritmo del reguetón (el único bailecito que se vio por allí). Los servicios de limpieza de Limasa intentaban dejar a punto las calles a manguerazo limpio, que además de higienizar refrescaba el recinto, aunque también molestaba a algunos de los que paseaban por allí: “¡Que me mojas!”, gritaba una señora.
Charcos de agua y cierto hedor recibían al feriante que se acercaba incrédulo con la confianza de encontrar la cara más tradicional de la Feria. Aunque mayor fue el fiasco al ver el ambiente. El flamenco brilló por su ausencia. Las canciones solo sonaban en unas pocas casetas y, con echar un vistazo al interior, se podía comprobar que nadie seguía su compás. También se echaba de menos el clásico sonar de los cascos de caballos, dirigidos por sus jinetes y amazonas engalanados con el traje de corto. Pero fue imposible avistar a estos animales más allá de los coches de caballos que comenzaron a llegar tímidamente por la calle de Las Bulerías.
Conforme se acercaba la 13:00, en la Peña Los Ángeles comenzaban a cortar el jamón que luego deleitarían los paladares de los más hambrientos. En las pizarras de las casetas, los camareros escribían los platos del día, entre los que abundaban la paella, las migas y el salmorejo. El olor a pescaito frito comenzó a indundar las calles, sobreponiéndose al anterior maloliente. Aún así, había algo que continuaba faltando: el calor humano de la gente disfrutando de la comida y el vino dulce de la tierra mientras los feriantes bailan un Mírala cara a cara.
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