“Aún desconozco qué hay que hacer para complacer y deleitar al público”
Arturo Ripstein | Director de cine
El realizador, emblema del cine mexicano, recibirá el Premio Retrospectiva ‘Málaga Hoy’ en el Festival de Málaga, donde presentará su última obra maestra, ‘El diablo entre las piernas’
Málaga/Sostiene la ficha de IMDb de Arturo Ripstein (Ciudad de México, 1944) que el cineasta debutó en 1962 como ayudante de dirección de Luis Buñuel en El ángel exterminador, algo que el mismo Ripstein niega a la vez que lamenta por cuanto su trayectoria se ha considerado en exceso a la sombra del genio surrealista. Reconocido hasta en dos ocasiones con la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián y con el Premio Nacional de Ciencias y Artes y de su país natal, habitual en el palmarés de los premios Ariel y poseedor de otros muchos galardones, Ripstein es un emblema vivo del séptimo arte en su país pero, más allá, uno de los creadores más significativos, libres y esenciales de la historia del cine. Entre sus obras maestras figuran El lugar sin límites (1977), Profundo carmesí (1996), El evangelio de las maravillas (1998), El coronel no tiene quien le escriba (1998), La virgen de la lujuria (2002) y Las razones del corazón (2012). Ripstein recibirá el Premio Retrospectiva Málaga Hoy en la próxima edición del Festival de Málaga, que se celebrará del 13 al 22 de marzo y en la que el cineasta presentará su última película, la polémica El diablo entre las piernas, escrita (como es habitual) por su mujer, la guionista Paz Alicia Garciadiego, y protagonizada por los veteranos Silvia Pasquel y Alejandro Suárez. El filme aborda sin tapujos los impulsos sexuales, sin obviar el abuso y la dependencia, de una pareja en plena madurez.
-La presentación de El diablo entre las piernas en algunos festivales dentro y fuera de México se ha saldado con una buena acogida, aunque no sin polémica. Un crítico mexicano afirmó que había rebasado usted su capacidad para irritar al público.
-Bueno, en realidad es cada vez más difícil no herir sensibilidades cuando haces una película. En el caso de El diablo entre las piernas, ya desde el guión veíamos una propuesta que sí, en fin, que podría irritar a cierta gente. Ya en el rodaje, nuestra impresión fue la misma. No porque quisiéramos irritar a nadie, ya que nunca me he planteado esos objetivos de antemano; sino porque es una película compleja, dura, que toca temas rara vez tocados anteriormente en el cine y que, por tanto, puede generar cierto descontento. Así que esas reacciones a las que te refieres ya las teníamos previstas. Es lo que sucede cuando rompes determinados tabúes.
-De todas formas, ¿le preocupa la reacción del público a estas alturas? ¿Hasta qué punto la tiene en cuenta cuando hace cine?
-Es muy difícil barajar lo que el público quiere y lo que le gusta. Por supuesto que cuando presentas cada nueva película quieres llegar de alguna forma a la gente, porque para eso la haces. Eso no lo he negado nunca. Ahora bien, yo siempre pienso en un público que consta de un único espectador, uno solo, al que no quiero engañar ni aturdir. Ése es mi público ideal y en él pienso cuando vuelvo a rodar. Mira, yo me identifico todavía con la intención de hacer arte en una película. Hasta ahí llego. A partir de ahí, desconozco todavía qué es lo que hay que hacer para complacer y deleitar al público.
-Afirmaba Silvia Pasquel que nunca se había desnudado ante la cámara hasta El diablo entre las piernas, a una edad con la que rara vez se ve a una mujer desnuda en el cine. ¿Ha sido este rodaje especialmente delicado y, tal vez por ello, más difícil?
-Fue un rodaje delicado, como dices, pero al mismo tiempo muy divertido. Todos los que participamos lo pasamos muy bien. Lo que más me gusta siempre de hacer una película, donde mejor me lo paso, es cuando filmamos, y en esto El diablo entre las piernas no es una excepción. Todo lo de antes, la preparación, la búsqueda de financiación y todo eso, me resulta muy arduo. Y eso que en este caso la implicación de Mónica Lozano y el resto de productores ha sido absoluta a la hora de facilitar las cosas, pero, sea como sea, es mucho menos divertido. Lo mismo te puedo decir de la postproducción, por lo general me resulta aburrido, o menos estimulante. Pero el rodaje, eso es una maravilla.
-Sobre los tabúes, y respecto a directores mexicanos más jóvenes como Alfonso Cuarón o Alejandro González Iñárritu, a los que supongo conoce...
-No, no los conozco. Conozco sus películas, desde luego. Las he visto. Pero no los conozco a ellos personalmente.
-La cuestión es, ¿echa de menos en su cine, especialmente el que hacen en Hollywood, una mayor determinación a la hora de romper tabúes? Es más, ¿quizá algunos tabúes debían haberse extinguido ya y no lo han hecho?
-Tu pregunta hace referencia a un fenómeno que no se da únicamente en México. Es una cuestión universal que tiene que ver con cómo te enfrentas a lo que haces. Cómo gestionas tu talento. No es un problema, digamos, exclusivo de México, sino que se da en todas partes, aunque luego, en México o en cualquier otro sitio, adopte determinadas particularidades. Sólo puedo decir que la generación que siguió a la nuestra ha hecho el cine a su manera, lo que es lógico y está muy bien, por supuesto; y que, a tenor de lo que se ve, el talento, la buena manufactura, es escaso. Pero, insisto, esto no se da sólo en México, sino en el mundo entero. Y tampoco se da únicamente en el presente, sino que ha sido así desde siempre, precisamente por la naturaleza propia del talento, que es escasísimo. Dios fue extraordinariamente avaro a la hora de administrar el talento entre las personas. Sólo tienes que reparar en la cantidad de poemas y sinfonías, por ejemplo, que logran perdurar, que se recuerdan para siempre. Comparada con la cantidad de poemas que se escriben y sinfonías que se componen, es apenas nada.
-¿Hay alguna película suya que preferiría no haber hecho?
-Sí. Más de una. No soy mi director favorito, ni de lejos. De hecho, hay títulos que procuro ocultar. Es complicado. Al final, uno se mueve en esto entre lo que puede hacer y el absoluto desastre.
-¿Queda mucha distancia entre la película que tiene en la cabeza y la que acaba rodando?
-Al principio, cuando tienes poca experiencia, esa distancia es notable, sí. Pero luego vas afinando y adquieres el oficio necesario para reducirla. De todas formas, en el arte es muy común que al comienzo lo que sale sea distinto de lo que pretendías, entre otras cosas porque todos partimos con expectativas muy elevadas. Todos queremos hacer un género nuevo, una obra maestra. Pero luego suele suceder que no es así.
-¿Se ha avanzado lo suficiente en el fortalecimiento de la colaboración entre México y España en lo que se refiere al cine?
-En materia de producción la colaboración es amplia. Es más, para una película como El diablo entre las piernas la coproducción es obligada. Artísticamente, es difícil combinar actores mexicanos y españoles salvo que la historia lo exija, o por lo menos lo permita. Pero donde sí hace falta una mayor colaboración es en la exhibición. Es muy difícil que el cine mexicano llegue a verse en España. Y no porque España no crea en nosotros, sino porque los gringos acaparan todos los programas de exhibición. Hace falta una unión mayor para romper esa hegemonía. Porque lo cierto es que tampoco se ve mucho cine español en México.
-¿Le pregunto por Buñuel, o mejor lo dejamos?
-Ya lo hacen todo el rato. Yo fui su admirador, no su alumno. En mi juventud no había escuelas de cine, así que la única forma de aprender era ir a los rodajes. Mi padre, que era productor, me llevó a algún rodaje de Buñuel, y para mi desgracia llevo desde entonces el sello de maestro-alumno. Sigo preguntándome por qué hay gente que ve mis películas como copias de las de Buñuel cuando no tienen mucho que ver. No soy una adiposidad de Buñuel.
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