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'Los Japón' | Crítica

María León y Dani Rovira, en 'Los Japón'.
María León y Dani Rovira, en 'Los Japón'. / M. H.
Pablo A. Valdivia

23 de marzo 2019 - 18:18

La Ficha

LOS JAPÓN

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Sección Oficial fuera de concurso. España, 2018. Dirección: Álvaro Díaz Lorenzo. Guión: Álvaro Díaz Lorenzo, con idea original de Cristóbal Garrido y Adolfo Valor. Intérpretes: Dani Rovira, María León, Antonio Dechent, Ryo Matsumoto, Cinta Ramírez, Iker Castiñeira, José Ramón Bocanegra, Maya Murofushi

Fiel a su tradición de cerrar la sección oficial tirando del stand de promoción de A3Media, el Festival de Málaga presentó una nueva comedia planificada a escuadra y cartabón con todos los tics preferidos por la productora. En este caso, protagonizada por Dani Rovira y narrando un conflicto de choque cultural (¿les suena de algo?).

La cinta cuenta la historia de Paco Japón (Rovira), un humilde trabajador de Coria del Río que por azares de la genealogía ha de ser coronado como emperador del país nipón. Pero para ello tendrá que desplazarse hasta allí con su mujer (una desbocada María León) e hijos y tomar cierto contacto con la cultura oriental, con la ayuda de un asesor local (un afinadísimo Ryo Matsumoto).

El conjunto, decididamente apoyado en el disparate, defiende el metraje varios tramos más que intentos precedentes, como la insostenible Thi Mai, rumbo a Vietnam, o la más reciente Taxi a Gibraltar. Sin embargo, mediado el desarrollo, las diferentes tramas se desinflan y tienden a la repetición: tanto la adaptación de la familia al nuevo mundo, como la subtrama de la hija (Cinta Ramírez) y su novio japónes; o los devaneos del abuelo (Antonio Dechent) por un Tokyo de planos robados.

Es ahí cuando la batería de chistes que hubieran aportado un acierto puntual (las particularidades del asesor, la taberna del Betis, o las nomenclaturas de trazo grueso tipo Marikó, Shoshito, etc.) agotan casi tanto como la proyección de un andalucismo que considerábamos desterrado. Desaprovechando a León, Rovira y Dechent, Díaz Lorenzo profundiza por el contrario en los peores vicios de su filmografía anterior (Café solo o con ellas y Señor, dame paciencia) y convierte una variopinta fábula sobre el peso de la tradición en una caricatura grotesca, con moraleja incluida: “Un hombre puede tener el imperio más grande del mundo, que si no tiene a su familia, no tiene nada”. Continuará.

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