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Punto de vista
Málaga/Me sucedió la única tarde que lució el sol intenso en esta extraña edición del Festival en la que hemos visto Málaga con las tonalidades más insólitas, anaranjado incluido. Andaba a media tarde sentado en la calle Alcazabilla frente al Teatro Romano, disfrutando de un músico callejero prodigioso, gozando de uno de esos instantes de verdadera magia. Él era un verdadero prodigio de la trompeta.
Quienes estuvieron el primer fin de semana por el lugar seguro que lo recuerdan. Partía de unas bases grabadas de ritmos clásicos a cuál más elegante, y a partir de ahí redondeaba auténticas melodías que habrían hecho las delicias de los fieles del Café Central de Madrid o de quienes, como yo, somos oyentes habituales de Cuando los elefantes sueñan con la música, el mítico programa de Radio3.
Me encontraba en pleno éxtasis, en el marco al que añoré regresar durante tanto tiempo, en el clima deseado, cuando de pronto se rompió el hechizo. Un par de policías locales cortaron en seco la actuación y obligaron al trompetista a recoger sus bártulos. Luego supe que era argentino, que en Nerja le ocurrió lo mismo, y que esa misma noche iba a pagar la señal para quedarse un tiempo en un apartamento. Creo que no llegó a consumar sus planes.
El Festival de Cine, una burbuja en medio de una realidad más que hostil; y la calle Alcazabilla, idealizada siempre como mi particular paraíso en el que se puede ser moderadamente feliz a tiempo completo, sufrió un revés. Estalló la burbuja. El músico, al verme tan apesadumbrado, me animó: “Fuerza, la vida es bella”. Rogaría a las autoridades malagueñas que se replanteen normativas como ésta. La belleza nunca está de más. Nunca.
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