La película de oro
Recuerdo que acababan de estrenar el servicio del AVE Madrid-Málaga el año en que el azar hizo que coincidiese con Fernando Méndez-Leite como compañero de viaje y que, entre otros asuntos de sus siempre divertidas historias, saliese a colación aquella de la libreta en la que anota desde tiempo inmemorial las películas que pasaron por su retina y el local cinematográfico donde las vio. Encontrar un alma gemela que ha practicado idénticas excentricidades que uno en su biografía desde que tenía uso de razón, siempre alivia.
Cuando cursaba los primeros años de EGB yo también inventaba programaciones televisivas (eso que más tarde descubrí que se llamaban parrillas), y ciclos de cine. Desde los trece años comencé a anotar escrupulosamente todas las películas que veía, con una particularidad. En mi pueblo, Villena, había cuatro cines que exhibían programas dobles los fines de semana, y otros tantos los jueves, ofertando 16 películas distintas cada semana. Eso sí, solían llegar con retraso.
He repasado el cine español que vi el mismo año que llegó La película de oro, Los nuevos españoles, que compartió sesión con Los héroes millonarios, comedia italiana bélica de 1973.
Los programas dobles de mi adolescencia fueron delirantes. Vida conyugal sana y La furia del tigre amarillo; Furia española y Domingo sangriento; Las delicias de los verdes años y El huracán amarillo; Yo soy fulana de tal y Estoy vivo; La casa de las chivas y Los jaguares contra el invasor misterioso; La regenta y Karla contra los jaguares; La garbanza negra y Harry el fuerte; Las colocadas y Kung-fu al servicio de Interpol; Fulanita y sus menganos y El Zorro; Los pájaros de Baden-Baden y Las mil y una noches; Retrato de familia y El jovencito Drácula. Pese a todo, mi cinefilia persistió.
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