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El creador francés Michel Ocelot (Villefranche-sur-Mer, 1943), autor de joyas de la animación como Kirikú y la bruja o Azur & Asmar, siente que es un artista "desde que tenía año y medio, cuando cogí un lápiz y comencé a hacer borrones en el suelo. Nunca paré", defiende el autor, que se recuerda más tarde, siendo aún un niño, montando una casa de papel "con mensajes de amor a mi madre escritos en las ventanas. El oficio al que me dedico hoy es lo que yo hacía ya a los 10 años", contó el realizador en el Festival de Sevilla, donde presenta estos días Le Pharaon, le Sauvage et la princesse y donde confirmó que la animación le había traído "muchísimas cosas" pese a las dificultades iniciales y las limitaciones de presupuesto que todavía padece.
El ciclo Voces esenciales, programado dentro del Festival y que acoge estos días el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (Cicus), ha invitado a Ocelot –y hoy a la letona afincada en Nueva York Signe Baumane– para reivindicar que los directores especializados en la animación "están a la altura de los otros maestros", apunta la periodista Charo Ramos, coordinadora de este ciclo. La productora y directora Chelo Loureiro, ganadora del Goya este año por Valentina, cree que Ocelot representa la inteligencia y madurez de un sector vinculado erróneamente a los niños, "cuando hablamos de mensajes para todos los públicos, para adultos. Yo insisto en que la animación no es un género, son técnicas con las que podemos contar cualquier historia. Con ellas puedes hacer comedia, drama, terror. Y Ocelot es la prueba", manifiesta la cineasta.
El realizador galo se crió en Guinea y pasaba las vacaciones en la Costa Azul. "Lo que quiere decir que hasta los 11 años viví en un verano eterno –añadió–. Un otoño que ya no estaba en África descubrí perplejo que eso de las hojas rojas y amarillas en los árboles no era una invención de los pintores, sino un atributo de la realidad", rememora divertido sobre su difícil adaptación a Europa –al valle del Loira– cuando adolescente. "Estaba siempre nublado y la gente hablaba códigos que yo no entendía".
Ocelot concibió Kirikú y la bruja como un homenaje a esa "infancia llena de belleza y bondad". No tuvo fácil sacar adelante ese proyecto. "Era como el tonto del pueblo, me decían: Nunca lo conseguirás. Me costó encontrar el dinero, animadores que no fueran muy caros. Como mi película era francesa, todo el mundo daba por hecho que sería un fracaso", expuso. Sin recursos para publicidad, pero con un distribuidor entusiasta con contactos que llamó a los cines, Kirikú se estrenó y aguantó heroicamente en las salas. "La primera semana fue poca gente, la quinta había colas. ¡Vendimos un millón y medio de entradas!".
El cineasta se muestra orgulloso de la tenacidad con la que se enfrentó a los elementos, tomó decisiones que no todo el mundo aprobaba. "Me sugerían un compositor francés, pero yo quería que la película sonara a África, y llamé a un músico senegalés [Youssou N’Dour]. Querían que las mujeres llevaran sujetador en la película, y yo me negaba, porque eso no era lo que yo veía en mi infancia. Fue la primera película de animación que empezaba enseñando un parto, y eso no era lo normal. No les gustaba el acento africano en los diálogos, y yo lo impuse. Los productores querían vender el filme a los americanos, y yo lo que buscaba era hacer una buena película", reconstruye.
La libertad con la que ha trabajado Ocelot quizás le impidió adentrarse en Hollywood. "Es cierto que Kirikú y la bruja o Azur & Asmar podrían haber llegado al Oscar, pero tampoco pasa nada si no se consigue", relativiza el autor, que se siente reconocido por el cariño del público. "Después de su paso por los cines, de Kirikú se compraron muchísimos vídeos, estuvimos en todas las casas. Muchos niños han crecido con esa película, y me paran cuando me ven para darme las gracias. Yo tengo la impresión de que no he desperdiciado mi vida, y me emociona pensar que tal vez haya despertado incluso algunas vocaciones. Eso vale más que cualquier Oscar", concluye un artesano al que la profesión homenajeó en el Festival de Annecy. "En la proyección de Le Pharaon, le Sauvage et la princesse la gente se levantaba y aplaudía, enamorada. Fue una experiencia bellísima, aunque debo decir que a mí no me gustan los premios a una carrera. Es como si te dijeran Aquí acabas. Y la verdad es que a mí me queda cuerda para rato".
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