El bombero Miguel Roldán cuenta en Málaga su labor humanitaria en el Mediterráneo por la que será juzgado
Labores de rescate en el Mediterráneo
El joven malagueño se podría enfrentar a una condena de 20 años por supuesta trata de personas por su labor junto a una ONG alemana en el rescate de náufragos en el Mediterráneo
Frente a un centenar de estudiantes del instituto La Rosaleda ha explicado la dramática situación del flujo migratorio frente a las costas de Libia
Málaga/Las aguas revueltas del río Genil le atrajeron desde niño. Antes de opositar y sacar plaza como bombero del Ayuntamiento de Sevilla, el malagueño Miguel Roldán Espinosa trabajaba como monitor de deportes de aventura. Rafting, kayak, barranquismo, el medio líquido ha sido siempre lo suyo. Su preparación para el rescate de personas en el mar y su alta conciencia solidaria le llevaron a participar en misiones humanitarias. Primero en las costas de Lesbos. Luego, en junio de 2017, en la ruta central del Mediterráneo, frente a Libia, donde en dos años perdieron la vida casi 8.000 personas. Pasó sus 22 días de vacaciones en el barco Iuventa de la ONG alemana Jugend Rettet rescatando a naúfragos y a personas hacinadas en embarcaciones precarias que se enfrentaban a una muerte casi segura.
En ese mes tendió su mano a 5.000 personas y lo que menos esperaba es que poco después, ya en España, recibiría la peor recompensa posible. La imputación como investigado por parte del Gobierno italiano por supuesta trata de personas. Junto a él, otras 9 personas, siete alemanes, una escocesa y un portugués. Desde entonces tratan de demostrar su inocencia, de difundir la dramática situación que se vive en el mar, de dar a conocer la labor que realizan las ONG. Aunque Miguel sí se confiesa culpable de una cosa, de ser solidario, de tener un pensamiento utópico, de creer que todos merecen la oportunidad de una vida digna.
En el instituto La Rosaleda ha explicado esta mañana su caso ante un centenar de alumnos de Bachillerato y Ciclos Formativos. “Me he emocionado escuchándole, ha traído fotografías y un vídeo en el que se veía a tanta gente en la lancha, pidiendo ayuda, en barcas que se pinchaban, gente que moría delante suya... me parece tan injusto todo”, decía Mónica. Miguel, sobre la tarima del salón de grados del centro, trataba de explicar lo vivido en primera persona, sin alzarse como héroe ni como mártir, simplemente contando lo que vio, lo que pudo hacer y lo que no, una labor que hubiera pasado totalmente desapercibida fuera de su círculo de confianza si no se enfrentara a un juicio.
“Cuando termine la fase de investigación se levantará el secreto de sumario y podremos saber de qué se nos acusa exactamente. Para final de año se prevé el juicio”, explica este joven de 32 años natural de Cuevas Bajas. “La condena es tan elevada porque va en proporción a las personas salvadas y estamos en el tope de salvamentos, por tanto en el máximo de años que nos podrían caer”, agrega el bombero. Él sabe que no va a ser tanto y que podría resultar absuelto como ya lo fueron otros compañeros, pero considera desproporcionado un solo minuto en la cárcel por este hecho. “Me tengo que estar defendiendo e ir a juicio por participar en un rescate humanitario”, comenta Roldán.
Menos aún cuando “las cosas se han hecho regladas, he tenido que dejar a gente morir por respetar las líneas imaginarias que existen en el mar, que después de esto me digan que he cooperado es tremendo. Si lo llego a saber, si llego a ver que me va a acarrear problemas de todas formas, no hubiera dejado de morir a gente, no me hubiera parado”, apunta. Para él, lo que está ocurriendo no deja de ser una hipocresía. “Europa te permite estar trabajando allí y ahora te condena, le hacemos el trabajo de forma gratuita y nos lo pagan de esta forma, es el mundo al revés”, estima.
Si la embarcación que pedía auxilio estaba en aguas libias el Iuventa o cualquier otro barco de rescate no podía atravesar la línea y salvar a las personas sin pedir permiso. “Primero tienes que preguntar, hay un tiempo de espera hasta obtener respuesta y si es negativa hemos tenido que dejar de acudir, nos han dicho que no se podía y ese barco se ha quedado ahí”, ha expuesto frente a los jóvenes del IES La Rosaleda. Y en el Mediterráneo si no hay rescate la respuesta es clara. La muerte es prácticamente certera.
“En Lesbos eran trayectos de 10, 12 ó 14 kilómetros a lo sumo y esto se controla relativamente fácil, pero es que en este caso hay una inmensidad, no hay superficie para llevarlos a un sitio seguro. Los últimos días fueron traumáticos porque nos quedamos sin espacio para meterlos a todos, ese es el principal problema”, relata Miguel Roldán. También ha hablado de las condiciones en las que llegaban, exhaustos, sin poder siquiera agarrarse a un elemento de flotabilidad que se les lanzaba desde el barco. “Son situaciones que superan a Lesbos, es todo multiplicado por diez”, apunta. Después de meses de travesía, días tiempo sin comer ni beber, les quedaba la última parte del viaje, 20 ó 30 horas en el agua.
“Hemos llegado a tener 750 personas en una embarcación, estuvimos casi seis horas sacando a gente, fue brutal. En otras lanchas viajaban casi 300, algunos asfixiados”, ha dicho. Y en su recuerdo algunas escenas especialmente difíciles de superar como aquella madre que preguntaba una y otra vez por su bebé que yacía muerto en el mar.
“Igual que hoy nos avergonzamos de los campos de concentración nazi, en 10 ó 15 años nos vamos a avergonzar de lo que hemos hecho con el Mediterráneo. Si te vas a Libia hablamos de esclavitud, de trata de blancas, de tortura, de una vulneración tremenda de los derechos humanos, y que Europa sepa esto y no haga nada… Miramos para otro lado”, estima el malagueño, que ha recibido el apoyo de sus compañeros, del Ayuntamiento de Sevilla, del de su pueblo y mañana recibirá el de Málaga con la aprobación en el pleno de una moción que presenta IU.
Cuando acabe todo, y a pesar de lo sufrido, Miguel Roldán Espinosa no piensa mirar para otro lado. Seguirá participando en misiones humanitarias, seguirá tendiendo su brazo para asir el de otro ser humano más vulnerable, para ofrecer el amparo de una mano amiga. Y sabiendo que su ayuda les salva de la muerte pero no del campo de refugiados, de condiciones durísimas que se enquistan durante años. Pero sus ojos también estarán ahí para ser testigos y narradores de la tragedia de miles de personas, para intentar llamar a la empatía al resto del mundo y aportar su contribución para construir una sociedad mejor.
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