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Con sus cerca de 19 kilómetros de senda, la ruta que conecta a Alpandeire con Ronda (y/o a Ronda con Alpandeire, según el horizonte que se nos presente), nos ofrece una media de siete horas de caminos repletos de naturaleza, aire puro, paz, sosiego bucólico y todas esas cosas que decimos amar y ambicionar pero de las que en realidad, a la media hora, ya estamos hartos, deseando regresar a la calentita caja de resonancia que nos hemos escarbado en Facebook.
Ruta: lineal.
Inicio: Alpandeire.
Meta: Ronda.
Distancia: 19 kilómetros aprox.
Dificultad: fácil.
Tiempo: 7 horas aprox.
Altitud máxima: 1.000 metros.
Pero si eres de los que gusta mantener la ficción de que estás deseando irte a vivir a la llamada España vacía, esta ruta, que nosotros vamos a hacer que arranque desde Alpandeire, es para ti.
El kilómetro cero se localiza en el casco urbano, en la calle Barranco de Alpandeire. Esta calle baja desde el hotel La Casa Grande hacia el lecho, normalmente seco, del arroyo de la Fuente, donde encontramos un carril ascendente. Dejamos atrás, así, una bifurcación que conduce al antiguo lavadero de la localidad, el Pozancón.
La senda que estamos ascendiendo es una vía pecuaria conocida como vereda de la Fuente del Espino, que circunda las laderas de los Despeñaeros, de modo que si miramos atrás veremos una hermosa vista de Alpandeire, dominada por su iglesia.
Apenas llevamos un kilómetro recorrido cuando alcanzamos la Junta de las Vereas, de donde se deriva en descenso el camino de Atajate. El panorama es, sin lugar a dudas, sobrecogedor: de sur a oeste, vemos la sierra Crestellina, los Reales de Sierra Bermeja, y los pueblos de Benarrabá, Algatocín, Benalauría, Benadalid y Atajate. También las cumbres de Martín Gil y la sierra de los Pinos, envolviendo el Valle del Guadiaro, nos saludan a nosotros y a nuestra gran fuerza de voluntad que nos ha hecho levantarnos temprano un domingo para echarnos a andorrear por el campo.
De momento, la vegetación está compuesta por en olivos, almendros e higueras. Tras respirar un poco del aire montañoso que esta vegetación nos ofrece, seguimos avanzando por el carril principal, hasta alcanzar una pequeña hornacina conocida como Cruz Chiquita, y siempre avistando al frente los cerros del Conio y de los Frailes.
Conforme avanzamos las encinas son cada vez más abundantes. Al alcanzar algo más de dos kilómetros desde el inicio, hallamos la fuente de Vasijas, un lugar perfecto para rellenar la cantimplora que heredamos de nuestro padre y que él se trajo de la mili.
Y un poco más allá, a medio kilómetro, llegamos al mirador del Audalázar, un privilegiado mirador natural desde el que oteamos -si nos hemos llevado las gafas de ver (nos encanta esta expresión)- el valle del Audalázar, aprisionado entre el tajo de los Castillejos y la ladera del cerro de los Frailes.
A partir de este punto, comienza un descenso entre retamas, ardiviejas, cornicabras y algunos acebuches y durante el cual nos tropezaremos con una característica encina tendida, idónea para sacar una foto que colgar en Instagram.
Sin más contratiempos nos acercamos al arroyo Audalázar, también llamado de Laza, y tras vadearlo fácilmente -suele estar seco, sobre todo en verano-, comenzamos una subida con cortos zigzags que nos conducen a lo alto del cortado.
El sendero progresa plácidamente y bien sombreado bajo encinas. En este tramo pasaremos junto a varios dólmenes y humildes yacimientos romanos que corroboran la presencia del ser humano en este territorio desde tiempos prehistóricos.
En lontananza, donde confluyen las cañadas del cerrado valle del Audalázar, unos chopos señalan la ubicación de las ruinas del cortijo de la Mimbre, a cinco kilómetros del comienzo de la ruta.
Lo más llamativo de este punto es la alberca que tuvo el cometido de lavar el mineral de hierro extraído en las minas de los Perdigones. Y es que en el año 1725, en tiempos de Felipe V, en las tierras de Júzcar se instaló una importante industria siderúrgica: la Real Fábrica de Hojalata de San Miguel.
Tras respirar algo de historia junto con el aire puro, enfilamos junto al arroyo de la Fuente del Espino, ascendiendo hasta la propia fuente, que fue un punto de encuentro de arrieros, viajeros y gentes de la sierra -es decir, de contrabandistas, bandoleros y maquis- que transitaban los caminos que se conducían, y conducen, a Benaoján, Atajate, Ronda y Alpandeire.
Después de dejar la fuente, viramos hacia el carril que conduce al puerto de Encinas Borrachas andando bajo los tajos de Montero, otro enclave para la historia de la Serranía de Ronda, ya que en estos terrenos, en 1811, la guerrilla serrana sorprendió a un destacamento de tropas napoleónicas cuando éstas se desplazan a Gibraltar, infligiéndoles numerosas bajas y una humillante derrota. Por esto, un general francés llamó a este paraje Calle de la Amargura y Cementerio de Francia.
No todo fueron risas para los guerrilleros: la revancha fue terrorífica, especialmente para el pueblo de Atajate, que fue arrasado, sólo quedando en pie la cruz de piedra que hoy preside su plaza.
Seguimos y nos topamos con el dolmen de Montero, fechado en la Edad del Bronce, hace unos 6.000 años, poco antes de llegar al puerto de Encinas Borrachas, a 1.000 metros de altitud, la máxima altitud alcanzada en todo el recorrido, y a cerca de nueve kilómetros del inicio.
Desde aquí contemplamos la mole de Jarastepar y sierra Carrasco, elevada al poniente, y el camino nos conducirá hasta el mirador de la meseta de Ronda que nos ofrece una magnífica panorámica de la depresión rondeña, con la ciudad asentada sobre su Tajo. Nos encontramos en la frontera entre Alpandeire y Ronda, y desde este punto comenzamos a descender hasta llegar a la finca Coto Alto y la vereda del Camino de Ronda.
Andamos por la vía pecuaria y en ningún momento abandonaremos el camino, ya que existe ganado en la zona al que no se debe molestar. El encinar cubre estas rojizas lomas que conducen a Coto Alto, ahora medio en ruinas, pero que en tiempos fue importante si tenemos en cuenta sus dimensiones. Transitamos casi en paralelo al arroyo de los Chopillos, seco siempre a no ser que se produzcan fuertes lluvias, y nos aproximamos a la cueva del Abanico, a catorce kilómetros del punto de arranque de la ruta.
La cueva del Abanico es fruto de la erosión del arroyo de Sijuela, modelador del paisaje que ahora recorremos y que responde al nombre de Tajo del Abanico. Las aguas de este arroyo han perfilado durante miles de años esta garganta fluvial, un lugar frecuentado por escaladores.
Siguiendo la vereda se vadea el arroyo y avanzamos por la garganta donde veremos una enorme piedra en precario equilibrio, con forma de abanico, y que es la que le proporciona el topónimo al lugar.
Tendremos que subir una dura pendiente para salir de la garganta y desviarnos hacia un encinar que se alternará con fincas dedicadas al cultivo de olivos y que conduce hacia una muy bien reconocible construcción llamada torre de la Cazalla. Una edificación que, por desgraciadamente, tanto ella como el cortijo a la que pertenece se encuentran en muy mal estado de conservación.
El último espolón de los tajos que nos ha acompañado es el llamado de los Aviones y desde aquí continuamos descendiendo hasta la colada de Cortes de la Frontera desde donde comenzamos a subir por la cuesta del Cascajal.
Ronda está ya muy cerca por lo que nos cruzaremos con numerosas casas de campo y cultivos, entre los que sobre sale la torre de la Cañá, parecida a la torre de la Cazalla.
Antes de llegar a Ronda, el camino retoma su anchura habitual y llanea plácidamente hasta acceder al lugar de la Pila de Doña Gaspara. Y ya estamos en el casco urbano de Ronda. Esta calle coincide con el Camino de Ronda, antiguo vial que sirve de nexo entre Ronda, los pueblos del Valle del Genal y la comarca del Campo de Gibraltar. En este punto de la ruta, la meta, ya sólo resta descansar y visitar esta ciudad (como si esto último fuera algo baladí).
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