El falso castillo que cautiva la costa de Benalmádena
Un mercenario belga, una familia estadounidense y la familia hispano-francesa que lo mandó construir han sido sus dueños hasta los 80
Los Hermann lo construyeron pero no pudieron vivir en el inmueble que hoy en día acoge una gran cantidad de bodas, turistas y visitantes
Es un punto de la costa de Benalmádena en el que se domina el paisaje y tiene buenas vistas al anochecer y al amanecer. Está a tiro de paseo de Puerto MarinaPuerto Marina y más cerca aún del parque de La Paloma. Tiene opciones a su alrededor y en él se celebran multitud de bodas civiles, exposiciones y algún que otro concierto o acto institucional. Sus alrededores tienen un pequeño jardín, bancos y unas vista s a sus paredes rojas y al mar. El castillo del Bil Bil es uno de los lugares más conocidos, retratados y frecuentados de la línea costera benalmadense y, sin embargo, no es un castillo. Nadie intentó nunca conquistarlo, ni preparó las armas para ninguna batalla en su patio. Ni siquiera tiene troneras o almenas defensivamente operativas. El castillo del Bil Bil no es un castillo.
Va camino del siglo, pero aún tendrá que seguir en pie algunos años más para convertirse en un edificio centenario. La historia de la construcción benalmadense empieza en la década de los años 20 del pasado siglo. León y Fernanda Hermann son un matrimonio con una hija. Él es francés y ella mallorquina y en su gran casa del Paseo de Miramar (aún se conserva muy bien, en el número 16) del barrio malacitano de El Limonar pasan largas temporadas. Esa espectacular casa la construyó el arquitecto Manuel Atencia y los Hermann le encargan al hijo de este arquitecto, Enrique Atencia, una casa de baños en un terreno muy pedregoso de Benalmádena.
El proyecto no es fácil por lo complicado del terreno, pero el proyecto comienza en el último tramo de los años 20 del pasado siglo. El lugar es idílico, no hay absolutamente nada a su alrededor, una estampa casi imposible de imaginar para las generaciones que han conocido Benalmádena desde los años 60 en adelante. Las obras concluyen en 1936 y el estallido de la guerra en España hace que el matrimonio Hermann regrese a Francia, ponga el edificio en venta y ni siquiera lo estrene. Todo esto se conoce por el trabajo de investigación de Ángela Vázquez Romero que reconstruye en el libro El castillo de El Bil-Bil la historia del inmueble recogiendo documentos y testimonios de los protagonistas.
Así que quienes idearon el lugar como villa residencial no estrenaron el edificio al que iban a llamar "Ben-Hassar", algo que sí harían sus segundos propietarios. Otro matrimonio, este estadounidense. Elsa y William Schestrom se hacen con la construcción terminada pero abandonada, respetan el edificio, realzan los jardines interiores y utilizando la primera sílaba de sus nombres más la de su hijo (también William) acaban bautizándolo como El-Bil-Bil. Un nombre sonoro, con reminiscencias árabes y fruto de esa feliz relación de sílabas. La familia vive en el paraje casi 30 años. Mientras la Costa del Sol se multiplicaCosta del Sol en la altura de sus edificios y el número de turistas, los Schestrom están en El-Bil-Bil que abandonan a finales de los 70 para irse a vivir a Málaga.
Un mercenario belga
Con su marcha, el castillo El-Bil-Bil queda en manos de un belga: Gerard Saintmoux. Según el trabajo de Vázquez Romero, Saintmoux había sido un mercenario en el Congo Belga y se queda en la Costa del Sol con una importante partida económica belga destinada al país africano. Adquiere el castillo, no lo usa como vivienda, lo pinta de blanco y la proximidad al mar y la falta de cuidados van minando la construcción. Saintmoux inicia la construcción del puerto deportivo de Benalmádena, la urbanización BenalBeach y el MarbellCenter en Marbella. Su idea es que los terrenos de El-Bil-Bil puedan albergar otro complejo turístico.
Pero en los años 80 pasan dos cosas: el Plan de Ordenación Urbana del municipio benalmadense señala el espacio del castillo de El Bil-Bil como zona verde y, además, Saintmoux es un prófugo. El belga acaba vendiéndole el edificio al ayuntamiento, no termina ninguno de los proyectos que tenía entre manos y se va a Río de Janeiro, donde fallece en accidente aéreo. A partir de ahí, el edificio pasa varias etapas siendo propiedad municipal hasta convertirse en el lugar que es ahora, con un exterior cautivador y referente en la zona y un interior cuidado propicio para actos y celebraciones.
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