La princesa de Kapurtala y otras cuatro mujeres que visitar en el Museo de Málaga
La historia de Anita Delgado y la de otras mujeres retratadas y expuestas en el centro cultural añaden un punto de curiosidad a bellas obras de arte
Kapurtala está en el Punjab, al norte de Nueva Delhi, a más de ocho mil kilómetros de Málaga. Cuando en 1919, cuando el cubano Federico Beltrán Masses pintó a la malagueña Anita Delgado en París, ella ya conocía bien esa ciudad, su hijo tenía 11 años, había visto proclamarse Nueva Delhi como capital de la India, vivía en un palacio, el de Jagatjit, construido en su honor, había salido en todos los periódicos de todos los países, había visto la Primera Guerra Mundial y conocía a los pintores y poetas de París como años antes había conocido a los de Madrid. Ahora, es una de las mujeres cuyo rostro e historia espera en el Museo de Málaga.
Pero no es la única, en la sala expositiva malagueña hay bastantes obras inspiradas por las mujeres de todas las épocas, desde tallas romanas a pinturas recientes. Junto a La princesa de Kapurtala de Beltrán Masses hay otras cinco mujeres que pueden servir como excusa para ver en el Museo de Málaga: Cabeza de estudio, de Fernando Labrada Martín; ¡Y tenía corazón! de Enrique Simonet y Lombardo; La modelo Amelia de Vicente Palmaroli González; y El milagro de Santa Casilda de José Nogales y Sevilla. No son las únicas que hay en el edificio, pero sí seis obras con historia detrás y buenas facturas sobre las que inspirarse.
La princesa de Kapurtala
La Historia de María Delgado fue muy popular en la España del siglo XX. Nacida en Málaga, a las espaldas de teatro Cervantes en la calle Peña, su familia se fue a Madrid cuando acababa de pasar la decena de años. En la capital sigue recibiendo las clases de canto que inició en Málaga y junto con su hermana empieza a realizar a telonear a artistas en el Central Kursaal (hoy cine Madrid) con un espectáculo llamado Las Hermanas Camelias. En ese local alternaban parte de los pintores, escritores y artistas con más caché de la capital. Antes de ser la princesa de Kapurtala se negó a se retratada por Julio Romero de Torres y conocía a los hermanos Baroja y Ricardo Oroz. Vista una de sus funciones por el príncipe de Kapurtala, éste se enamoró de la malagueña que en principio le dio largas pero acabó respondiéndole una carta que el hindú le había enviado desde París.
La misiva cae en manos de los Baroja el pintor Oroz y otros parroquianos que la reescriben y la envía. La historia de amor fragua y en 1907 se casa en París y al año siguiente coge un barco en Marsella y parte rumbo a la India. Iba embarazada y al llegar a las costas de la India no esperaba los dos mil kilómetros en tren hasta el norte del Punjab. En Kapurtala se casó por los ritos locales y se convirtió en la quinta esposa de Jagatjit Singh, el maharajá de Karpurtala, que construyó un palacio inspirado en Versalles en su honor (aún hoy es uno de los principales edificios de la ciudad), la convirtió en su esposa principal y junto a él vivió una convulsa fase de la historia hindú, la I Guerra Mundial -que pasó en Europa y en la que protagonizó fotos y páginas de periódicos visitando las trincheras- y la mayoría de edad de su hijo. Le costó pero supo adaptarse a la vida de una princesa: nuevos idiomas, nuevas costumbres, nuevos roles sociales y muchas horas de viaje. Su marcha al Punjab la hizo con Lola, una asistenta que en el fondo era una muchacha como ella pero sin la suerte de enamorar y corresponder a un príncipe hindú.
En 1925, cuando su hijo cumplió los 18 llegó a un acuerdo de separación con el príncipe de Karpurtala y regresó a Madrid. Luego vivió de manera más o menos continua o por temporadas en Pedregalejo y las crónicas la sitúan en la Semana Santa de Málaga de 1929 junto a su hijo, que también vivió tiempo en la ciudad. Si en los años anteriores había vivido entre la India y París, el eje Málaga Madrid fue el que más frecuentó en su última etapa. Cuando falleció en el verano del 62 ya se había instalado en la capital de España y para que se enterrase en un cementerio cristiano hubo que presentar un certificado que demostraba su fe cristiana y, una vez cotejado que nunca renunció a su fe, se le prohibieron signos paganos en la tumba. Su tumba está en el Sacramental de San Justo.
La modelo Amelia
En su paleta, sobre tela el pintor Vicente Palmaroli González retrata la cara de una de sus modelos habituales, Amelia. Es una pintura del XIX y sin embargo podrías cruzarte con Amelia al salir del museo o de camino a casa.
Cabeza de estudio
Hace justo un siglo (1922) que el malagueño Fernando Labrada Martí consiguió la Primera Medalla Nacional de pintura por esta obra. Es su mujer, pero la forma en que ejecuta el retrato, bebiendo directamente del Renacimiento y enseñando esos intangibles que hacen volar la imaginación del espectador. La expresión, el mensaje y calidad del tratamiento de las pinceladas hacen de esta obra una pequeña joya que admirar en silencio. Recuerda a la Gioconda en pleno siglo XX con los códigos, técnicas y guiños que el paso del tiempo le da al artista.
¡Y tenía corazón!
Es una de las obras más llamativas del museo de Málaga. Es gigante y juega con elementos difíciles que resuelve perfectamente: la luz, el escorzo del cadáver, el realismo, la luz de la ventaja el tamaño gigante del cuadro. Es una autopsia que se puede mirar con la naturalidad que en realidad tiene la muerte. Es uno de los trabajos de más valorados de Enrique Simonet y es otro de esos lienzos en los que embobarse encontrando detalles y viendo el conjunto de un cuadro que pintó con una beca en Roma.
El milagro de Santa Casilda
Era habitual en la Edad Media de la península ibérica que se mantuviesen prisioneros en los palacios de los reyes. A menudo se intercambiaban o eran pruebas de los tratos, conquistas y pruebas de vasallaje de la época. Almamún era un rey moro toledano del siglo XI y tenía una hija que ayudaba a los prisioneros cristianos. Cuenta la leyenda que una vez cuando Casilda iba con víveres para estos cautivos, su padre la sorprendió y justo en el momento en el que el rey se acercó para ver que llevaba la muchacha los víveres se convirtieron en flores y así pudo salvarse la mujer. Ése es el momento que representa José Nogales y Sevilla, en una obra academicista que fue premiada en su día. Casilda también fue pintada por Zurbarán y otros artistas y su leyenda aún perdura: su pare negoció con los cristianos que su hija pudiese salir de sus dominios para ir a tomar baños medicinales a Salinillas de Bureba, Burgos. El trató cuajó, la muchacha sanó y su advocación se mantiene desde entonces en la zona burgalesa.
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