Adoratrices, 165 años luchando por la dignidad de las más vulnerables

La casa de Málaga, creada en 1906, cuenta con 20 plazas de acogida para víctimas de violencia de género, explotación sexual o adicciones

El objetivo: acompañarlas hacia su autonomía

Religiosas y trabajadoras sociales de las Adoratrices con la hermana María Mateo en el centro. / Domingo Mérida

Reina el silencio, la limpieza y el orden en la casa de la congregación de las Adoratrices en Málaga, en activo desde 1906. En la mañana de un día laborable, las residentes están realizando talleres formativos externos, haciendo gestiones, asistiendo a terapia o, incluso, trabajando. Algunas están en sus primeros pasos, otras en una rutina ya conocida para lograr su crecimiento personal, para salir de las situaciones traumáticas que las dejaron rotas, para creerse su propia valía y conseguir un presente más digno. A su lado, acompañándolas en ese proceso, apoyándolas, están las religiosas y las trabajadoras y educadoras sociales que componen la comunidad.

La congregación de religiosas Adoratrices se constituyó en 1856, por lo que celebran los 165 años desde que Santa María Micaela, vizcondesa de Jorbalán, miembro de la aristocracia española, comenzara a trabajar en defensa de los derechos de las mujeres más vulnerables. Fue una pionera y su obra, declarada de utilidad pública, está presente en 23 países de Europa, Asia, África y América. En Andalucía tienen sede en Sevilla, Córdoba, Almería y Málaga y trabajan en red para aprovechar al máximo los recursos y ofrecer posibilidades de residencia en otras provincias a aquellas usuarias que estén en peligro.

La hermana María Mateo, superiora de la comunidad. / Domingo Mérida

Su finalidad principal es la liberación, integración personal, promoción e inserción social de la mujer víctima de diversas formas de exclusión, especialmente la prostitución. También aquellas escapadas de bandas dedicadas a la trata y la explotación sexual, víctimas de violencia de género o de adicciones. En el centro tienen 20 plazas de acogida. A estas mujeres se les brinda una atención integral en dos programas diferenciados, Vive y Camina. El primero de ellos está destinado al tratamiento y la recuperación de las adicciones y Camina a las mujeres que salen de la prostitución o de las redes de trata.

“Trabajamos en defensa de los derechos y la dignidad de las mujeres más vulnerables, como hizo la fundadora, aunque adaptándonos a la realidad del lugar, del momento, del país y de los signos de los tiempos”, afirma la hermana María Mateo Domene, superiora de la comunidad y directora del proyecto. “Santa María Micaela fue una mujer abierta, visionaria, una luchadora y tratamos de seguir su estela, nuestra misión es liberar a la mujer en situación de explotación, promocionándola, empoderándola”, agrega la hermana María.

Tanto la Policía Nacional, como el Instituto Andaluz de la Mujer o Puerta Única derivan a usuarias a este servicio que les proporciona un hogar, y mucho más, durante el periodo necesario para su recuperación. “Aquí no hay tiempo máximo ni mínimo, el nuestro es un proyecto de continuidad y depende de la situación psicológica de cada mujer y sus circunstancias, del trabajo que se hace con ella, porque cada una tiene un itinerario personalizado y son ellas las protagonistas de su reincorporación a una vida más normalizada”, explica Nerea Picapiedra, trabajadora social de la casa. Aún así, destaca que la media de permanencia en la casa es de un año.

Una residente participa en un taller de cocina. / Domingo Mérida

Aunque su trabajo no acaba aquí. También disponen de un piso de reinserción destinado a fomentar la autonomía de la mujer tras la fase de acogida y un servicio de atención no residencial. En él ofrecen apoyo psicológico, sociolaboral o jurídico, además de hacer un seguimiento de sus avances y ser una mano tendida ante nuevas dificultades. “Las chicas que han pasado por la casa siguen recibiendo apoyo posterior si lo necesitan”, apunta Nerea y señala que la pandemia ha aumentado las usuarias de este programa no residencial porque han aumentado sus carencias económicas.

“Respetamos el proceso de cada mujer, nos adaptamos a la realidad de cada persona para buscar la salida más idónea, siempre que no esté acomodada ni haga daño al grupo pueden estar aquí”, subraya la directora del proyecto. En las Adoratrices no temen enfrentarse a ninguna problemática, han tenido casos muy extremos.

Una de las habitaciones de la casa de acogida. / Domingo Mérida

Lo que sí demandan a sus usuarias es “voluntad, que estén abiertas al cambio hacia su mejora, hacia su autonomía, que estén activas y dinámicas en su formación”, apunta la hermana María.

Para ello, disponen de talleres de habilidades domésticas, de informática, de crecimiento personal, clases de español, de cocina, de valores. “Pretendemos que se sepan desenvolver en la gestión de sus documentos, trabajamos mucho en su autonomía”, añade la responsable de la comunidad.

En la casa no hay menores, las acogen desde los 18 años en adelante. La media de edad ronda los 25 ó 30 años y, en un porcentaje alto, no son de nacionalidad española. “Ahora que el Covid frenó un poco la inmigración vemos que las mujeres españolas están volviendo a la trata”, dicen. Los hijos están conviviendo con la familia extensa o en algún recurso institucional y desde las Adoratrices las acompañan a puntos de encuentro y favorecen la reagrupación familiar cuando es posible.

“Las mujeres llegan muy rotas, con muchos traumas, con inseguridad, desconfianza y miedo, así que tienes que escuchar con mucha paciencia”, considera la hermana María. Y Nerea apunta que “tienen mucha disociación con todo lo vivido, ni siquiera se ven como víctimas y tienen que asimilarlo para poder recuperarse, ese suele ser un proceso lento que requiere tiempo”. Mientras tanto, la hermana Mary les enseña español, para salvar la barrera del idioma, o inglés, para mejorar sus habilidades. Les organizan un calendario mensual con actividades formativas, de prevención, de autocuidados y dinámicas de grupo.

Parte del equipo de trabajo de las Adoratrices reunido. / Domingo Mérida

“Se han visto tan engañadas, les han quitado todo, su dignidad, su dinero, su pasaporte, para ellas la mentira ha sido una herramienta de supervivencia y ahora no saben ni abrirse contando la verdad”, comentan las religiosas. La hermana Mary, que también es veladora y pasa la noche con ellas, estima que en esta labor hace falta “mucha paciencia, creer en ellas, en que tienen una posibilidad y darles mucho ánimo para salir adelante”.

“Llegan sin voluntad, sin hábitos ni costumbres, sin responsabilidades ni haber trabajado esos aspectos humanos”, dice la superiora de la comunidad e indica que trabajan “con la pedagogía del amor, desde la acogida, la cercanía y el respeto”. Y con un objetivo claro: ayudarlas hasta que pueden caminar solas, decir la verdad sin miedo, afrontar su propia realidad, reconocer su valía. “Les decimos que no tienen que ir con la cabeza agachada, que pueden integrarse como cualquier persona en esta sociedad”, apuntan.

Hay veces que obtienen respuestas inmediatas y otras en las que el trabajo choca contra un gran muro de piedra difícil de derribar. Pero consiste, como afirma la hermana María, en “plantar esa semilla que con el tiempo germina, el trabajo nunca es baldío, el beneficio siempre es para ellas”.

2 Comentarios
Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último