“En Málaga hay una cierta falta de proyecto de ciudad para los ciudadanos”

ÁNGEL VALENCIA | CATEDRÁTICO DE CIENCIA POLÍTICA de la UMA

Dice que es tiempo de pensar en reformas y no de reformar, que el bipartidismo no volverá y que, posiblemente, la extremaderecha esté para quedarse

Alaba la figura de De la Torre, pide que se termine el metro y un club de fútbol de primera división

El catedrático Ángel Valencia. / Javier Albiñana
Isabel M. Ruiz

12 de enero 2020 - 07:55

Málaga/Pausado, reflexivo. Ángel Valencia, catedrático de Ciencia Política, se toma su tiempo en cada respuesta. En un momento comandado por el ruido, la ambigüedad en el fondo y la rudeza en las formas, la conversación versa sobre generalidades, en el contexto que puede aportar calma y luz a un momento lleno de turbación y confusión. En esta conversación, en un despacho de la Facultad de Derecho de la Universidad de Málaga (UMA), hay mucha explicación y poca opinión.

–La figura del politólogo está en auge pero, paradojicamente, en los últimos tiempos, todos nos creemos con la legitimidad de reemplazar a esa voz.

–La conversación pública española ha cambiado mucho, sobre todo desde 2014, con la llegada de la "nueva política". La profesión de politólogo, de la que antes no se sabía demasiado, está empezando a ser conocida, sin duda impulsada por la aparición de Podemos, un partido que se forja en la Universidad Complutense de Madrid y con gran sensibilidad por la comunicación política, y por la deriva de una sociedad española interesada en el cambio político. El contexto de la comunicación política es más turbulento que en el pasado, hay muchos todólogos, todo el mundo sabe de todo, nadie escucha. ¿Cómo es posible? No podemos saber ni tener opinión de todo.

–Hay mucho ruido.

–El ruido es el resultado no solo de que haya mucha gente opinando sino de lo que está ocurriendo en la sociedad española, donde hay un nivel de conflicto mayor. Hay una ruptura con los parámetros clásicos de la comunicación: ya no tenemos referentes sino una colmena con muchos opinadores alentados por las redes sociales, que hacen que todo lo que pasa se amplifique.

–¿Cómo influye esto en la sociedad?

–La sociedad española está más polarizada y vive una serie de problemas que genera insatisfacción y falta de confianza en lo político. Ahora tenemos lo que llaman una democracia de audiencia: la política se juega en un escenario en el que cada vez hablamos más de política en un formato más popular. No hay anhelo de profundidad sino la búsqueda de la opinión, la polémica, que más que clarificar, da audiencia.

–Mencionaba la "nueva política", de la que se ha dicho que es tan vieja como la anterior.

–La disyuntiva de vieja y nueva política lo que señala es un relevo generacional. ¿Qué cambia? Las caras, la imagen, la retórica y la forma de comunicar.

–¿Qué tiene que tener hoy en día un buen político?

–Un político de ahora tiene que ser un político de siempre. Tiene que tener un proyecto de país y ser capaz de hacerlo atractivo y de ejecutarlo. La diferencia no es el político sino el contexto: la sociedad, la comunicación, las nuevas tecnologías y los problemas a los que hay que dar respuesta.

–¿Tiene España en la actualidad un proyecto de país?

–Durante la Transición, España tenía un proyecto claro: un sistema político democrático y descentralizado, la entrada en Europa y una economía moderna y globalizada. En resumen, ser un país como cualquier otro europeo. En estos momentos, España, como consecuencia de la crisis económica y territorial, la desconfianza hacia la clase política y la promesa no cumplida de regeneración, está en búsqueda de un proyecto de país.

–Ahora lo que España tiene es el primer gobierno de coalición desde la II República.

–Tenemos un gobierno de izquierdas, con un proyecto socialdemócrata que quiere dar un giro social a la situación económica y dar una salida a la crisis territorial. Y, por otra parte, un bloque de derechas, con posiciones más ortodoxa desde el punto de vista económico y más inflexible respecto al diálogo. Y entre ambas ideas, hay una falta de convergencia que dé lugar a un proyecto de país. En la Transición hubo formas distintas de llegar a un mismo lugar pero hoy ese punto común no está claro, no hay un proyecto de país compartido sino ideas muy diferentes respecto a qué hay que hacer.

–¿Qué ha cambiado entre un punto y otro?

–En España hemos pasado de un sistema multipartidista con una orientación de voto de centro bastante estable, que colocaba a los partidos nacionales en los gobiernos sin problemas con alternancias claras, a un sistema multipartidista con fragmentación a izquierda, derecha y dentro del nacionalismo. Lo que ahora hace falta es acostumbrarnos, dejar de actuar como fuerzas políticas que no funcionan bien si no gobiernan, porque no vamos a volver al bipartidismo. Tenemos que acostumbrarnos a las coaliciones y los gobiernos con apoyos inestables a cambio de elementos transaccionales, de demandas que han de satisfacer a los socios. Es lo normal en la Unión, donde 19 de los 28 países tienen esta fórmula.

–A algo que nos hemos acostumbrado es a los virajes ideológicos en los partidos.

–Ahora se habla mucho de las emociones pero no hay que olvidar la importancia de las ideologías, que siguen siendo los mapas que orientan a los votantes. La nueva política ha sufrido virajes ideológicos muy importantes. Podemos nació al calor del 15M, con un discurso radical, de agitación, e instala el conflicto en la democracia española al relativizar la idea del consenso del 78 para refundar de nuevo la democracia. Con su paso por las instituciones, se modera y ahora está instalado en un tipo de socialdemocracia con orientación de izquierda. La izquierda, cuando pasa por las instituciones se modera y decepciona a los votantes.

Valencia, durante la entrevista. / Javier Albiñana

–¿Y Ciudadanos? Ha pasado de estar cerca del sorpasso y de un Gobierno de coalición a un resultado trivial.

–Ciudadanos tenía un discurso fresco y enseguida empezó a dar virajes desde la socialdemocracia al liberalismo. Lo relevante es que cambió de planteamiento: de un partido bisagra que quería contribuir a la gobernabilidad con unos y otros a liderar la derecha. Y, en esas, les parte la aparición de Vox. La foto de Colón es el principio del fin. Un partido que quiere representar una derecha o un centro moderno no puede ir de la mano de Vox, les deslegitima, igual que la negación de dar el gobierno a Sánchez.

–No solo hay que apuntar a la llegada de Vox a las instituciones sino a cómo está condicionando a los demás.

–Vox está haciendo de contrapunto, está radicalizando el discurso de los demás, que tienen que hablar más alto y moverse a la derecha. Es un elemento distorsionante. En la medida en la que esto siga así, con una derecha dividida, Vox tiene su espacio. Lo que desconocemos es si lo ampliará o reducirá.

–¿Viene para quedarse entonces? ¿Hay posibilidad de hacerle frente?

–Eso dependerá del escenario político. De momento, parece que están para quedarse. Si PP y Ciudadanos recuperan su espacio natural y hacen políticas razonables, como colaborar en el Congreso en aquello que puedan, Vox podría retroceder. Mientras siga la tensión, forzada por el discurso de Vox, la polarización irá a más. La derecha tiene que recuperar el tono ideológico de hace un tiempo.

–¿Inauguramos entonces un periodo inestable, de transición?

–Ahora es tiempo para pensar en reformas porque será difícil hacerlas, falta ese consenso necesario para vertebrar mayorías.

–¿Un conflicto territorial e identitario como el de Cataluña se combate con diálogo?

–El diálogo es una condición necesaria pero no suficiente para buscar una solución política a un problema político complejo y envilecido con el tiempo. Diálogo sí, pero si es para conseguir un consenso sobre una solución política dentro del marco constitucional. La reforma del actual estado territorial tendría que ir en esa dirección.

–¿Cree que el nuevo Ejecutivo puede encauzar la situación o alimentar los reclamos territoriales como en el caso de Teruel Existe?

–Desde luego, debería. Hay un evidente sesgo de territorialización en la política española que se refleja con el mayor peso de los partidos nacionalistas en la gobernabilidad, y también en el resurgir de una dinámica identitaria y territorial nueva que, al albur de la cuestión catalana, establecen reivindicaciones, demandas y nuevos ejes de conflicto.

–En las últimas semanas, el foco ha recaído en la figura del Rey en diversas ocasiones, ¿por qué cree que el CIS no pregunta a los españoles ya por la monarquía?

–Es cierto pero tampoco se ha preguntado demasiadas veces. La última, en 2015. El actual presidente del CIS ha dicho que por ser una cuestión que no interesa a los españoles y porque en encuestas privadas la monarquía está bien considerada. En cualquier caso, los ciudadanos están mucho más preocupados por otros políticos, como muestran los barómetros del CIS, mientras el Rey intenta mantener su papel de árbitro y moderador de nuestras instituciones políticas.

El catedrático, a las puertas de la Facultad de Derecho. / Javier Albiñana

–Aprovechando que está cerca de los estudiantes, ¿cree que el espíritu protesta del 15M está dormido?

–Sí. No sólo el espíritu de protesta sino, en general, lo que implicaba la nueva política ha desaparecido. La institucionalización del movimiento en Podemos y su evolución como partido político tiene seguidores pero la universidad de ahora está muy lejos de aquella contestación, siendo sustituida por el desencanto y el pragmatismo de muchos estudiantes.

–Málaga es el contrapunto de la estabilidad. El alcalde, Francisco de la Torre, va camino de dos décadas al mando del Ayuntamiento. ¿Qué opinión le merece su persona?

–El alcalde de Málaga es un personaje que merece admiración. No solo por ser uno de los políticos que más tiempo lleva gobernando en España sino porque refleja un talento importante. Su dedicación, esfuerzo, energía y vocación política es importante. Personalmente, me llama mucho la atención su presencia pública, la idea de que parece que está en todas partes. Creo que cualquier malagueño ha podido conocerlo en algún momento de su vida. Es un hombre serio y a la vez cercano.

–¿Y su gestión?

–Ha vertebrado una transformación importante de la ciudad de Málaga, aunque veo una cierta falta de proyecto de ciudad para los ciudadanos. Málaga ha mejorado mucho, es más interesante, pero tiene una peligrosa deriva hacia el turismo de masas. Véase la gentrificación en el centro, para los turistas lleno de terrazas y para los malagueños cada vez más complicado para pasear. La ciudad está caminando en una dirección que quizá no es la adecuada, habría que corregir el rumbo.

–Dígame un problema más y una ventaja.

–Personalmente, me gustaría que se terminara el metro de una vez, es un tormento excesivo para los ciudadanos. Y si se va a invertir un euro más, que fuera para llevarlo al PTA, que falta hace. Llevamos una década con el centro en obras, esta indeterminación debería acabar. También me gustaría que la relación entre la ciudad y la Universidad fuera más estrecha, que esta fuera más vivida y valorada por parte de la gente. Un punto positivo que veo es que la capital está ganando en dinamismo. Aunque con una base similar, el turismo, hay cosas nuevas que atraen a la gente, como PTA.

–¿En Málaga, la gente parece votar más a De la Torre que al PP, ¿cómo vaticina la política municipal cuando él desaparezca de escena?

–Es difícil saberlo porque Paco de la Torre es un alcalde con un liderazgo propio y por tanto tiempo que será difícil sustituirlo. Lo sensato sería que hubiera un proceso de renovación de su liderazgo con tiempo suficiente para que el nuevo líder fuera conocido no sólo por los ciudadanos sino por su proyecto de ciudad, ya sea continuando, completando o innovando el de su predecesor.

–¿Cuánto de político hay en la crisis del Málaga CF?

–Una pregunta dificilísima. El laberinto del Málaga, a simple vista, parece el resultado de una profunda crisis deportiva, económica y de gestión que ojalá se supere porque la sexta ciudad de España merece tener un club de fútbol en primera división.

Un malagueño de adopción enamorado de la cultura

Ángel Valencia se define como “un profesor de Ciencias Políticas interesado por muchas más cosas que las Ciencias Políticas” y por eso se reconoce buen lector de novela y de cuentos, algo peor de poesía, y amante del cine y la múscia. Aunque, de todo, cada año menos purista. Es catedrático de la Universidad de Málaga desde 2007 e hijo de adopción de la capital desde 1991, cuando llegó persiguiendo la titularidad que consiguió dos años después. Antes, se forjó en la Universidad Autónoma de Madrid, ciudad donde nació en 1960. Es una pieza clave de la fundación del departamento de Ciencias Políticas en la Universidad de Málaga, desde donde ha firmado numerosas publicaciones sobre cuestiones diversas, con especial atención en teoría política verde. En la conversación, dice, es tan importante hablar como escuchar. Si no está en su despacho de la Facultad de Derecho, rodeado de libros, quizá anda caminando entre las calles de cualquier ciudad u observando, “tranquilamente un paisaje que en un momento parece único”.

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