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Opinión | Territorio Comanche
En Málaga la superficie de zona verde por habitante es exactamente la mitad de la que aconseja la UE, con lo que no parece que sea para tirar cohetes, siquiera para sacar pecho como ciudad sostenible
Pelotazo a la vista
Málaga/En ámbitos urbanos, se considera zona verde a aquel espacio abierto, de carácter público, que juega un papel básico en la satisfacción de las necesidades ciudadanas de ocio y esparcimiento, y contribuye a la mejora de la calidad ambiental de la ciudad, esto es, a las posibilidades de uso y disfrute como lugar de relación. En Málaga, si bien se ha avanzado bastante en esta línea, la superficie de zona verde por habitante es en la actualidad exactamente la mitad de la que aconseja la UE, con lo que no parece que sea para tirar cohetes, siquiera para sacar pecho como ciudad sostenible. Allá cada uno con sus niveles de exigencia y satisfacción, aunque sea difícilmente sostenible sin que a uno se le caiga la cara de vergüenza.
El lunes, como 21 de marzo, se celebra el día Internacional de los Bosques al coincidir con la entrada de la primavera en el hemisferio boreal y con la del otoño en el austral. Las zonas verdes también contribuyen a mitigar el deterioro urbanístico de las ciudades, a hacerlas más habitables. Algunos jardines y parques antiguos albergan valiosas especies de flora y fauna merecedoras de una especial atención social, con independencia de que el contacto con esos espacios es la máxima aproximación que muchos ciudadanos tienen a la naturaleza. Estas áreas, integradas en el sistema de espacios libres conforman, junto al sistema viario, los espacios de uso y dominio público de la trama urbana, función que en las ciudades mediterráneas es básica.
Podría parecer hasta ridículo intentar explicar en unas líneas el papel de estos espacios verdes y de los bosques en nuestra sociedad, por lo que me limitaré a citar algunas de sus funciones. Me gustaría que, como ejercicio mental, conforme las vaya citando piensen en su entorno, en su barrio, en nuestra Málaga, y en la afección de estas en dicha zona.
Regulan el ciclo del agua, dado que facilitan una lenta infiltración en el suelo y recargan los acuíferos, contribuyen a evitar la erosión y degradación del suelo, dado que el agua de lluvia que cae queda frenada por las copas de los árboles más altos, escurriendo lentamente por ramas y troncos hasta el suelo, de manera que se amortigua la fuerza de su caída y la pérdida de suelo por erosión, de un lado, ejerciendo una acción depuradora, de otro, dado que los contaminantes de la atmosfera y las aguas son retenidos y filtrados. Las hojas interceptan entre el 15 y 30 por ciento del agua de lluvia y un 15 por ciento más lo hace el tronco y el ramaje, evitando que esta golpee directamente en el suelo. Además, al sujetar la tierra con su entramado de raíces, las plantas evitan que se pierda el suelo por escorrentía. La caída de materia vegetal y otros restos orgánicos, al descomponerse por la acción de microorganismos y mineralizarse, va formando suelo fértil, incidiendo en la biodiversidad positivamente.
Producen oxígeno, hasta el punto de que son referidos como los pulmones de la Tierra, mediante la función clorofílica, consistente en tomar del aire el CO2 y liberar oxígeno, por lo que genera entre dos y tres veces más oxígeno que cualquier otro tipo de cultivo de igual superficie. Por entendernos, una hectárea de frondosas genera entre 10 y 20 toneladas de oxígeno al año. Pero una de las funciones mas importante reside en su capacidad de secuestro y acumulación de dióxido de carbono (CO2), especialmente ahora con el aumento de las emisiones contaminantes a la atmósfera debido a la actividad antrópica. Además, ejercen un papel regulador climático puesto que más del 50% de la humedad del aire se debe al agua bombeada por las raíces y transpirada por las hojas de la vegetación, manteniendo sus propias condiciones climáticas y producir un atemperamiento del clima en una amplia zona, con lo que podemos afirmar que reduce la temperatura hasta 6-7 grados en verano, y la incrementa en invierno hasta 3-4 grados. Y a estos hemos de añadir su efecto en la amortiguación de ruidos y luminosidad y su indudable valor paisajístico, al romper la uniformidad y monotonía del espacio en el que se asientan, proporcionando un oasis visual de alta calidad, de ahí que los espacios verdes y de uso público, sean considerados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como imprescindibles por los beneficios que reportan en el bienestar físico y emocional de las personas. Constituyen lugares de esparcimiento y recreo, son espacios propicios para las relaciones sociales y ayudan a que se respire aire fresco y limpio.
La ratio de zona verde por habitante en Málaga es la mitad de la que debiera ser, pero eso, siendo importante, no es exactamente lo clave, sino la distribución de esta. Hay barrios como todo el entorno de la Cruz de Humilladero y Carretera de Cádiz, que son, según la Caracterización bioclimática de la ciudad llevada a cabo por el OMAU el año pasado, altamente vulnerables a los efectos del cambio climático. Lo atestigua su alta densidad de población, sus coeficientes heliotermicos elevados, su tasa de absorción calórica muy alta, y sus prácticamente nulos espacios verdes salvo algunas placitas, muy enlosadas, y una ratio 7 veces inferior a la que aconseja la UE, por cierto. Por eso, intentar reconstruir pequeñas islas forestales o hábitats naturales en nuestro entorno urbano como fuente de diversidad es simple y nada novedoso, aunque en el contexto de un paisajismo trasformador, es muy revolucionario, e incluso fundamental.
Se trata de un pulmón arbolado para la ciudad como elemento básico, y hay que insistir en la importancia de los arboles para estos entornos dado que contribuyen a regular los microclimas urbanos, filtran la contaminación del aire, proporcionan sombra, absorben CO₂ y ayudan a prevenir inundaciones repentinas y extremos térmicos. La plataforma Bosque Urbano de Málaga (BUM), mediante mecanismos de participación ciudadana, quiere reforestar con especies vegetales autóctonas unas 18 has en los terrenos de los antiguos depósitos de Repsol, recuperar mediante soluciones basadas en la naturaleza un espacio para uso y disfrute ciudadano, en vez de contribuir a la densificación de dicha zona, como pretende el ayuntamiento. A pesar de que la pandemia nos ha mostrado la vulnerabilidad de determinados barrios y la necesidad de dichos espacios verdes, BUM predica en el desierto, aunque a los gestores municipales se les siga llenando la boca de sostenibilidad, gobernanza e inclusión. Mientras tanto, eso sí, a unos vecinos del Perchel y Santa Julia los van a echar de sus casas. Para reflexionar…
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