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Baile y ola morada para exigir la igualdad real en Málaga
8M
La participación en la concentración ha sido escasa, aunque se esperaba por las limitaciones de movilidad y las medidas sanitarias
Málaga/Se encuentran la Alameda con el marqués de Larios en una esquina amplia. Dos patrullas de policía controlan a medio centenar de personas, no tienen mucho trabajo, todo es baile y jolgorio. La concentración oficial se organiza unos metros más allá, junto al Paseo del Parque, pero hasta en las mejores casas hay escisiones.
Estamos hasta el culo de tanto machirulo, se escucha al ritmo de las palmas, que van cambiando de compás según la proclama que inicien contra el patriarcado, el machismo o a favor del feminismo.
Una niña que no pasará los seis años reparte folios con las letras que luego se cantarán al cielo y salta y baila al ritmo de la percusión de las concentradas. Se la ve feliz y segura. El morado que aquí se identifica con el movimiento feminista está en mascarillas, pañuelos, camisetas, chaquetas, chales o bufandas. Se ven pañuelos verdes y no es por hacer un guiño a la bandera de la ciudad, pretenden recordar a movimientos pro abortistas sudamericanos.
Tras los ritmos rumberos se cantan proclamas a favor de la lucha trans. Parecen no caber en este círculos moviminetos transexcluyentes que tanto bombo parecen tener en redes sociales. Parafrasean como una ola, como una loca, de Rocío Jurado para denunciar el gaslighting (práctica que intenta hacer ver que no sucede algo que en realidad sucedió, para que el afectado empiece a dudar de toda la realidad que le rodea). Una repartidora de comida a domicilio deja su bici para pararse con una manifestante y aprovecha para bailar un par de conjuras contra el machismo.
Se sucede algún abrazo cargado de sororidad cuando empiezan a llamar a la resistencia, recordando al personaje de Alba Flores en la popular serie La Casa de Papel cuando anuncia el comienzo del matriarcado en el robo. La música del vendedor de la ONCE se entrecorta con las proclamas feministas y Beyoncé aparece entre palmas sevillanas y parece acompañar los bailes flamencos de tres manifestantes en torno a las que se concentran el resto. Cuando el ritmo deviene en fandango ya son cuatro las bailarinas y en el puestecillo de los cupones se escucha a una Britnye Spears de principios de los 2000. Pasan tres señoras con abrigos elegantes que niegan con la cabeza cuando se escuchan gritos con palabras soeces, parecieran decir que este feminismo no las abraza.
Un par de promotoras de una ONG que lucha contra la violencia de género en países subdesarrollados han cambiado las carpetas por tablets y miran de reojo a las manifestantes de la distancia. Se entreve que intentan captar algún nuevo socio sin meterse en el meollo. La niña que antes bailaba al tiempo que repartía letras se ha cansado a la media hora y está en brazos de su padre, aunque sigue contagiando alegría a muchas manifestantes que se paran a hacerle una carantoña.
Ya en el Paseo el movimiento está mucho más controlado. Unas marcas de harina delimitan la situación de cada uno de las manifestantes. Los bailes que se encuadran en ritmos mucho menos festivos y más cercanos a movimientos urbanos no son descontrolados, están guiados y ensayados.
Andrea Barbotta, vicepresidenta del Consejo Andaluz de Participación de las Mujeres, reconoce que se han cumplido con las expectativas de participación, aunque esta no es cuantiosa. “Las restricciones de movilidad no han permitido que muchos colectivos de los pueblos vinieran, no esperábamos más gente”.
Se pararon los bailes para leer el manifiesto donde se denunció que la mujer ha sufrido la peor parte en esta pandemia y la crisis que ha traído de la mano, haciendo hincapié en el aumento de casos de violencia de género y la disminución de denuncias y la precarización del trabajo de la mujer. También ha habido un hueco para criticar la ley que ha propuesto el Ministerio de Igualdad en relación con la identidad de las personas transgénero.
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