Málaga: muerte por chocolate
Calle Larios | Colapso en Málaga
Afirman los próceres municipales que el colapso les ha pillado “por sorpresa”
Y cada vez que dicen esto, muere un gatito
La ciudad promocionada no tiene mucho que ver con la real
Málaga/ESTAS cosas tienen gracia, o podrían tenerla, como todo en la vida, hasta que sales del trabajo en el centro para volver a casa a pie y descubres que no puedes. Así, sin medias tintas: no puedes. Luego, claro, que durante dos semanas intentes hacer una reserva en varias decenas de restaurantes, sin éxito, es un mal menor. Uno asume que lo mejor es no meter el coche en el centro hasta el 7 de enero e intenta actuar en consecuencia, pero ni los transportes públicos ni la evidencia de que aquí nadie intenta disuadir al resto de conductores potenciales de meter sus coches en los parkings ya completos ayudan mucho a dar por buena la jugada. Desde el pasado puente se habla de colapso, de una ciudad congestionada a cuenta de una afluencia masiva dirigida, invariablemente, a su centro, promocionado en toda España como si de un parque temático a lo Disneylandia se tratase; este fin de semana estamos en las mismas, pero, la verdad, un servidor tampoco encuentra demasiadas diferencias respecto a las dos anteriores campañas de Navidad.
El colapso no es nuevo, ni mucho menos, por más que ahora hayan saltado todas las alarmas. Lo que sí parece ir quedando claro es que, aunque ciertos analistas interpreten esta situación como un éxito, que ya hay que ser entusiasta, este colapso tiene un precio. Si se trata de que vengan muchos visitantes, todos los que quieran venir y puedan permitírselo, ahora resulta que, vaya por Dios, Málaga ya no sabe cómo garantizar que esos visitantes disfruten su estancia con una comodidad razonable. No hay que buscar mucho en el centro para encontrar turistas enfadados, agobiados o decepcionados. Tampoco faltan promotores del sí a todo que recuerdan que si quieres meterte en Times Square en esta época del año (y en otra cualquiera) tienes que pasar por las mismas apreturas, pero a lo mejor éste es el quid del problema: Málaga no es Nueva York, ni puede serlo, ni le hace falta. Igual que el centro no es un parque temático, sino justamente esto: un centro urbano, con sus dimensiones, sensibilidades y capacidades. Y si el objetivo es desnaturalizar esto, o hacer pasar el centro por algo que no es, o intentar meter a Málaga en un molde que no le corresponde, este colapso será pequeño para el que nos espera. En lugar de noventa autobuses, intentarán meterse en el Paseo del Parque trescientos. Si Málaga quiere su Disneylandia, está a tiempo de construirla y dispone de opciones y lugares para hacerlo. Pero forzarla con horma en el centro es un crimen urbanístico.
Así que cuando estos días he intentado abrirme paso entre el gentío lo mismo en Alcazabilla que en Calderería, cuando he invertido cuarenta minutos en caminar lo que recorro en veinte, cuando he desistido de subir al autobús ante las colas kilométricas, cuando además el Metro no me sirve para llegar a casa viviendo a un tiro de piedra del centro, con el coche bien metido en el garaje; cuando he visto a una familia de Córdoba desesperada por no tener un banco donde soltar los bártulos, a una pareja que renunciaba a probar suerte en el quinto bar de tapas, a los conductores que se apostan en la cola de un parking lleno con la esperanza de ocupar una plaza en un par de horas y una ciudad impracticable, ruidosa y sucia, en la que no se puede vivir, he recordado al alcalde bailando con Antonio Banderas y a Teresa Porras cuando decía que el colapso les ha “pillado por sorpresa”. Convendría, de entrada, ser honestos y admitir que la avalancha es la consecuencia de una absoluta falta de previsiones y del hecho de que nadie, parece, se ha tomado la molestia en tener en cuenta que esto podía pasar. Que si vendes una imagen de Málaga marcada por la espectacularización y el no va más, en una ciudad sin los accesos necesarios, sin Metro hasta el centro, sin transportes públicos suficientes y en la que los parkings del centro funcionan como ratoneras para incautos, lo que obtienes es, exactamente, lo que ahora nos toca afrontar. Así que, sorpresas, las justas. Para jugar a la improvisación, lo mejor es tener en la cabeza todas las respuestas de antemano; si no, lo mejor es trazar un plan.
Lo peor de todo es que Málaga ya estableció en 2011 su propio plan de movilidad sostenible, que contemplaba, además de la llegada del Metro al centro y el refuerzo de la EMT, la instalación de aparcamientos disuasorios en la periferia, el cierre al tráfico en el Parque y la Alameda y la reserva de todos los parkings del centro a los residentes. De esto hace ocho años, y lo único que tenemos es un transporte público más caro. Transcurrido este tiempo, y a tenor de los acontecimientos, podríamos concluir que el plan se ha quedado antiguo y que igual habría que plantearse otro; pero, para rizar el rizo, y en un proverbial alarde de humor malaguita, lo que nuestro alcalde propone es una exposición internacional de ciudades sostenibles a la vez que damos ejemplo de compromiso con el medio ambiente. No, aquí la única cuestión que se ha puesto sobre la mesa, desde el principio, ha sido cómo hacer más caja y aumentar los ingresos.
Por encima de los derechos de los vecinos, del bienestar de los visitantes, del desarrollo real y armónico de la ciudad. Los índices que revelan un crecimiento de la economía y un empobrecimiento de la población constituyen el diagnóstico más fiel. Todo lo demás se ha hecho a salto de mata, a verlas venir, a ya saldremos por algún lado, muerte por chocolate. Y quizá Málaga habría merecido algo mejor.
¿Cómo se puede revertir esto? La idea del alcalde de llevar espectáculos de luces a los barrios llega tarde y mal: la gente seguirá acudiendo en masa al centro. La propuesta de la oposición socialista de limitar los aforos no es mucho más lúcida: no se puede anunciar el mayor espectáculo del mundo en plena calle y poner a la vez puertas al campo. La solución no es fácil, pero pasa, necesariamente, por respetar la identidad de Málaga y sus espacios y por debatir, a partir de aquí, qué Málaga queremos. Si se trata de llenar por llenar, Málaga se quedará vacía. Y adivinen quién se frota las manos.
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