Una avenida, todas las ciudades
Calle Larios
Todas las versiones posibles de Málaga, incluidas las más inclinadas a la utopía, confluyen en la Avenida de Andalucía, cuya recuperación invita a hacer balance de las promesas incumplidas
Málaga/Más allá del vértigo que supone conducir por aquí ahora, como si, por obra y gracia de la paradoja, la eliminación de obstáculos suscitara la confusión respecto a la dirección que tomar (desde hacía demasiado tiempo la línea recta ha sido la más improbable opción en Málaga), cabía reparar en que Irene, a sus 12 años, no había conocido antes una versión de la Avenida de Andalucía libre de las obras del Metro. Y así es: en su momento se hicieron muchas bromas sobre el particular, pero ya podemos afirmar que a toda una generación de malagueños les ha sido arrebatada esta calle, arteria esencial de nuestro particular rincón del mundo, en su integridad. Hemos olvidado ya los años que llevamos probando cruces insospechados, advirtiendo nuevos semáforos, buscando los pasos de cebra y aventurando alternativas, percheleras unas, protrinitarias otras, cuando de salir vivo de la glorieta de Albert Camus o de la plaza de Manuel Alcántara se trataba. Pues bien, ya estamos aquí: no quedan testimonios de las obras del Metro más allá de la plaquita conmemorativa que luce frente a El Corte Inglés y de la remodelación del entorno, que, corresponde admitirlo, ha quedado resultona, limpia y favorable a una página nueva de la historia del barrio (llamémoslo así) sin necesidad de lanzar fuegos artificiales para celebrar la adánica fundación del capítulo. Otra cosa es que no haya una bendita manera de ganar sombras para la ciudad con recursos sutiles y elegantes, así que, por muy bien que haya quedado, nadie va a querer quedarse aquí más de cinco minutos; pero ya sabemos que este foco es una zona de paso y como tal cabe recibirla, especialmente por parte de quienes, como Irene, podían considerar por derecho que las obras eran connaturales al sitio. Soltado todo este rollo, encontramos titulares a mansalva sobre la nueva Avenida de Andalucía, cuando lo cierto es que el tramo liberado es sólo eso, un pedazo; la avenida en cuestión es mucho más, y precisamente por su importancia trascendental en la historia de la ciudad merece ser recuperada también en otros sitios. A lo largo de la Avenida de Andalucía, nuestra Broadway, nuestra Diagonal, confluyen versiones muy diferentes de Málaga (prácticamente todas las disponibles), incluidas las que en su momento rozaron la utopía y acabaron, ay, con la puerta de las promesas incumplidas en las narices.
Me permitirán el tono nostálgico, pero es que yo me crié aquí. Lo hice, para ser honestos, en la Avenida de la Aurora; no obstante, dado que mi colegio estaba en Carranque, el área habitual de los juegos de mi infancia fue la acera sur de la Avenida de Andalucía hasta el entorno del Puente de las Américas. Fue aquí donde me dejé las rodillas, la nariz y algún diente en tiernos accidentes lúdicos. En lo urbanístico, cualquier abuelo Cebolleta que se precie juraría que la zona ha cambiado muy poco, y tendría razón. Desde la Comisaría, el paisaje de Carranque revela a una orilla y a la otra las mismas estampas del último medio siglo, con las viviendas de protección oficial y con El Fuerte como principales protagonistas, las estrías propias de un barrio obrero donde, ante la falta de oportunidades, y tras las sucesivas crisis económicas, los pequeños pisos son bienes heredados con ajustadas probabilidades de despegue. El mismo espíritu obrero late en este Carranque necesitado de servicios, limpieza y mayor atención y en el que sin embargo el milagro del encuentro y la solidaridad vecinal se dan, todavía, con una generosidad ahora extraña en el resto de Málaga. En las aceras, la población que se mueve es en su mayor parte de edad avanzada, aunque no faltan niños ni jóvenes que confirman esa continuidad generacional: es posible que haya vida en otra parte, pero, de momento, contamos con ésta. En el cruce con Virgen de la Estrella, desde el mismo Fuerte hasta la Plaza de Pío XII, algunos comercios han cambiado, aunque otros, milagrosamente, resisten desde el tiempo de Mari Castaña, incluida la Campana que invita, eso sí, a desplazarse hasta cerca del antiguo Matadero. Sin embargo, el criterio que permite hablar de una mayor transformación conforme avanzamos hacia el Centro es la seguridad: todavía siguen en pie los accesos a los pasos subterráneos que allá por los 80 abrió el Ayuntamiento para facilitar el tránsito de una acera a la otra y que debieron ser tapiados poco después porque lo más fácil era salir sin la cartera, con alguna nueva enfermedad en el organismo o con agresiones aún peores. El entorno del Puente de las Américas ha conocido en los últimos años diversas modificaciones para evitar en lo posible los atascos de tráfico y facilitar la movilidad a los conductores, aunque las largas colas se siguen produciendo cada día, especialmente en dirección a la Universidad. En cuanto al área ajardinada que rodea al puente, comparece igualmente detenida en el tiempo, inmortalizada en una tendencia estática. Si algo hay que lamentar aquí es su abandono: el lugar está sucio y descuidado, falto del mimo que, con muy poco, dado el encanto natural del enclave, lo transformaría en un paseo apetecible. Aseguran los vecinos que las ratas que campaban a sus anchas en los 90 siguen saliendo en sus garbeos nocturnos, así que puede decirse que estos jardines, llamados a ser otra cosa, han terminado corriendo la misma suerte que la polémica escultura de Félix Rodríguez de la Fuente.
La misma impresión de chasco, de ocasión perdida, se acentúa en la siguiente estación. Los jardines de Picasso presentan su ambiente habitual, con paseantes esporádicos, alguna pareja que pasa por aquí, un pensionista que se ha sentado a leer el periódico, un par de cumplidores abnegados del derecho de sus mascotas a que les dé el aire y poco más. Uno imaginaría un parque así en cualquier ciudad que se precie lleno a rabiar, con quioscos, un mobiliario urbano mucho más ambicioso, una variedad floral más notable, fuentes, sombra y niños correteando a toda pastilla; lo que hay en cambio es un espacio casi vacío, sin mucho que hacer ni que ver y anodino en todo sus términos. La escultura que brindó Miguel Berrocal en homenaje a Picasso presenta un lamentable estado de conservación (la Academia de San Telmo reclama su traslado a algún otro emplazamiento más razonable, y tiene argumentos de sobra para defender su petición) y, lo que es peor, los problemas de seguridad que atañen al recinto, casi tan viejos como la propia escultura, persisten a estas alturas: el jardín sigue sin ser un lugar recomendable para pasear de noche. Y es sorprendente que algo así suceda a un tiro de piedra de la Málaga de las lucecitas de colores, las terrazas llenas y los decorados de fantasía.
Ya en la otra acera se alza, magnífica, la elevada arquitectura con la que Málaga se soñó moderna, avanzada, cosmopolita, capaz, futura y capitalina. Las farolas cambiaron, pero los portales, las aceras y los bancos siguen siendo los mismos de entonces. Eso sí, apenas dejados los jardines de Picasso se encuentra el pitagórico monumento al Perito, que desde 2015 luce aquí con esplendor geométrico: y ya me dirán qué otra ciudad del mundo ofrece a sus visitantes un monumento al Perito. Mucho antes, de vuelta a los 80, llegar aquí desde cualquier otro lugar de la ciudad significaba viajar en el tiempo hacia adelante, habitar la ensoñación de la ciencia-ficción, sentirse parte de una utopía que nos contaba, sí, entre los suyos, cuando El Corte Inglés no tenía competencia en doscientos kilómetros a la redonda. Los malagueños de antaño llamábamos a esto rascacielos y nos quedábamos tan panchos; quién lo diría, con las magníficas torres que nos aguardan a la vuelta de la esquina para hacer sombra a Dubai si hace falta. De nuevo en el recién recobrado tramo tras el fin de las obras del Metro, puesto todo en su sitio, ordenado y claro, el perfil trazado luce una continuidad amable por el Puente de Tetuán hasta la nueva Alameda, por más que las moles cadavéricas de las viejas sedes de Hacienda y Correos susciten augurios propicios a la pesadumbre. A Málaga se le da bien, ay, despertar del sueño. Madurar, lo llaman.
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