Capaces gracias a un poco de apoyo y una oportunidad

Tres hombres con discapacidad intelectual comparten una vivienda bajo la supervisión de Aspromanis

Tienen sus empleos y asumen las obligaciones domésticas

Joaquín, José Luis y Buenaventura (de izquierda a derecha) recogiendo los platos del lavavajillas. / Javier Albiñana

Málaga/José Luis, Joaquín y Buenaventura comparten piso. Todos los días madrugan para ir a trabajar. Las tardes las reparten entre las tareas domésticas y el ocio. Pero no son unos chicos al uso: tienen discapacidad intelectual y han conseguido, con un poco de ayuda y una oportunidad, ser bastante autónomos. Ganan su sueldo, limpian su casa y dos de ellos tienen su pareja.

La ayuda y el empujón se los dio la Asociación Malagueña en Favor de las Personas con Discapacidad Intelectual (Aspromanis). Y también Ana del Pozo, la profesional de atención directa que los supervisa. “Yo no soy su cuidadora, ellos se cuidan solos”, aclara.

Y tanto que se cuidan ellos solos... Joaquín y Buenaventura llevan compartiendo piso desde 2009. Hace poco más de tres años se sumó José Luis. Así que han pasado juntos la pandemia. Buenaventura y José Luis han superado el Covid. Y se han cuidado mutuamente. “Me dejaban la comida en la puerta para que no saliera de la habitación y como Joaquín sabe que me gustan las chirimoyas de postre, siempre me traía”, recuerda José Luis, sobre aquellos días de aislamiento en su habitación.

Cuando se le pregunta qué tal la convivencia, Joaquín y Buenaventura ríen y dicen que no se pronuncian. José Luis en cambio reconoce que “hay días buenos y malos, como todo el mundo”.

Ana añade: “Si la convivencia no fuera buena, no llevarían tantos años juntos. Como todo el mundo, nos peleamos con quien vivimos. Pero a mí me gusta recalcar que hacen piña cada vez que alguno lo necesita”.

Los tres comparten una vivienda tutelada por Aspromanis en El Palo. Ana los visita tres veces a la semana y les ofrece “apoyos puntuales”. Si es necesario, Aspromanis está con una llamada de teléfono. “Pero la idea es que se valgan por sí mismos y sean lo más autónomos posible”, insiste Ana.

La entrevista se hace a la hora de la merienda. Así que se ponen en marcha. Mientras Joaquín baja a la pastelería por unos dulces, José Luis y Buenaventura preparan los cafés. En torno a una reunión entrañable, van desgranando sus vidas, sus historias personales, algunos miedos y sus pequeños logros que son tan grandes...

Joaquín Sánchez se levanta a las 7:00 de la mañana todos los días para entrar a trabajar en la recepción de Aspromanis a las 8:30. A José Luis Ramírez, el despertador le suena a las 6:30. Su jornada en el lavadero de coches de Aspromanis Servicios comienza una hora y media más tarde. Buenaventura Morejón ahora está formándose para el empleo en la lavandería de Aspromanis Servicios y tiene un horario similar al de José Luis.

Cuando se les pregunta qué les parece la dificultad que tienen las personas con discapacidad intelectual para integrarse en el mercado laboral normalizado, no titubean. “Nosotros tenemos derecho a trabajar. Le pedimos a las empresas que no nos pongan barreras, que nos den la oportunidad para saber si tenemos la capacidad. Si no nos dan esa oportunidad, cómo van a saber si servimos o no”, argumenta Joaquín.

José Luis asiente: “A los empresarios les decimos que nos den la oportunidad”. Buenaventura –que ha trabajado en carga y descarga, en pescadería y en el lavadero de coches– también lanza un mensaje directo a los empresarios: “Que nos den más apoyo para poder cumplir nuestra meta de tener un trabajo y ganarnos nuestro salario mínimo”.

José Luis y Buenaventura tienen sus parejas. No viven con ellas, pero comparten algunos ratos libres, sobre todo los fines de semana. Incluso se han ido algunos días de vacaciones juntos a Torremolinos. “Yo no tengo pareja, mejor libre. Si vengo de ver un trono a las cinco de la mañana, no tengo que dar explicaciones a nadie”, argumenta Joaquín. Él es fan de la pesca. A Buenaventura le gustan las manualidades y bailar salsa con su chica. José Luis reparte su tiempo libre entre el dibujo, la papiroflexia, el baloncesto y la novia.

Ana sigue encantada el relato de historias que son grandes por su simpleza y su sinceridad. Allí, en torno a una mesa, con unos pastelitos y un café caliente en una tarde de frío invernal, se siente un calor humano que no se experimenta con personajes importantes, de esos que salen en la tele.

Ana cuenta que ella los visita tres veces a la semana, pero que no viene a hacerles de comer o a limpiar. Ellos se encargan de mantener su casa limpia y la nevera llena. La vivienda es de Aspromanis, pero con su sueldo hacen un fondo común para afrontar gastos como luz, agua, internet y alimentación. Los caprichos de cada uno, corren del bolsillo de cada uno. “Yo vengo de apoyo, pero yo no vengo a hacerles de comer”, insiste Ana. A José Luis se le da bien lo de guisar carne con tomate, lentejas, puchero y potajes. A Joaquín, la paella. A Buenaventura, el potaje de habichuela y la tortilla francesa.

José Luis confiesa que dar el paso de vivir en un piso tutelado le dio un poco de miedo. “Pero me he adaptado y Ana nos apoya. Todos somos como una familia. Yo antes vivía con una familia. Lo tenía todo comido y masticado; me lo hacían todo. Pero esta vida independiente es muy grande”, asegura. Buenaventura –que de niño vivió con las monjas de La Milagrosa– dice que no tuvo miedo al cambio, pero que le costó adaptarse. Joaquín vivió en la calle de pequeño y luego pasó muchos años en la residencia de Aspromanis. Ahora está feliz con esta vida autónoma.

Cuando se les pregunta qué tal Ana, se ríen al unísono, porque es como una madre exigiendo a los hijos un poco de orden. “Ella cumple su obligación. Si no, esto sería una ratonera”, dice Joaquín. “Un desbarajuste”, ratifica José Luis.

Ella asegura que le encanta su trabajo, enumera los avances que han hecho desde que viven por su cuenta y ensalza su tesón para aprender y tirar para adelante. La tarde cae, Ana se va y se quedan los tres solos. Tienen que hacerse la cena, limpiar, tender la lavadora y poner el despertador para ir al trabajo al día siguiente. Así, con su rutina demuestran que son capaces. Que sólo necesitaban que alguien les diera una oportunidad.

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