Carlos Álvarez: "No me gustaría ver a los malagueños como figurantes en su ciudad"
20 años de 'Málaga Hoy' | Entrevista
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SIN dejar la primera línea de la lírica internacional, el barítono Carlos Álvarez (Málaga, 1966) afronta el futuro inmediato al frente del proyecto artístico y pedagógico Ópera Estudio Málaga, que, bajo la organización del Teatro Cervantes, trabaja ya en la formación de jóvenes cantantes a modo de trampolín para su proyección en el mundo de la ópera. Con las primeras audiciones ya celebradas, la puesta de largo ante el público de la iniciativa tendrá lugar el próximo mes de septiembre, en el mismo escenario del Teatro Cervantes, con el estreno absoluto de la nueva producción de la ópera bufa de Manuel García El gitano por amor que abrirá la correspondiente temporada lírica de Málaga. Álvarez ve así materializado un proyecto largamente deseado con el que reafirma desde la más pura praxis su compromiso con el futuro de la ciudad que le vio nacer y en la que reside. Esta tarea ilumina de manera notable la reflexión que el barítono hace sobre la Málaga contemporánea, su evolución reciente y su porvenir inmediato, entre la ilusión y la cautela, siempre bajo la más serena lucidez.
Recuerda Álvarez que la metamorfosis de la que ha sido objeto Málaga en los últimos veinte años “es fruto de su Plan General, sin el que no estaríamos como estamos. Aquel plan se dio con suficiente consenso social y eso permitió definir una ciudad de progreso. Otra cuestión es si el desarrollo que este consenso propició se nos ha ido de las manos o no. Ya quedó claro que no podíamos definirnos únicamente como un territorio de sol y playa, pero a partir de aquí se han añadido elementos que no siempre se han podido controlar”. Así, la transformación auspiciada a la sombra del PTA como foco de grandes empresas del sector tecnológico “ha tenido consecuencias muy positivas a nivel macroeconómico, pero no siempre han podido beneficiarse los ciudadanos de estos efectos”. Al mismo tiempo, en el ámbito cultural, “el crecimiento se ha dado en su mayor parte en un sentido expositivo, pero seguimos sin contar con el auditorio cuando ya el Palacio de Congresos empieza a quedarse pequeño”. Todo esto suscita una impresión condicionada por varios matices: “No me gustaría que la ciudad se convirtiera en un escenario donde los malagueños seamos sólo figurantes. Pero igual esto también tiene que ver con la percepción de los propios malagueños, con cierta indolencia que invita a dar por buenos sin más proyectos desestabilizadores como el rascacielos del Puerto”.
Con otro Plan General para el futuro de Málaga ya en marcha, Álvarez entiende que el mismo pasa por desarrollar mecanismos de protección hacia los ciudadanos contra determinadas derivas “que no se han podido controlar y que están teniendo consecuencias perniciosas”. Aboga el artista por “determinadas políticas de intervención ante determinadas circunstancias, lo que no tiene que ver con el comunismo, como algunos se empeñan en decir, sino con una responsabilidad elemental. No se puede permitir que la gente no pueda vivir en su propia ciudad sin más. No puede ser que por una mera cuestión ideológica contraria a la no intervención tantos ciudadanos se queden descolgados sin posibilidad de acceder a una vivienda, que es lo que está pasando. Si existe una ley que regula los alquileres, ¿por qué no se hace uso de ella para evitar situaciones de abuso?”
Con respecto al futuro inmediato, Carlos Álvarez encuentra una fortaleza sólida “en la estabilidad económica”, si bien la ciudad debería aprovechar esta coyuntura “para apostar por ejes de crecimiento controlables, no especulativos. Si el PTA sigue alentando un crecimiento tecnológico y económico, y si completamos esto con proyectos culturales dirigidos a la creación de un tejido profesional, estaremos haciendo las cosas bien. Si, por el contrario, lo seguimos apostando todo al turismo, ¿qué pasará cuando los turistas puedan volver a Túnez con absoluta tranquilidad, o cuando determinada circunstancia nos obligue a poner esta actividad en cuarentena?” Del mismo modo, “Málaga debería tomarse en serio la sostenibilidad más allá de una mera marca, y lo hará cuando se entienda como algo compartido, cuya responsabilidad corresponde tanto a las instituciones como a los ciudadanos”. “Ahora bien”, matiza, “es más fácil que se genere una conciencia cívica al respecto si la gente se siente cómoda en la ciudad en la que vive. Sin los servicios públicos adecuados, es mucho más difícil alumbrar ese compromiso”. En cualquier caso, Málaga tiene pendiente la gestación de una cultura de lo público “en la que se deje a un lado cierta lógica utilitarista. No podemos estar preguntándonos todo el tiempo por el beneficio inmediato. Hay cuestiones, y seguramente son las más importantes, que exigen una perspectiva a largo plazo. Y tampoco podemos pasar de largo por ellas”.
Y añade, con especial atención a la torre del Puerto: “Cualquier intervención debe hacerse pensando en los ciudadanos. Pero los ciudadanos también somos responsables. Si nos dejamos llevar por la inmediatez, por el beneficio inmediato, estaremos adoptando el mismo prisma que tanto echamos luego en cara a los políticos”.
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