Chiquito, la gloria de un torpedo
20 AÑOS DE 'MÁLAGA HOY' | IN MEMORIAM
El artista más imitado en la historia reciente de la cultura española inventó un lenguaje, fue cantaor y triunfó en Japón, conoció el esplendor de Torremolinos y supo del éxito en televisión
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AFIRMABA el excéntrico clérigo y escritor británico Charles Caleb Colton que la imitación es la forma más sincera de adulación. Si nuestro hombre tenía razón, seguramente no ha habido persona más adulada en las últimas décadas en España que Gregorio Esteban Sánchez Fernández Chiquito de la Calzada (Málaga, 1932). De hecho, más que una legión de imitadores (lo que no siempre jugó en beneficio del artista: más de algún avispado que fue demasiado lejos le hizo pasar un mal rato), lo que consiguió Chiquito fue introducir una verdadera revolución en la lengua española (pues es ahí, en la lengua, donde confluye gran parte de su talento), de un calibre únicamente comparable a la eclosión del spanglish en EEUU; pero si éste es un fenómeno natural, consolidado después de un siglo de migraciones, Chiquito se adjudicó el tanto de hacer lo mismo con palabras inventadas: todo el mundo ha dicho alguna vez fistro, pero nadie sabe qué es eso.
En la madrugada del 11 de noviembre de 2017, Chiquito de la Calzada, después de varios días de lucha en la UCI tras una caída sufrida en su domicilio, falleció a los 85 años. Al día siguiente iba a ser objeto de un homenaje en el parque que lleva su nombre, en la Misericordia. Pero si algo no le iba a faltar a su recuerdo son tributos y homenajeshomenajes. Y es que, más allá de su popularidad, son muchos los motivos por los que Málaga debería tener presente sine die a uno de los últimos testigos de un tiempo y de una forma de entender la vida y el arte.
Nacer en la Calzada de la Trinidad en 1932 significaba hacerlo con un pasaporte directo al cante debajo del brazo, y el que traía Chiquito se tornó prometedor. Su infancia, eso sí, no fue precisamente fácil en aquella Málaga de la hambre, así que muy pronto la mera existencia cotidiana fue para Gregorio una cuestión de resistencia. La fortuna le sonrió por primera vez a los 16 años, cuando pasó a formar parte de un grupo de niños cantantes llamado Los Capullitos Malagueños que había impulsado el director de cine Luis Pérez de León. Entre aquella veintena de voces militaban también, según recuerda el investigador y promotor flamenco Paco Roji, Pepe Cervantes (el padre de la actriz Remedios Cervantes) y Paca Reyes (hermana de La Repompa) entre otras figuras en plena proyección (además de otras que ya contaban con una mayor veteranía y reconocimiento, como el guitarrista Morenito de Herrera). Con Los Capullitos Malagueños, Chiquito actuó en numerosos teatros de Andalucía, Madrid y Valencia y tomó la decisión de dedicarse al mundo del espectáculo, con el flamenco por bandera. Pronto comenzó a cantar para acompañar a grupos de baile, oficio al que terminaría consagrándose con tanta determinación como penuria e inestabilidad; hasta que a la explosión turística de la Costa del Sol le dio por campar a sus anchas en los años 60 para alegría y alivio de no pocos flamencos de la provincia entre los que se encontraba Chiquito. Fue Mariquilla quien lo reclamó para El Jaleo, en Torremolinos, donde arraigó en la que fue su casa durante largas décadas. También se dejaba ver por El Mañana y otros tablaos en los que era cada vez más reclamado por su eficacia a la hora de dar vuelo a los artistas del baile. Durante los treinta años siguientes, Chiquito conoció el esplendor de Torremolinos, pero también su decadencia y la definitiva extinción de sus encantos. Hasta que la (abultada) popularidad vino por otro lado.
El otro lado era la televisión. Y el éxito le llegó a Chiquito a los 62 años. Fue en 1994 cuando Tomás Summers lo fichó para el programa Genio y Figura. Resultó que era en los chistes que contaba al público entre cante y cante donde estaba la clave de la fama. Con sus posturas y gestos, su léxico imposible, su tremenda energía y su inquebrantable querencia popular, Chiquito se metió a toda España en el bolsillo hablando de la meretérica y cagándose en las muelas del primero que pasara, por la gloria de mi madre. Poco después, lo habitual era entrar a una representación de comedia en cualquier teatro y que algún actor o actriz dijera jarl sin venir a cuento. “No conozco a nadie que no lo imite”, contaba el humorista Tomás García, Después rodó ocho películas, y la gloria con su siempre recordada Pepita.
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