Ciberdelitos: La importancia de la protección de datos
Tecnología | Quantum Babylon
En 2021 la ONU calculó que en el mundo ya se cometían 14 ciberdelitos por segundo
Hace algunas semanas pasó inadvertido un acuerdo histórico entre EEUU y EU anunciado por el presidente Joe Biden para permitir alojar y tratar la información de los europeos en servidores externos a las fronteras comunitarias que marca un giro de 180º en la política sobre privacidad que defendía Bruselas.
Esto significa que nuestros datos podrán ser transferidos libremente a Estados Unidos tras el acuerdo señalado por la Casa Blanca. Este anuncio significa que empresas norteamericanas como Meta, Apple o Google podrán seguir tratando y almacenando datos de usuarios europeos en servidores fuera de las fronteras comunitarias.
En la actualidad la captura de información a gran escala debida a la inmersión digital que la sociedad ha estado realizando nos ha lanzado a lo que muchos pensadores y analistas han calificado como “la cultura del dato”, un fenómeno que a raíz de la pandemia de Covid se ha acelerado y que resulta la excusa perfecta para reflexionar acerca de como valoramos nuestros datos.
Para los malhechores la migración virtual ha resultado reveladora, un nuevo campo abonado para las fechorías que ofrece pingües beneficios con un riesgo relativamente bajo y penas aún más leves, en el caso de que lleguemos a conseguir probar el delito y atrapar al delincuente.
En 2021 la ONU calculó que en el mundo ya se cometían 14 ciberdelitos por segundo, lo que anualmente representa unas de pérdidas de 800.000 millones de euros, o lo que es lo mismo, el 1% del PIB mundial. En España, según el informe anual de la Fiscalía General del Estado, esta clase de delitos se incrementó un 28´19 % sólo en 2020, siendo los fraudes en Internet con casi 200.000 denuncias el delito más común tras los fraudes.
Aunque obviamente el fin de todo delito económico es sin duda el dinero, resulta obvio que en el ciberespacio robar unos diamantes o un coche no tiene mucho sentido, el oscuro objeto del deseo que les hará más ricos son los datos, a más información más dinero.
Por desgracia nos enfrentamos a una gran paradoja: Por un lado la tecnología nos ha ayudado a gozar de una serie de ventajas increíbles pero ha generado cantidades de datos impensables hace tan solo 10 años, por contra no enfrentamos a una mayor fragilidad para protegerlos.
En el año 2010 se estimaba que la cantidad de datos generada en todo el mundo era de 2 zetta bytes, mientras que en 2020 ya generábamos 47 zetabytes y de seguir así se calcula que para dentro de 10 años generaremos más de 600.
Pensemos que un solo zettabyte equivale a 1.000 millones de terabytes y que en un solo terabyte caben 250.000 canciones en formato mp3 o si hablamos de documentos, son 6,5 millones de páginas. Las cifras que nos vienen a la cabeza si intentamos hacer cálculos son sencillamente cósmicas.
La justicia a duras penas hace lo que puede pero los delincuentes se han adaptado a las nuevas leyes y medidas de ciberseguridad “demandando” más y más datos a la víctima de cara a la verificación del usuario y suplantar su identidad, el método sencillo y perfecto para acceder a su dinero a la velocidad de la fibra óptica.
La fuentes criminológicas no enmarcan a los ciberdelicuentes dentro del espectro más deprimido de la sociedad, sino de individuos con preparación, medios y en continua formación que están además, al tanto de los movimientos económicos y políticos.
Por tanto situaciones como el conflicto armado en Ucrania que ha derivado en diversos problemas de abastecimiento de productos y materias primas, ha resultado una oportunidad perfecta para este sector, igual que lo fue la crisis del Covid. Pues no solo son inteligentes, sino de una frialdad y ausencia de empatía que en muchos casos, no les ha hecho dudar en poner en peligro el suministro de alimentos básicos o secuestrar los recursos de hospitales poniendo en riesgo la vida de pacientes.
Debemos desmitificar las ideas que habitualmente tenemos sobre lo que es un internet seguro, por ejemplo, el famoso candado en las URL que aparece en la parte superior de la ventana indicándonos que una web es segura, pues no es en absoluto cierto. Tan solo nos indica que la canalización de la información permanece securizada, pero no el origen de dicha web. Una web que suplante a otra puede perfectamente tener este candado y no significar absolutamente nada.
Hay miles de estafas hoy en día donde la suplantación de identidad es difícil de verificar al momento pulsamos en un enlace de dudosa procedencia o no caemos en la cuenta que la dirección del enlace es casi exactamente igual al enlace original, como por ejemplo www.correoss.com en vez de www.correos.com.
Resulta increíble la facilidad con la que los usuarios caen todavía en el gancho de ganar premios a cambio de realizar una encuesta donde se debe rellenar los datos personales. Debemos cambiar de una vez el chip y entender de una vez que las personas hemos pasado de ser los destinatarios del producto, el cual se pretende vender, a ser la mercancía, y más que nosotros como entes, toda la información relativa a nuestro ser.
Esta ansia por la información no es realmente nueva, a través de la historia, han existido por doquier regímenes con un deseo de conocimiento acerca de las actividades, intereses y anhelos de sus habitantes hasta lo puramente enfermizo. Buen ejemplo seria el Ministerio para la Seguridad del Estado, más conocido como la STASI, fundada en 1950 en la República Democrática Alemana. En los más de 30 años de actividad generó tal cantidad de información que su legado, aún se va desgranando y ocupando titulares en las redacciones de periódicos a día de hoy.
La paradoja llegó después de la lucha contra este tipo de organizaciones a lo largo del pasado siglo, pues una vez entrado en el XXI, se ha aceptado de forma tácita por parte de los consumidores el facilitar todo tipo de información personal en pos de una supuesta comodidad y amparados en el mito de la inviolabilidad de la seguridad informática, aunque la realidad es que estamos viendo la mayor transmisión de información a manos de dudosa honorabilidad de toda historia.
Episodios vividos como el de Cambridge Analytica nos deberían haber hecho entender las dimensiones de este problema, pues el uso de la información no se limita a vaciarnos la cuenta corriente si no que podría interferir en el destino de naciones enteras, sin embargo en la era del Homo Algorithmus valorar a quién cedemos nuestra información parece seguir siendo una decisión que tomamos en esa fracción de segundo que tardamos en pulsar Aceptar.
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