Coches y recuerdos bajo el agua en Campanillas
Lluvias en Málaga
Los vecinos siguen achicando agua y quitando barro para recuperar la normalidad cuanto antes
Decenas de vehículos están sumergidos aún en garajes anegados por la riada
Málaga/El drama tiene nombre y apellidos en Campanillas. Fernando Buenestado, Ezequiel Millán, Dolores Bruque, María Zurita, Carmelo Doña, Rafael López, Francisco Funes, Jéssica Escudero, Raquel Ruano, Joaquín Artacho, Nieves Castro, Lucía Chamorro, Jorge Escobar... La lista es muy larga. Estos nombres son apenas unos pocos de los cientos de damnificados de Campanillas.
La zona de la barriada en la que viven se inundó en la madrugada del sábado. Este domingo, aún quitaban barro y achicaban agua. Todavía muchos coches estaban sumergidos en los garajes de las urbanizaciones. Porque la riada apiló los vehículos que fue encontrando a su paso y los que estaban supuestamente a buen recaudo en los aparcamientos quedaron sepultados por el lodo y el agua.
Jéssica Escudero, vecina de la calle Belgrado, tenía guardados en el trastero sus recuerdos de boda y los juguetes de su infancia. Todo quedó sumergido. “Tengo herramientas caras, el álbum de firmas de la boda, una Vespa automática con la que jugaba cuando era una niña...”, decía mirando el agua que aún achicaban en el aparcamiento casi sin terminárselo de creer. Además, ha perdido dos coches. Así que no sabe cómo irá este lunes a trabajar a Benalmádena.
En el garaje de la calle Belgrado aún quedaba este domingo casi medio metro de agua y barro. Y eso que Emasa los había ayudado casi doce horas. “Los cubos vacíos por la izquierda y los llenos por la derecha”, organizaba Francisco Funes, para intentar que la cadena de trabajo funcionara con la mayor celeridad posible. Él está por casarse con Raquel Ruano y en el trastero del aparcamiento tenían todas las cosas para la boda. Tenían...
Un poco más allá, en la calle Varsovia, vive Nieves Castro. Su casa fue la primera en inundarse. Los vecinos vinieron a ayudar. Pero en diez minutos, todo el complejo tenía los sótanos anegados. Su marido, Jorge Escobar, llegó a ponerse detrás de la puerta de la casa, sujetándola con mantas para tratar de evitar lo inevitable. El agua se colaba por cada resquicio. En minutos había llegado casi a un metro en la planta baja de todas las viviendas. “Pensábamos que nos íbamos a morir”, relata Nieves. Incluso barajaron que si seguía aumentando el nivel, saltarían por la ventana de la primera planta y nadarían. Uno cogería a su hijo y el otro, a un vecinito al que ya no le dio tiempo de volver a su casa. “Pensamos que salvaríamos a los niños, pero que las mascotas tendríamos que dejarlas”, confiesa Nieves para describir el miedo que pasaron.
La piscina de la comunidad está llena, pero de agua marrón y fango. Los vecinos la han dejado para después. Lo prioritario es limpiar las casas y hacerlas habitables. Muchos aún no tienen luz. La situación entraña su peligro porque la marca del agua en algunas viviendas está por encima incluso de los enchufes. Sofás destrozados, documentos empapados, electrodomésticos inservibles y barro, barro y más barro.
Una pareja cuenta que como la inundación iba a más y nadie veía a ayudarles, los niños llamaron al 112 llorando porque tenían miedo de ahogarse.
Un vecino muestra un vídeo impactante del agua entrando a raudales por una ventana de su casa. “En 15 minutos, todo estaba inundado. Eso no era la lluvia”, concluye Nieves. Porque los vecinos insisten en que una presa se abrió, bien fuera la de Casasola o la de El Tomillar. No se creen que el desbordamiento del río Campanillas se debiera sólo a la lluvia.
María Zurita vive en calle Belgrado. Su coche fue arrastrado más de 300 metros por la riada. Es uno de esos retratados por los fotógrafos en mitad de los limoneros. Trabaja en Guadalmar y entra sobre las 6:00 de la mañana. Así que no sabe cómo hará para llegar a su empleo. Carmelo Doña, su marido, afirma: “Nos hemos quedado con una mano detrás y otra delante. No tenemos casa ni coche”. Su vivienda, aunque llevan muchas horas limpiándola, aún está inhabitable. Por eso han tenido que irse temporalmente a casa de los padres de ella.
En el número 56 de la calle Degas, un puñado de vecinos sigue de cerca las tareas de extracción de agua del garaje comunitario. Después de muchas horas del trabajo de una bomba, un vecino señala su coche aún medio sumergido. Pero su drama no es el único. Debajo del agua hay más de medio centenar de vehículos. Con el mal transporte público de la barriada, la preocupación de los damnificados es cómo llegarán ahora a sus trabajos. Es el caso de Fernando Buenestado, que tiene el empleo en Ronda.
Las casas están a un kilómetro del río. Los vecinos cuentan que ya el jueves con la granizada se inundaron las calles, pero entonces el agua quedó a la altura de las aceras. Esta vez fue peor: llegó a la planta baja de las casas e inundó el garaje de la urbanización que está en un sótano. Los más precavidos habían sacado su coche. Pero fueron los menos. Daniel cuenta que la riada arrastraba ramas, contenedores y vehículos. “Yo tengo dos coches y los dos están ahí”, afirma con resignación Fernando Buenestado mientras señala la piscina marrón de agua y lodo en que se ha convertido el aparcamiento.
Lucía Chamorro explica que es autónoma y que todas sus herramientas de trabajo están ahí, ocultas bajo, todavía, más de un metro de agua. El ruido de los extractores suena de fondo y el fango se pega a los zapatos. Una mujer pasa en silencio llorando delante de sus vecinas. “Lleva llorando desde ayer”, explica una.
Otra narra que en cuestión de minutos, en la madrugada del sábado, la urbanización quedó inundada. “Entraba agua por la derecha y por la izquierda”, sostiene. Y por el frente pasaban los coches, desplazados por el caudal, como si no pesaran.
“El agua llegó de golpe y por los dos lados”, corroboró Francisco. Se vieron encerrados y rodeados. Los vecinos reprochan que la alerta naranja estuviera declarada desde las 23:00 del viernes, que ellos llamaran pidiendo ayuda en la madrugada del sábado y que sin embargo el Plan de Emergencia no se activara hasta las 7:00. Ezequiel Millán, presidente del conjunto residencial Gaucín, indica que sólo en esta zona hay unos 200 vecinos damnificados. “Tenemos sensación de abandono. Del recinto en particular y de Campanillas en general”, indicaba.
Silvia Gutiérrez está entre los vecinos precavidos que pusieron su coche en una parte más alta antes de que empezara el desastre. Aún así, el agua le llegó a los asientos. “Pero siento pena por mis vecinos”, explicaba.
Manuel Pérez ha acudido a ayudar a un familiar que está entre los afectados de la calle Varsovia. “Yo, como vecino de La Paz, viví las inundaciones del 89. Entonces se hicieron planes y mapas de las zonas inundables. Si se hacen planes contra las inundaciones, que se cumplan. Y si esta es una zona inundable, no se debería haber dejado que se construyera”, advierte para señalar que alguien debería asumir responsabilidades. Y luego añade que si no es zona inundable, sino que se anegó por la apertura de la presa como sospechan los vecinos, entonces también alguien debería pagar la culpa.
Grúas se llevan coches, vecinos limpian sus casas, máquinas achican agua y peritos evalúan daños. El barro lo cubre todo. Los pasos de peatones no se ven –ocultos bajo una mezcla espesa y marrón que se adhiere a las botas–, pero los conductores que ya se los conocen respetan escrupulosamente la prioridad del viandante.
Joaquín Artacho aún tiene su sótano lleno de agua. A los tres niños más pequeños los ha repartido entre sus familiares hasta que la casa recupere la normalidad. El cuarto, que ya es mayor, está echando una mano con las tareas de limpieza. Porque toda la ayuda es poca para estos vecinos que intentan borrar cuanto antes de sus vidas las señales de la pesadilla.
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